En Berlín, donde el aroma a café y el pecado se mezclan en cada callejón, Otto Zeller reina. Dueño de la cafetería más famosa de la ciudad, barista profesional, millonario y adicto al sexo sin límites ni preferencias. Hombre o mujer, joven o maduro, sumiso o dominante… si puede calmar su sed incontrolable, es bienvenido en su cama. Para Otto, el placer no tiene moral. Es su forma de olvidar el vacío podrido que lo consume desde su infancia. Pero su mundo perfecto de cuerpos y jadeos se derrumba el día que conoce a Eleni Papadopoulos, una barista griega de espíritu fiero y sonrisa de diosa. Una noche de locura, pasión y lujuria termina en humillación cuando Otto la confunde con una prostituta y le deja quinientos dólares sobre la almohada antes de desaparecer. Lo que Otto no sabe… es que esa mujer que usó como un juguete es ahora su mayor rival. Su nueva cafetería abrirá frente a la suya, y su objetivo es uno solo: destruirlo profesionalmente y devolverle cada lágrima que ella derramó aquella mañana. Sin embargo, Otto no es un hombre que pierda. Para él, la competencia es un juego y las mujeres, trofeos rotos a sus pies. Lo que empieza como venganza se convierte en obsesión. Él la desea con un hambre oscura, y Eleni jura jamás volver a ser suya. Pero cuando un hombre como Otto Zeller decide poseerte, ni tu orgullo, ni tu cuerpo… ni tu alma estarán a salvo. ¿Podrá Eleni ganarle a un hombre que no distingue el amor del deseo ni el poder del placer? ¿O terminará rendida a los pecados de su enemigo?
Leer másEleni se removió entre las sábanas, buscando una posición cómoda. Pero algo en el aire la despertó: un sonido ahogado, un murmullo entrecortado que no provenía de su habitación. Se incorporó, mirando hacia la puerta entreabierta, y escuchó otra vez.— Que será eso... espero que aqui no hayan fantasmas.Gemidos. No eran los de placer, sino los de alguien que sufría.El corazón le dio un vuelco. Se levantó con cuidado, caminando descalza por el pasillo. La tenue luz que se filtraba desde la sala iluminaba apenas la puerta del cuarto de Otto. Los ruidos provenían de allí: respiraciones agitadas, golpes leves contra la cama, y una voz… su voz, rota y suplicante.—No... no me hagas daño… aléjate…Eleni sintió un nudo en el estómago. Golpeó suavemente la puerta.—¿Otto?No hubo respuesta, solo más murmullos, más desesperación. Entonces empujó la puerta y entró.Otto estaba completamente empapado en sudor, las sábanas revueltas, el pecho subiendo y bajando con fuerza. En su rostro se dibujab
Eleni se desperto varias horas despues, Otto ya tenia preparado un mini almuerzo solo para ellos dos.—Gracias— le dice ella mientras toma asiento junto a él.—No tienes que agradecerme, has pasado por mucho. Espero que te guste, me quedo deliciosa.En ese momento el telefono de Eleni volvió a sonar dentro de su bolso que estaba sobre el sofá.—¿Me pasas mi celular? está en mi bolsa.—Por supuesto.Otto tomó el celular al ver que se trataba de la abuelita de Eleni y, sin pedir permiso, cambió la llamada a videollamada. La pantalla se iluminó mostrando a Annitta y Paolo, los abuelos de Eleni, con sus arrugas marcadas por los años pero con los ojos firmes, como buenos griegos de carácter férreo.—¡Eleni! —exclamó Annitta al verla—. Gracias a Dios estás bien. Oh, no es Eleni... y ese caballero tan hermoso.Paolo, sin embargo, no apartó la mirada de Otto. Lo escrutaba como si quisiera atravesarlo.—Gracias, por lo de hermoso.—¿Y tú quién eres? —preguntó con voz grave.Otto sonrió con esa
Luego de resolver algunas cosas Otto y Eleni se fueron al apartamento de este. Eleni necesita estar calmada y alejarse un poco de lo que la atormenta, por lo menos todos estuvieron de acuedo con eso. Eleni permanecía en silencio mientras Otto conducía el vehículo, el ruido de los neumáticos sobre el asfalto era lo único que llenaba el espacio entre ambos. Habían pasado tantas cosas en tan pocas horas que su mente apenas podía procesar el dolor, el miedo y la confusión.El fuego aún ardía en sus pensamientos, el humo en el aire, los gritos de los bomberos. Todo lo que había construido con tanto esfuerzo se había reducido a cenizas. La cafetería, su pequeño hogar, su refugio, su orgullo. Y ahora, de pie entre las ruinas, la única mano que se había extendido hacia ella había sido la de Otto Zeller.—Llegamos —murmuró él con suavidad, estacionando frente al edificio de arquitectura moderna que dominaba una esquina de la zona colonial.Eleni levantó la vista. El lugar era elegante, minima
La oficina privada de Otto olía a café recién servido, cuero y ese leve rastro de feromonas que él no podía disimular. Eleni se acomodaba en la silla, envuelta todavía en la chaqueta que él mismo le había puesto. El calor de la tela y el recuerdo de sus manos ajustando los calcetines en sus pies aún la tenían intranquila.Otto, con una calma calculada, rompió el silencio:—No te dejaré en la calle —dijo con firmeza, sin rodeos—. Quédate en el mío hasta que todo se solucione.Eleni, que ya esperaba ese ofrecimiento, levantó la barbilla con un gesto tranquilo.—No, gracias. Mis amigas y yo nos arreglaremos con su apartamento.Las dos socias, sentadas a un lado, se miraron entre sí, incómodas. Era cierto: vivían las dos en un espacio reducido, apenas lo suficiente para convivir sin estorbarse. Y ahora, con el desastre de la cafetería, la tensión solo aumentaba.Otto entrecerró los ojos, no acostumbrado a que lo contradijeran de esa manera.—Amiga recuerda que es muy pequeño y...—¿Me está
Al llegar al paseo colonial, la visión de las cenizas y del humo le corta la respiración. Los bomberos alfas continúan con los trabajos de contención, pero la destrucción es total.—Santa mierda.La Papadopoulos Kafetería y el apartamento sobre ella son solo escombros humeantes. El corazón de Otto late con fuerza. La adrenalina lo mantiene alerta, pero hay algo más que lo mantiene rígido: un miedo silencioso, un temor que no había sentido nunca. Que a ella le hubiera pasado algo si no hubiera dormido con el esa noche.Entonces la ve. Allí está, de pie, con la chaqueta ligeramente arrugada y humeda por la llovizna, cabello despeinado por el viento y la arena de la playa aún adherida a sus sandalias. Sus ojos azules recorren la devastación, pero no muestran miedo; muestran una mezcla de incredulidad, rabia contenida y resiliencia.Otto baja del auto sin pensar en nada más que en ella. Sus pasos resuenan sobre los adoquines húmedos, cada uno más decidido que el anterior. La gente a su al
Eleni cerró los ojos. Las palabras apenas entraban. Cortocircuito… como si una chispa hubiera decidido borrar años de trabajo, planificación y sacrificio. Se levantó, caminando entre la ceniza, notando cómo el calor de la estructura aún se mantenía en el aire. Sus amigas la rodeaban, intentando apoyarla, aunque la gravedad de la situación era palpable.—Tenemos que pensar qué hacer ahora —dijo Katerina, la voz firme pero temblorosa—. No podemos quedarnos paralizadas.—Sí… sí —respondió Eleni, tragando saliva—. Pero… todo está perdido… mi apartamento, la cafetería… todo.Anna abrazó a Eleni con fuerza, mientras Emil, el socio y confidente de Otto, apareció al fondo, levantando una ceja. Había escuchado el rumor y decidió acercarse para asegurarse de que ella estaba bien.—¿Estás herida? —preguntó—. ¿Necesitas ayuda?Eleni negó con la cabeza. Estaba más preocupada por lo tangible, por lo que había sido su sueño hecho realidad y ahora estaba reducido a cenizas. Pero una parte de ella no
Último capítulo