Desayunamos juntos.
Entre bromas y silencios cómodos.
No recordaba la última vez que había reído tanto antes de las ocho de la mañana.
Cuando terminó, se ofreció a lavar los platos. Yo protesté, pero no insistí demasiado. Me quedé viéndola moverse por mi cocina, con naturalidad, como si siempre hubiera pertenecido allí.
Y fue raro.
Bonito, pero raro.
Me apoyé contra la pared, cruzándome de brazos.
—Deberías quedarte un tiempo más aquí. Aunque puedas conseguir departamento, no seras más feliz que con mi compañia.
Ella me miró por encima del hombro.
—¿Por compasión?
—Por egoísmo —le dije sin dudar—. Me gusta tenerte cerca.
No dijo nada. Solo siguió lavando. Pero noté el pequeño temblor en sus dedos.
No sé si era por mis palabras o por el agua fría.
Más tarde ya habia arreglado la lavadora y cuando se fue a cambiar, me quedé solo en la sala, mirando el techo.
Pensando en la noche anterior.
En cómo temblé, en cómo ella me abrazó.
Nadie me había calmado así.
Nadie.
Y ahora, verla ahí, cam