En Berlín, donde el aroma a café y el pecado se mezclan en cada callejón, Otto Zeller reina. Dueño de la cafetería más famosa de la ciudad, barista profesional, millonario y adicto al sexo sin límites ni preferencias. Hombre o mujer, joven o maduro, sumiso o dominante… si puede calmar su sed incontrolable, es bienvenido en su cama. Para Otto, el placer no tiene moral. Es su forma de olvidar el vacío podrido que lo consume desde su infancia. Pero su mundo perfecto de cuerpos y jadeos se derrumba el día que conoce a Eleni Papadopoulos, una barista griega de espíritu fiero y sonrisa de diosa. Una noche de locura, pasión y lujuria termina en humillación cuando Otto la confunde con una prostituta y le deja quinientos dólares sobre la almohada antes de desaparecer. Lo que Otto no sabe… es que esa mujer que usó como un juguete es ahora su mayor rival. Su nueva cafetería abrirá frente a la suya, y su objetivo es uno solo: destruirlo profesionalmente y devolverle cada lágrima que ella derramó aquella mañana. Sin embargo, Otto no es un hombre que pierda. Para él, la competencia es un juego y las mujeres, trofeos rotos a sus pies. Lo que empieza como venganza se convierte en obsesión. Él la desea con un hambre oscura, y Eleni jura jamás volver a ser suya. Pero cuando un hombre como Otto Zeller decide poseerte, ni tu orgullo, ni tu cuerpo… ni tu alma estarán a salvo. ¿Podrá Eleni ganarle a un hombre que no distingue el amor del deseo ni el poder del placer? ¿O terminará rendida a los pecados de su enemigo?
Leer másEleni se bajó de la cama, se puso un abrigo encima de su camisón de dormir, tomó su bolso y salió sin pensarlo demasiado se subió en su minicuper. Condujo por menos de media hora y se aparcó frente al edificio de apartamentosNo veia las luces ensendidas asi que se decide a irse del otro lado de la playa, para ver si tal vez estaba en el barcón, igual no era tan tarde.—Que diablos estas haciendo Eleni... —se repite para si misma.La brisa del mar estaba fria. Caminó de puntillas por la orilla, los pies hundiéndose apenas en lo húmedo. Cada paso era una duda. No sabe porque demonios está tan nerviosa se repite que solo esta alli para asegurarse que no ha muerto.El apartamento de Otto se alzaba elegante frente al mar. Una estructura moderna, vidrio y piedra, como él: sólido por fuera, vulnerable por dentro.Eleni alzó la vista.Todo estaba oscuro.Ni una luz. Ni un reflejo. Ni una sombra detrás de las cortinas.El pecho se le apretó sin permiso. Sintió el impulso de acercarse, de subi
—Un cafe mate para la mesa cinco.—Dame la cuenta de la seis.—Helado con cafe y pie de manzana para la quince.Ha pasado una semana desde que Otto Zeller dejó de aparecer en la cafetería. Los primeros días, Eleni respiró con alivio. Pensó que había sucedido: que la tensión mortal se había disipado. Que por fin ella podía exhalar sin sentir esa presión detrás de cada bandeja, en cada mirada. Pero algo en su pecho le decía que no era descanso. Era vacío.Lunes a miércoles, la rutina volvió. Clientes felices, risas, camaradería entre baristas. Tatiana juntaba bandejas, Anna removía tazas y Katerina barría con diligencia. Pero Eleni—la Fiera como Otto la habia bautizado aquella noche—se movía con prudencia meticulosa. Había aprendido a identificar el peligro. No como temor… como aviso. Algo se estaba ausentando. Y era algo punzante.Jueves, el rumor se metió en la cafetería.—¿Dónde estará el señor Zeller?—¿Te acuerdas de ese hombre del traje gris que venía todos los días?—Sí... hace c
Eleni lo mira, indiferente. Realmente no se mueve. Solo lo ignora un segundo y contesta sin levantar la voz:—No es necesario. Gracias por preocuparte. No pierdas tu tiempo, esa cena es un “no”.Otto suspira con teatralidad y se dirige a la barra para pedir un café, cuando la fila avanza: “latte griego con leche de almendras y una galleta de coco”.La gente lo mira como un romántico apuesto. Él se atreve a mirar a Eleni con calma. Ella respira profundamente y se aleja.Otto Zeller volvió al mismo lugar, a la misma hora. Día tras día. A las 4:15 de la tarde, su figura impecable atravesaba las puertas de cristal de la cafeteria de Eleni, el cálido local donde Eleni y sus amigas llevaban los hilos del negocio como una familia improvisada de mujeres salvadas por el trabajo, la pasión y la lealtad.Nadie sabía por qué Otto Zeller, uno de los solteros más codiciados de Berlín, elegía ese sitio nuevo y refrescante. Nadie entendía qué encontraba en ese rincón aromatizado con vainilla, café to
El sonido del mar golpiendo suavemente la orilla, era lo único que rompía el silencio de la habitación. Otto Zeller despertó solo, enredado entre sábanas blancas de lino, sudado, la boca seca, y el pecho latiendo con fuerza como si hubiese corrido un maratón.Llevó la mano a su cabeza y gimió.—¿Qué mierda...? —murmuró, sentándose a medias.Reconoció su cama, su cuarto, el enorme ventanal que daba directo a la playa. Pero no recordaba cómo había llegado ahí. Lo último que tenía claro era el olor del mar… y a ella. Eleni. Su figura estática frente a las olas. El leve temblor de sus dedos al tocarle el rostro antes de desmayarse en la arena como un maldito idiota.Se inclinó hacia el borde de la cama. Notó algo extraño. El aroma. En sus sábanas, en su camiseta tirada en el piso, incluso en su piel… Ella. Lavanda, vainilla y cafe.Llevó los dedos a su nariz con urgencia, como un adicto. Era ella. Había estado ahí. Su corazón se disparó. Se echó hacia atrás, boquiabierto, con los ojos bie
Lo que ninguno sabía —o al menos Otto aún no comprendía— era que ella no se dejaba dominar por él porque ya la había marcado… pero mal. Ella sintió repulsión desde su primera vez por como el la trató.Eleni no estaba afectada como otras omegas, porque era diferente. Era una predestinada. Y esa predestinada no estaba dispuesta a un alfa arrogante, mujeriego y egocentrista que a simple vista tiene problemas existenciales.Ella es una virgen marcada por un alfa aún inconsciente de su unión. Una unión que no la hacía esclava… sino que lo ataba a él por quedar obsesionado. El impregnado no era ella. Era Otto.Esa noche, Otto salió del antro solo y adolorido, encendiendo otro cigarro, cruzó la calle y permaneció allí inquieto, mirando cómo luego Eleni reía con sus amigas y subía a un taxi, casi media hora después. Algo lo impulsó a seguirlas. No como acosador, no… como guardián. Se aseguró de que llegara sana y salva. Ese instinto protector no era suyo. No estaba en su naturaleza.—¿Qué mie
El local donde celebraban era uno de los antros más concurridos de la calle El Conde. Eleni llevaba un vestido rojo que moldeaba su figura como una segunda piel. Sus labios, pintados de carmesí profundo, eran una declaración de guerra. No lo dijo, pero sus amigas lo sabían: no era solo una salida, era un grito de victoria.Eleni y sus amigas se habían puesto sus mejores vestidos, altos tacones y ese brillo rebelde en los labios que decía “esta noche soy libre”. Habían ido a celebrar el éxito aplastante de la Papadopoulos Kafetería. A Eleni no le interesaba humillar a nadie… pero la victoria sabía a gloria. Y nada mejor que un buen antro para terminar la jornada.La música electrónica vibraba como un corazón desbocado. El lugar era un hervidero de cuerpos sudorosos y luces rojas pulsando como un orgasmo colectivo. Eleni se sirvió un shot de tequila y cuando iba por el segundo… lo vio.Como un eclipse de arrogancia y elegancia, Otto Zeller estaba en el área VIP, rodeado de seis mujeres.
Último capítulo