Mundo ficciónIniciar sesiónEn Berlín, donde el aroma a café y el pecado se mezclan en cada callejón, Otto Zeller reina. Dueño de la cafetería más famosa de la ciudad, barista profesional, millonario y adicto al sexo sin límites ni preferencias. Hombre o mujer, joven o maduro, sumiso o dominante… si puede calmar su sed incontrolable, es bienvenido en su cama. Para Otto, el placer no tiene moral. Es su forma de olvidar el vacío podrido que lo consume desde su infancia. Pero su mundo perfecto de cuerpos y jadeos se derrumba el día que conoce a Eleni Papadopoulos, una barista griega de espíritu fiero y sonrisa de diosa. Una noche de locura, pasión y lujuria termina en humillación cuando Otto la confunde con una prostituta y le deja quinientos dólares sobre la almohada antes de desaparecer. Lo que Otto no sabe… es que esa mujer que usó como un juguete es ahora su mayor rival. Su nueva cafetería abrirá frente a la suya, y su objetivo es uno solo: destruirlo profesionalmente y devolverle cada lágrima que ella derramó aquella mañana. Sin embargo, Otto no es un hombre que pierda. Para él, la competencia es un juego y las mujeres, trofeos rotos a sus pies. Lo que empieza como venganza se convierte en obsesión. Él la desea con un hambre oscura, y Eleni jura jamás volver a ser suya. Pero cuando un hombre como Otto Zeller decide poseerte, ni tu orgullo, ni tu cuerpo… ni tu alma estarán a salvo. ¿Podrá Eleni ganarle a un hombre que no distingue el amor del deseo ni el poder del placer? ¿O terminará rendida a los pecados de su enemigo?
Leer másDesayunamos juntos.Entre bromas y silencios cómodos.No recordaba la última vez que había reído tanto antes de las ocho de la mañana.Cuando terminó, se ofreció a lavar los platos. Yo protesté, pero no insistí demasiado. Me quedé viéndola moverse por mi cocina, con naturalidad, como si siempre hubiera pertenecido allí.Y fue raro.Bonito, pero raro.Me apoyé contra la pared, cruzándome de brazos.—Deberías quedarte un tiempo más aquí. Aunque puedas conseguir departamento, no seras más feliz que con mi compañia.Ella me miró por encima del hombro.—¿Por compasión?—Por egoísmo —le dije sin dudar—. Me gusta tenerte cerca.No dijo nada. Solo siguió lavando. Pero noté el pequeño temblor en sus dedos.No sé si era por mis palabras o por el agua fría.Más tarde ya habia arreglado la lavadora y cuando se fue a cambiar, me quedé solo en la sala, mirando el techo.Pensando en la noche anterior.En cómo temblé, en cómo ella me abrazó. Nadie me había calmado así.Nadie.Y ahora, verla ahí, cam
No recuerdo la última vez que dormí tantas horas seguidas sin sentir que alguien me estaba asfixiando desde adentro.Bueno… dormir es una palabra generosa. Pasé la mitad de la noche mirando el techo, tratando de convencerme de que no era real que Eleni Papadopoulou estuviera en mi cama.Sí, en mi cama. La noche anterior habia venido a mi con bocetos e ideas del nuevo postre y mientras cenabamos y bebiamos en mi cama se quedó dormida como un cervatillo en la cueva de un depredador natural.La mujer que una vez me dijo que prefería besar una licuadora encendida antes que a mí.Y sin embargo, ahí estaba.La escuchaba respirar detrás de mí, tranquila, como si no existiera deuda, dolor ni pasado.Me giré un poco, despacio, con la cautela de un hombre que teme activar una bomba.Y ahí la vi.Eleni.Dormía boca abajo, con el cabello hecho un desastre, medio tapada con la sábana. Una mano descansaba sobre mi pecho, como si durante la noche se hubiera aferrado a mí sin darse cuenta.Y yo, que
Nunca pensé que redecorar un local podría ser tan estimulante.Ni que una mujer con bata de trabajo, lápiz detrás de la oreja y cara de “déjame en paz” pudiera parecer tan peligrosa para mi estabilidad emocional.Desde temprano, Eleni y yo estábamos en el local que pronto se convertiría en la unión de nuestras dos cafeterías.O lo que ella insistía en llamar “un matrimonio comercial sin derecho a divorcio”.—No me gusta ese tono de azul —dijo, señalando la pared recién pintada.—Es azul mediterráneo, como dijiste.—Eso parece más azul tristeza después de la factura del mes —replicó, cruzándose de brazos.Reí, dejando el rodillo de pintura.—Entonces pinta tú, fiera. Yo ya sudé lo suficiente por hoy.—No, no… tú sigue. Me gusta verte sufrir un poco.—¿Así de cruel eres?—Solo con los hombres que creen saberlo todo. —Me lanzó una mirada de esas que matan o enamoran. Yo todavía no sabía cuál era cuál.Los días siguientes fueron un caos organizado.Eleni tenía una energía que me dejaba ex
Ya el sol estaba afuera cuando me senté al borde de la cama, todavía procesando lo que habia sucedido la noche anterior y a Eleni Papadopoulos dormida a mi lado. No encima. No abrazada. Solo a mi lado. Pero para mí, eso ya era una maldita revolución. Dormi como un bebé.La observé en silencio unos segundos, con la respiración calmada, el cabello revuelto sobre la almohada y una pierna descubierta que asomaba por debajo de la bata. Esa bata que no cubria mucho y que dejaba entrever su figura. Mi cosa se puso dura de inmediato. Pero no podia asustarla y arruinar todo, ahora ella estaba empezando a confiar en mi. Tuve que apartar la mirada. Bueno, intenté hacerlo.—Eleni… —murmuré, dándole un suave toque en el hombro.Ella se movió apenas, frunciendo el ceño como si el mundo entero fuera un fastidio por haberla despertado. —Cinco minutos más… no molestes.Dios. Esa voz ronca, somnolienta, y el cuerpo que se adivinaba bajo la bata… Me aclaré la garganta y me forcé a mirar hacia otro l
Eleni se removió entre las sábanas, buscando una posición cómoda. Pero algo en el aire la despertó: un sonido ahogado, un murmullo entrecortado que no provenía de su habitación. Se incorporó, mirando hacia la puerta entreabierta, y escuchó otra vez.— Que será eso... espero que aqui no hayan fantasmas.Gemidos. No eran los de placer, sino los de alguien que sufría.El corazón le dio un vuelco. Se levantó con cuidado, caminando descalza por el pasillo. La tenue luz que se filtraba desde la sala iluminaba apenas la puerta del cuarto de Otto. Los ruidos provenían de allí: respiraciones agitadas, golpes leves contra la cama, y una voz… su voz, rota y suplicante.—No... no me hagas daño… aléjate…Eleni sintió un nudo en el estómago. Golpeó suavemente la puerta.—¿Otto?No hubo respuesta, solo más murmullos, más desesperación. Entonces empujó la puerta y entró.Otto estaba completamente empapado en sudor, las sábanas revueltas, el pecho subiendo y bajando con fuerza. En su rostro se dibujab
Eleni se desperto varias horas despues, Otto ya tenia preparado un mini almuerzo solo para ellos dos.—Gracias— le dice ella mientras toma asiento junto a él.—No tienes que agradecerme, has pasado por mucho. Espero que te guste, me quedo deliciosa.En ese momento el telefono de Eleni volvió a sonar dentro de su bolso que estaba sobre el sofá.—¿Me pasas mi celular? está en mi bolsa.—Por supuesto.Otto tomó el celular al ver que se trataba de la abuelita de Eleni y, sin pedir permiso, cambió la llamada a videollamada. La pantalla se iluminó mostrando a Annitta y Paolo, los abuelos de Eleni, con sus arrugas marcadas por los años pero con los ojos firmes, como buenos griegos de carácter férreo.—¡Eleni! —exclamó Annitta al verla—. Gracias a Dios estás bien. Oh, no es Eleni... y ese caballero tan hermoso.Paolo, sin embargo, no apartó la mirada de Otto. Lo escrutaba como si quisiera atravesarlo.—Gracias, por lo de hermoso.—¿Y tú quién eres? —preguntó con voz grave.Otto sonrió con esa





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