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La noche llegó demasiado rápido. Valentina había pasado la tarde revisando una y otra vez los documentos que Alexander había dejado sobre la mesa: el testamento de su madre, los movimientos de la fundación y los registros de empresas que parecían existir solo en el papel. Cada dato era una pieza de un rompecabezas que todavía no lograba encajar, y lo peor era que sentía que a cada pista que hallaba, más lejos estaba de la verdad completa.
A las ocho en punto, Alexander entró en la biblioteca. Llevaba un traje negro perfectamente ajustado, con la corbata apenas aflojada, como si quisiera transmitir una elegancia calculada y al mismo tiempo, una falsa relajación. Su sola presencia parecía cambiar el aire de la habitación, volviéndolo más denso.
—Es hora —dijo simplemente.
Valentina lo miró sin levantarse de inmediato.
—¿A dónde vamos?
—A cenar. Con gente que piensa que sabe más de lo que realmente sabe.
Sus palabras, crípticas como siempre, no resolvían nada. La ayudó a ponerse un a