El sonido metálico de botas resonaba contra el piso mientras los guardias de Helix cerraban el círculo alrededor de Valentina y Alexander. Cada uno sostenía armas compactas y miradas calculadoras; no habría advertencia, no habría tregua. La sala se volvió un campo de tensión pura, y cada respiración era un riesgo.
—No podemos mantenernos aquí mucho tiempo —susurró Alexander, analizando la posición de los guardias—. Necesitamos dividirlos y avanzar hacia el núcleo.
Valentina asintió, concentrándose en el flujo de energía que emanaba de su reloj. Cada pulso vibrante le permitía anticipar movimientos, detectar la posición de los guardias y las posibles rutas de escape. No podía fallar: un solo error significaría la captura o peor.
—Cuando te dé la señal, vamos a separarlos —dijo Alexander, ajustando un dispositivo pequeño en su mochila—. Ese aparato puede interrumpir temporalmente las comunicaciones entre ellos. Solo unos segundos, pero suficientes para abrir un camino.
Valentina respiró