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La Profundidad del Abismo y el Fantasma del Pasado

Después de que Dante me revelara la verdad sobre su venganza, el ático de Montecarlo se convirtió en una celda de alta seguridad. Ya no era solo mi dinero lo que estaba en juego, sino el destino de toda mi familia y la culminación de dos décadas de odio. Dante era un depredador con un propósito sagrado, y yo era la pieza clave de su demolición.

La única forma de silenciar el ruido de la venganza y el miedo era buscar el eco de la vida real. Esa noche, la necesidad de Julián no era un capricho; era una urgencia psicológica. Necesitaba sentir algo que no estuviera contaminado por el dinero o el rencor.

Usando una excusa trivial para Dante (una "sesión nocturna de natación"), me escabullí. No llevé mi auto, sino que tomé un taxi a una parada discreta. Desde allí, caminé hasta el punto de encuentro: una playa solitaria, lejos de los reflectores del puerto, accesible solo por un camino de tierra.

Julián ya estaba allí. Estaba sentado sobre una manta en la arena, con solo una linterna para alumbrar un pequeño círculo. No vestía su ropa de trabajo, sino una simple camiseta oscura. Cuando me vio acercarme, su rostro se iluminó, no de alegría, sino de una profunda preocupación.

—Pensé que no vendrías. O que él te habría puesto un guardia —dijo Julián, levantándose de un salto.

—Tuve que ser más inteligente. Pero estoy aquí. Cuéntame algo real, Julián. Algo que no tenga un precio —le pedí, sintiendo que mi voz temblaba a pesar de mi control habitual.

Nos sentamos juntos, mirando el mar oscuro. El rugido de las olas era la única verdad en ese lugar. Le conté a Julián el secreto de Dante, su venganza, la ruina de su padre y la amenaza latente que pendía sobre Delacrox.

Julián me escuchó sin interrumpir. Cuando terminé, me tomó la mano. Su piel era áspera, real, cálida.

—Él te odia. Pero también te desea. Y tú lo sabes —Julián declaró con brutal honestidad.

—Yo no deseo a mi enemigo. Deseo la libertad que tú representas. Mi vida es una mentira; tú eres la verdad que me atrevo a tocar.

—Y la verdad es peligrosa, Daniela. Si te quedas conmigo, pierdes el mundo que conoces. Y si él te descubre, pierdo mi vida tranquila. ¿Vale la pena el riesgo?

—No lo sé. Pero ahora mismo, el aire aquí es el único aire que puedo respirar.

La confesión fue un quiebre. En ese momento, las barreras de Daniela Delacrox, la CEO inquebrantable, cayeron por completo. Me eché a sus brazos con una desesperación que no sabía que poseía.

Julián me abrazó con una fuerza protectora, sintiendo la vulnerabilidad que emanaba de mí. No fue un acto de seducción, sino de necesidad mutua: yo necesitaba sentir que mi cuerpo era mío, que mi corazón no estaba controlado por un contrato; él necesitaba proteger la fragilidad escondida bajo mi traje.

Me besó con una ternura inesperada, limpiando con sus labios la sal de mis lágrimas. Fue un beso que supo a riesgo, a salitre y a honestidad.

La ropa era un estorbo, una barrera entre dos almas que buscaban consuelo en el acto más primario. Nos desvestimos sobre la manta, bajo el cielo estrellado.

El sexo con Julián fue intenso, desesperado y liberador. No fue un acto de amor romántico, sino una rebelión furiosa contra el contrato, contra Dante, contra mi padre. Cada caricia, cada beso, era una afirmación de que yo era la dueña de mi cuerpo.

Julián me miraba a los ojos durante el acto, buscando la verdad, el alma real. Yo me aferraba a él, tratando de absorber su fuerza, su sencillez.

Mis Miedos: Sentí el miedo de ser descubierta, no por la pérdida del dinero, sino por la aniquilación emocional que Dante me infligiría. Temí que esta fuera la única vez que sentiría algo real.

Sus Miedos: Sentí el miedo de Julián a ser el peón en mi guerra, el juguete de una rica heredera. Temía que yo desapareciera al amanecer, llevándome el breve respiro que le había dado.

Al terminar, yacimos abrazados, desnudos y en silencio, escuchando solo el mar.

—Esto ha sido lo más estúpido y lo más real que he hecho en mi vida —susurré, acurrucándome en su pecho.

—Entonces valió la pena. Pero tienes que ser más lista que tu marido, Daniela. Si él es el depredador, sé tú la cazadora. Y no vuelvas a ponerme en riesgo —me suplicó Julián, besándome el cabello.

Me fui antes de que el sol asomara, llevándome el aroma de la playa y la culpa.

La Sombra de Dante y la Revelación Destructiva

Mientras yo regresaba a mi celda de lujo, Dante Herrera no dormía. La revelación de su venganza había liberado una energía oscura en él. Estaba en Mónaco, pero su mente estaba a miles de kilómetros, calculando el siguiente movimiento para herir a los Delacrox.

Condujo su camioneta blindada y oscura por las carreteras secundarias de la Riviera, lejos de la luz. Dante no tenía amigos, ni confidentes; solo tenía agentes de información.

Se detuvo en una calle sinuosa, oscura, donde solo la luz distante de la ciudad revelaba la silueta de un hombre esperándolo. El hombre no era un empleado corporativo; era un detective privado con la frialdad de una sombra.

El hombre se acercó a la ventanilla de la camioneta.

—Señor Herrera. Lo tengo —dijo el hombre con voz grave, extendiéndole un sobre manila sellado y pesado.

Dante bajó la ventanilla. El aire frío de la medianoche entró. La tensión era palpable.

—Quiero detalles, Samuel. No envoltorios —la voz de Dante era baja, un gruñido.

—El informe es exhaustivo, señor. Como solicitó, ahondé en el pasado de la familia Delacrox. Hice hincapié en la época en que usted tuvo el amorío con la señora Laura hace dieciocho años.

Dante se tensó. El recuerdo de Laura, la hermana perfecta, era un eco lejano de una época en que él solo era un joven vengativo, con sed de destruir lo que la familia Delacrox poseía. En ese momento, Laura y él se habían unido en una breve y destructiva pasión prohibida, alimentada por el resentimiento de Laura hacia el control de su padre.

—¿Qué tiene que ver eso con el testamento, Samuel? El error con Laura se corrigió hace mucho. Ella terminó con eso. No dejó ningún cabo suelto —Dante habló con la seguridad de un hombre que creía haber cerrado esa puerta.

—Ese es el meollo de la cuestión, señor. La Sra. Laura no terminó con eso. La familia Delacrox se aseguró de que usted pensara que lo hizo.

El detective hizo una pausa dramática, sintiendo el peso de la verdad que estaba a punto de liberar.

—Señor, el niño. Asdrúbal Delacrox. Él no es hijo biológico del difunto patriarca. Los Delacrox lo ocultaron. Lo criaron como propio para evitar el escándalo y para asegurarse de que el niño siguiera dentro de la línea sucesoria.

Dante sintió que el frío de la noche lo atravesaba, pero no por el aire, sino por el shock que paralizaba su mente. Su respiración se detuvo.

—¿Qué está diciendo?

—Los documentos en esa carpeta, señor, son irrefutables: análisis de ADN realizados a partir de muestras médicas robadas del hospital donde nació el joven. Y declaraciones juradas de enfermeras y médicos jubilados que participaron en el encubrimiento. El niño nació en secreto y fue presentado meses después como hijo legítimo del patriarca y Amelia.

Dante no podía mover la mano. La carpeta seguía sobre el asiento. Sus ojos, siempre fríos y calculadores, ahora reflejaban una profunda conmoción y un terrible autodesprecio.

—Pero... Laura me dijo... —susurró Dante. La voz le salió áspera, casi irreconocible—. Ella me dijo que... lo había perdido. Que había sido un error que había sido subsanado.

El detective asintió con gravedad.

—Le mintió, señor. O mejor dicho, la obligaron a mentirle. Su padre y la señora Amelia orquestaron todo. El affaire era demasiado peligroso para el establishment de la familia. El padre de Daniela... supo que usted y Laura tuvieron un rendezvous y actuó con rapidez.

El rompecabezas de la vida de Dante se acababa de rearmar en una figura grotesca. Su amorío de juventud con Laura, la hermana de Daniela, no había terminado en un aborto silencioso y doloroso como él creía; había terminado en un niño. Un niño que él no sabía que existía.

—Asdrúbal... mi hijo... —Dante sintió la palabra atascada en su garganta, pesada y cargada de una paternidad inesperada. El joven descontrolado que él mismo había amenazado con arruinar era su propia sangre.

El juego de la venganza acababa de adquirir una dimensión de horror. La vida de Asdrúbal, el eslabón débil de la familia, pendía de la cláusula de un testamento que su propio padre había dictado, y que su padre biológico estaba a punto de ejecutar.

—Nadie debe saber de esto, Samuel. Absolutamente nadie. Ni una palabra a Laura. Ni una palabra a Daniela. Esto es un as que solo yo jugaré —ordenó Dante, su voz ahora gélida, cargada de una nueva y terrible determinación. Había recuperado el control, pero la frialdad que sentía era la del hielo puro.

Dante cerró la ventanilla. Cogió la carpeta con una mano temblorosa, sintiendo el peso de dieciocho años de mentiras. Encendió el motor y se alejó por la oscuridad. La carpeta ardía en el asiento del pasajero. Su venganza contra los Delacrox acababa de encontrar una nueva herramienta: la paternidad secreta.

El Regreso al Diamante Sucio

Regresé al penthouse justo al amanecer. Entré por la puerta de servicio, mi corazón latiendo como un tambor. El olor a salitre y a Julián era una marca que temía que Dante pudiera detectar.

Me quité la ropa y me metí en la ducha. Fregué mi piel con el jabón más caro, tratando de borrar la memoria de la libertad.

Cuando salí, envuelta en una bata de seda, Dante estaba esperándome en el umbral del baño. Estaba completamente vestido, su rostro era una máscara de fría indiferencia, pero sus ojos eran un par de agujeros negros que me analizaban sin piedad. No había rastro de la noche que pasó, sino una intensidad aterradora.

—Llegas tarde, Daniela. La piscina abre a las cinco —dijo, su voz tan plana que era más una afirmación que una pregunta.

—He tenido problemas para dormir —respondí, mi mente aún en shock por la noche, y mi cuerpo temblando por el miedo a que él supiera del beso de Julián.

Dante se acercó y, con un movimiento inesperado, me tomó del rostro, su agarre firme y dominante. Sus dedos fríos se clavaron ligeramente en mi mejilla.

—Daniela. Te lo advierto una última vez. Si pones en peligro la estabilidad de este contrato por tus caprichos, haré que tu familia Delacrox pague hasta el último centavo del daño que me hicieron. Y créeme, tengo herramientas que ni siquiera imaginas.

Su amenaza era más profunda que nunca, envuelta en la oscuridad de su propio secreto. Su tono era diferente; había una posesividad fría en su voz, una urgencia.

Me soltó y se alejó.

—Vístete. El desayuno es en diez minutos. Tenemos que asistir a una junta de accionistas por teleconferencia. Y recuerda, Daniela: somos el matrimonio más feliz y envidiado del mundo.

Me quedé allí, congelada. Sabía que Dante no solo estaba hablando de acciones. Estaba hablando de la nueva bomba que guardaba en su camioneta. Y por primera vez, me di cuenta de que mi padre no solo había arruinado la familia de Dante, sino que había creado un monstruo que ahora tenía un interés personal y sangriento en destruir a mi propia hermana... y

quizás en proteger a un joven que era mucho más que mi hermano. El juego acababa de volverse personal e irreversible.

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