El hielo y el fuego

La Intimidad Forzada de Montecarlo

Esa noche, el ático de Montecarlo se sintió como una jaula dorada. El aire vibraba con la tensión silente entre Dante y yo. Después de la cena en un club exclusivo, donde fingimos la pareja perfecta para las cámaras, volvimos al lujo helado de nuestra "suite nupcial".

El problema era simple: solo había una cama, enorme, una obra de arte con sábanas de seda que invitaban al pecado, no a un acuerdo de negocios.

Dante se dirigió directamente al vestidor, quitándose la chaqueta con la misma eficiencia con la que habría despedido a un ejecutivo. Yo me quedé en medio de la habitación, sintiendo que mi traje de CEO se había evaporado. Estaba solo la mujer que acababa de mentir en público sobre su felicidad.

—No sé qué esperabas, Daniela. Es una luna de miel. No puedo fingir que duermo en el sofá —dijo él, volviendo con unos pantalones de chándal grises y una camiseta ajustada, una imagen cruda y poderosa que me hizo tragar saliva.

—Esperaba que tu mente fuera tan aguda como tu capacidad para hacer fortunas. Podrías haber reservado una suite con dos dormitorios, Dante. A menos que... ¿estés intentando romper la cláusula de nuestro contrato?

Me crucé de brazos, la armadura de sarcasmo bien puesta.

Él me miró con esa media sonrisa letal que me ponía los nervios de punta.

—El contrato es claro: matrimonio sin consumación. Yo soy un hombre de palabra, Daniela. Pero también soy un hombre de detalles. La prensa espera que compartamos la cama. Si quieres que los rumores de un matrimonio por conveniencia te persigan hasta el cementerio, duerme en el suelo. Yo, en esta cama, cumplo con el espectáculo.

—Estás disfrutando esto —le espeté.

—Disfruto el control. Y en esta cama, yo tengo el control de la narrativa pública. Ahora, quítate ese vestido. Es hora de dormir.

Cerré los ojos un momento, respirando la frustración y el desafío. No podía ceder, pero tampoco podía arriesgar la fachada. Si el mundo sabía que este era un matrimonio de papel, mi herencia peligraría.

Fui al vestidor y me puse mi pijama más austero: pantalones de algodón y una camiseta de cuello alto. Cuando volví, Dante ya estaba acostado, de espaldas a mí, ocupando la mitad de la cama.

Me metí al otro extremo, el olor a sábanas limpias y su colonia masculina inundándome. Había una distancia de un metro entre nosotros, pero la electricidad era palpable.

—Espero que sepas que esto es ridículo —susurré, mirando el techo.

—Es un negocio de mil millones de dólares. Lo ridículo es el precio que estamos pagando por la avaricia de tu padre. Duerme, Daniela. Mañana te toca fingir que me amas en un yate.

El silencio volvió, denso y cargado. No podía dormir. El recuerdo de Julián, el joven obrero, cruzó mi mente. Su descaro, su honestidad, su pobreza que lo hacía infinitamente más rico que cualquiera en esta suite.

—Conociste a Julián —dije, rompiendo el silencio.

Dante se giró, su cuerpo ahora de frente a mí, apoyado en un codo. El espacio entre nosotros se redujo peligrosamente.

—Sí. Mis fuentes lo tienen identificado. Julián Castillo. Hijo de un pescador, trabaja en el puerto desde los quince. Ninguna cuenta bancaria significativa, ningún poder. No está a nuestra altura, Daniela. Es la definición de un error.

—No te atrevas a tocarlo, Dante.

—No necesito tocarlo. Basta con que entienda que, si te acerca, lo destruiré. Es una advertencia, Daniela. No juegues con fuego mientras yo protejo esta inversión. Tu padre quiere un hombre de nuestra "altura", no un amante de clase baja que te haga sentir una adolescente.

Su comentario me dio justo en la yugular.

—¿Te crees mi padre? ¿Crees que puedes dictarme mi vida?

—Me creo tu socio, tu esposo de contrato, y el único hombre en este momento que se interpone entre tú y el desastre. La atracción que sientes por él es la atracción por la libertad que no tienes, Daniela. No es amor. Es el miedo a la jaula.

Me acerqué a él, mis ojos llenos de desafío y furia.

—Mis sentimientos no son de tu incumbencia. Y si yo quiero explorar mi libertad, no es algo que te importe mientras cumplas tu parte.

—Me importa si pones en riesgo mi 5% y el acceso a la red asiática. Acuéstate, Daniela. Si sigues hablando de él, puedo confundir esto con una consumación y arruinar nuestra perfecta coartada de inocencia. Y créeme, si rompemos el contrato, será porque yo quiero, no por un obrero de puerto.

Me empujó suavemente, obligándome a volver a mi lado. Su amenaza era cruda y poderosa. Dormí esa noche en el borde, sintiendo el calor de su cuerpo cerca, odiando la forma en que me conocía y controlaba.

La Encrucijada de Laura

Mientras la luna de miel era un campo de batalla en Montecarlo, en Boston, el matrimonio de mi hermana, Laura, se desmoronaba.

Laura estaba en la suite de su marido, el Dr. Marcus Halloway. El aire estaba tan tenso como un bisturí afilado. Ella, vestida de seda, él, en batas médicas, sentado en el borde de la cama.

—No voy a hacerlo, Laura. No voy a dejar mi vida, mi carrera, mi vocación, por la estúpida avaricia de tu padre —dijo Marcus, su voz tranquila, pero firme.

—¡No es avaricia! ¡Es mi herencia! Son miles de millones, Marcus —Laura estaba al borde de las lágrimas, algo raro en ella, siempre tan controlada.

—¿Y qué son los miles de millones para un cirujano con mi reputación? No es mi dinero, Laura. Es tu droga. Tu padre sabía que eres tan ambiciosa como Daniela, solo que tú elegiste la medicina para parecer noble. Ahora te obliga a enfrentarte a quién eres realmente.

Laura se levantó, indignada.

—¡No soy una Delacrox codiciosa! Yo amo lo que hago. Pero si no entro en esa empresa, Daniela se quedará con todo. ¿Y qué me quedará? ¿Ser la sombra de la Sra. Herrera? ¿Viviendo de tu sueldo de médico?

Marcus se levantó y la tomó de los hombros. Sus ojos grises, normalmente llenos de compasión médica, estaban ahora llenos de tristeza y resignación.

—Te quedarás conmigo. En mi mundo. Donde salvamos vidas, no las destruimos por una cláusula estúpida. Laura, tienes que elegir. A mí, a tu vocación, o al contrato. Y si eliges el contrato, nuestro matrimonio termina hoy.

El silencio cayó pesado, solo interrumpido por el pitido de un monitor médico cercano. Laura vio su vida entera desmoronarse en esa simple elección. Ella me odiaba por ser la heredera, pero odiaba aún más la idea de ser pobre a mis ojos.

—Tú... tú sabías que esto pasaría —dijo Laura, la voz rota.

—Sabía que tu padre nos obligaría a elegir. Laura, te amo. Pero no amo la oscuridad de los Delacrox. No voy a renunciar a mi juramento hipocrático por una mansión en los Hamptons.

Laura soltó un grito sordo y empujó a su esposo, la rabia y el pánico dominándola.

—¡Pues que así sea! ¡No me quedaré mirando cómo Daniela lo tiene todo! ¡Lo siento, Marcus! Pero mi apellido vale más que este matrimonio.

Ella salió corriendo de la suite, dejando a Marcus solo, con la conciencia de que su esposa acababa de elegir la fortuna sobre su vida juntos. El contrato Delacrox había cobrado su primera víctima real.

El Desafío de la Mañana

A la mañana siguiente, me desperté antes que Dante, exhausta por la tensión. Me puse un bikini de diseñador y un pareo, y bajé a la piscina privada. Necesitaba nadar, ahogar el estrés.

Mientras hacía largos, sentí que alguien me observaba. Era Dante, impecablemente vestido, ya listo para el día, bebiendo café desde el balcón. Su mirada era de análisis, no de deseo.

Salí del agua, el pelo empapado.

—No te preocupes. No voy a ahogarme. Necesitarías un mejor plan para librarte de mí —dije, quitándome las gafas de sol.

—No tengo planes para librarme de ti, Daniela. Tengo planes para duplicar la fortuna. Y por cierto, llamaron de Boston.

Me acerqué a él, el corazón latiéndome fuerte.

—¿Qué pasó?

—Laura ha dejado a su esposo. Ha volado a Nueva York y ha contactado al abogado para empezar su inducción en la empresa. El divorcio es inminente.

Sentí una punzada, no de culpa, sino de victoria amarga. Mi hermana había elegido la avaricia, y eso la hacía más parecida a mí.

—Una víctima. El testamento funciona —dije, con una frialdad que hasta a mí me asustó.

—Solo la tuya y la de ella, por ahora. Asdrúbal es el problema. Sus contadores reportaron que fue a un club, aunque no hubo gastos excesivos, el ambiente era... inadecuado para un futuro heredero.

—¿Qué quieres decir?

—El joven Asdrúbal estaba en un club de dudosa reputación y coqueteó con una mujer que tiene antecedentes penales. No hubo sexo, pero sí intención. El abogado lo considera una "conducta que va en contra de la ley" y le dio una advertencia. Si vuelve a pasar, su herencia será suspendida por seis meses.

—¡Ese estúpido niño! Le dije que se controlara. Si lo arruina, lo arruinamos todos.

—Ahí es donde entras tú. O lo controlas, o yo lo hago —dijo Dante, su tono ahora de amenaza pura.

—Tú no lo tocas. Él es mi responsabilidad.

—Error, Daniela. Él es nuestra inversión. Y si la inversión está en riesgo, el CEO tomará cartas en el asunto. Por cierto, acabo de organizar algo.

Dante me sonrió, pero era la sonrisa de un tiburón.

—¿Qué hiciste?

—Para demostrar que somos la pareja más apasionada del mundo, vamos a hacer un picnic en un lugar que la prensa no esperaría.

Me llevó de la mano y me arrastró a un helicóptero. Aterrizamos a lo largo de la costa, en un promontorio donde el viento soplaba fuerte y el mar rompía con furia. Pero no estábamos solos.

Julián, el joven obrero, estaba allí, en una camioneta, descargando una cesta de picnic, su camiseta sin mangas revelando sus músculos, sus ojos claros encontrándose con los míos. Me miró con una mezcla de sorpresa y burla.

—Tu marido me pagó. Parece que quiere demostrar que el dinero puede comprar incluso al que no está a su altura —dijo Julián, con una voz cargada de acero.

Dante se acercó, poniendo su brazo alrededor de mi cintura, un gesto posesivo y público.

—A la prensa le encanta esta historia. La rica heredera y su nuevo esposo, contratando a un humilde local para que les sirva. Es la fantasía de la realeza. Es mi forma de recordarle a mi esposa, Julián, que, si quiere algo, yo lo compro.

La tensión entre los tres era un triángulo de fuego, envidia y control. Yo, atrapada entre el hombre que me controlaba con su poder y el hombre que me recordaba la libertad que había perdido. Dante había hecho su jugada, y ahora me tocaba responder.

¿Cuál será el movimiento de Daniela al ver la jugada de Dante con Julián y cómo intentará controlar a Asdrúbal desde la distancia?

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