Mundo ficciónIniciar sesiónAnnabel Alderwood solo conoce la vida en la academia de brujas. Solo sabe seguir las ordenes de su tía para no ser igual que su madre: una loca... o eso es lo que dice su tía. Eso es hasta que empieza a descubrir las mentiras de su tía. La única familia que conoce le oculta cosas y ya no sabe a quién creer. ¿Que puede hacer ? Irse lejos y vivir una vida tranquila, pero nada es tranquilidad para ella. De algún modo entra a la vida de Darius Kellington, más conocido como el Alfa Oscuro y según el es su compañera. ¿Como una bruja va a ser compañera de un lobo? ¡Eso nunca se ha visto! Pero con cada cosa que descubre, más quiere estar cerca de él. Su vida esta llena de mentiras y tendrá que descubrirlas todas antes de poder ser feliz.
Leer más-Annabel-
La oscuridad era muy grande, no podía ver, ni oír nada. ¿Dónde estaba? Traté de avanzar pero unas ramitas se incrustaron en mis pies, ahí me dí cuenta que estaba descalza y el blanco de mi camisón resaltaba en esa oscuridad. Avancé pendiente de todo mi entorno esperando que algo cambiara. Poco a poco fui capaz de distinguir las siluetas de los árboles.
–Estoy en un bosque.
¿Qué hacía ahí? Se notaba que estaba sola, así que seguí avanzando decidida a encontrar una salida de ese lugar.
A lo lejos algo blanco empezó a acercarse.
–Annabel despierta.
Diana, mi compañera de cuarto, me despertó. Todo fue un sueño, pero lo sentí tan real…
Me siento en la cama y me destapo, miro mis pies y están limpios. Siempre estuve en mi dormitorio.
–¿Qué te pasa? –Diana me mira raro, pero no me importa. Ese sueño se sentía tan real… –¡Annabel! ¡Te estoy hablando!
–Nada, nada. –Si no respondía seguirá preguntando hasta que me hiciera hablar. Llevaba 7 años siendo mi compañera de cuarto y ya la conocía como era.
No podía decir que fuéramos amigas, pero por lo menos era tolerable.
–Murmurabas en sueños. –Eso me llamó la atención. Según yo había estado en silencio en todo momento, pero parece ser que no fue así.
–¿Qué decía?
–Ven, ven. Eso fue lo único que decias. Como si estuvieras sufriendo. Fue raro. –Me levanté decidida a dejar ese sueño inconcluso de lado. Ya si volvía a pasar lo investigaría. Como siempre decía la directora, si pasa una vez puede ser casualidad, pero si pasan más veces… ¡investiga!
Estaba empezando los tiempos fríos así que busqué panties para colocarme debajo de la falda azul marino. Estaba cursando mi último año en la academia de brujas de San Lorenzo. Una vez que terminara podría empezar alguna especialidad. Todos querían que siguiera una especialidad de sanación, pero lo que yo quería era adivinación.
Me apasionaba descubrir el pasado y futuro de las personas. Para mí era muy fácil, solo tenía que tocarla y concentrarme en la persona y podía vislumbrar cosas de ella. No necesitaba una bola de cristal o cartas como las demás para saber sobre sus futuros.
–¡Señorita Annabel!
Me giré al escuchar mi nombre y vi a una pequeña de primer año correr hacia mí.
–¿Qué sucede?
–La directora me envió a buscarla. Necesita hablar con usted.
–Gracias.
Dí media vuelta y me interné por otro pasillo para ir al despacho de la directora. Me preparé para la conversación que me esperaba. No tenía que ser una adivina para saber que quería. Toqué la puerta y en cuanto me dieron permiso para entrar me di valor para lo que venía.
Tenía mis propias aspiraciones y quería cumplirlas.
–Annabel.
–Buenos días, tía.
Cualquiera que nos viese juntas no creerían que fuésemos familia. No nos parecíamos en nada. Mientras que mi tia era de una estatura promedio, piel morena, ojos color negro y con unos rizos negros que nunca podía domar. Yo era todo lo contrario, metro ochenta, piel pálida como si nunca hubiese visto la luz solar, unos ojos grises y mi cabello era rubio platino que caía por mi espalda en suaves ondas.
–Como bien sabes, ayer fue el último día para presentar sus solicitudes a quienes serán sus maestros por los siguientes dos años en la especialidad que han elegido. Estaba revisandolas y encontré una sorpresa para nada grata. –Dejó de hablar y me miró con una cara seria, para nada contenta con lo que había encontrado. –¿Te puedes imaginar qué encontré?
Permanecí en la puerta con el corazón latiendo a mil. Estaba nerviosa. Esta era la primera vez que trataba de hacer lo que yo quería.
–¡Responde!
–Mi solicitud para estar bajo la guía de la maestra Lydia. –Mi tía se me acercó con mi solicitud en la mano.
–¿Y ella de que es conocida? –Ahora que la veía de cerca se notaba furiosa.
–Adivinación.
Estaba con retorcijones en el estómago, mis manos me sudaban, pero ya estaba en esto. No había marcha atrás.
–Correcto. Adivinación. –Lo dijo con un tono de repulsión. –Tú serás una sanadora. No vas a ir por ahí adivinando la vida del resto. Tú salvarás vidas. Creí que para eso te estabas preparando todos estos años. Todos tus electivos tienen que ver con la sanación. ¡No con adivinación!
–Pero a mi me gusta… –Mi voz ya era apenas más fuerte que un susurro.
–Una cosa es que te guste y otra que lo practiques. No voy a tener una sobrina que sea solo una adivina. Ese no es el futuro que planee para tí.
Y ahí estaba. Mi vida siempre había sido planeada por mi tía. Estudiaría en su academia, sería la número uno, después estudiaría sanación. Supongo que ya tenía decidido hasta con quien me casaría y cuántos hijos iba a tener.
–Pero…
–¡Ya basta Annabel! Creí que te importaba tú futuro, pero veo que no es así. –Vi cómo rompía mi solicitud, para después volver a su escritorio y llenar una con los datos correctos. –Si sigues por este camino terminarás como tu madre y no voy a permitirlo.
Mi madre. Siempre que me salia del camino que había impuesto mi tía me decía que iba a terminar como mi madre.
Casi ni la recordaba, era pequeña cuando se fue y me dejó a cargo de mi tía. En todos estos años nunca había aparecido para darme una explicación. Según mi tía era una loca sin remedio, que había traicinado todas las costumbres de las brujas, era una vergüenza para la familia Alderwood.
–Sí tía.
–Vete a clase.
SalÍ de la oficina viendo que ya casi no tenÍa tiempo para desayunar. Suspire y me diriguí al salón de clase, yo no podía llegar tarde. Después tendría que comer algo.
Poco tiempo despues ingresaron mis compañeras muy animadas poniendose al dia sobre lo que habían hecho el fin de semana. La gran mayoria viajaba a ver a sus familias y si no volvian los domingos en la tarde lo habian los lunes en la mañana.
-Annabel-Cuando Darius cerró la puerta, el silencio se volvió casi insoportable.Podía sentirlo todavía ahí, al otro lado del pasillo, con esa energía suya que llenaba el aire incluso cuando no estaba presente.Pero no podía permitir que pasara la noche en la misma habitación que yo. Me quedé sentada en el borde de la cama, con el colgante entre las manos.Era un pequeño medallón plateado, ennegrecido por el tiempo, con una piedra opaca en el centro que parecía absorber la luz de la chimenea. Algo en ese objeto me llamaba, como si me susurrara al oído cada vez que intentaba ignorarlo.Pasé el pulgar sobre la piedra. Estaba tibia.Cerré la mano alrededor del colgante y respiré hondo. Un escalofrío me recorrió el brazo.Por un momento sentí como si algo se moviera dentro de la piedra… una vibración leve, insistente.Y entonces, el mundo se desdibujó.---El aire olía a flores secas y a magia.Abrí los ojos y me encontré de pie en una cocina pequeña, cálida, bañada por una luz dorada.
-Darius-Annabel quería ver la casa donde vivía Samantha. Así que ahí la llevé. Él no sabía qué esperaba encontrar allí, pero el instinto —ese mismo que tantas veces Me había salvado la vida— me empujaba a confiar en que ella iba a encontrar algo que a mi se me hubiese pasado.Annabel caminaba a mi lado, silenciosa, con el rostro medio cubierto por su cabello. Desde que habíamos salido del pueblo, no había pronunciado más de tres palabras.—No queda nada —le dije deteniéndonos entre los restos—. Solo piedras y hollín.—A veces las piedras guardan más de lo que creemos —respondió ella, observando el suelo con atención.—Aquí no hay nada.Annabel no contestó de inmediato. Se inclinó para apartar un trozo de madera ennegrecida, revelando un colgante metálico medio enterrado. Lo levantó con cuidado: un trozo de medallón con una runa grabada.—Esto —murmuró.Fruncí el ceño.—¿Qué es?—Un collar de protección. Supongo que de Samantha. —Pero eso no nos sirve de nada. Con un collar no vamos
-Annabel-Darius dio un paso hacia mí. Cada movimiento suyo parecía calculado, contenido, como si se contuviera de algo más que de tocarme.—¿Y bien? ¿Nada que decir? —Susurró mirándome a los ojos. No supe qué decir. ¿Cómo podía saberlo? Yo solo pensé que tenía que venir a este lugar y lo hice. —Solo vine a buscar respuestas —murmuré, apartando la vista—. No tiene nada que ver contigo.—Y supuestamente tampoco tiene que ver contigo. Así que no entiendo por qué estás aquí —sus palabras fueron un golpe suave, pero certero.—Samantha era una bruja igual que yo. Quiero saber la verdad. Di un paso atrás, necesitando espacio, aire… cualquier cosa que no fuera él.—Mitad bruja. —Me recordó. Y eso era algo de lo que no quería hablar.—No quiero hablar de eso —dije, tratando de sonar firme.—¿Qué tengo que hacer para que me creas? —Su voz sonaba frustrada.Guardó silencio un segundo, como si eligiera con cuidado las siguientes palabras.—Sé que sientes el vínculo. Eso no puedes negarlo.Mis
-Annabel-El sol estaba alto, y aun así temblaba. No de frío, pero si de nervios. Las calles de la ciudad seguían llenas de gente, autos, ruido… todo tan normal que dolía. Nadie sabía que, a unas cuadras de ahí, una bruja se había escapado por la ventana de su supuesto compañero destinado.Me metí en un callejón estrecho, buscando alejarme de la multitud y salir de una vez por todas de esa ciudad, antes de que el sello que coloque en mi para ocultar mi olor desapareciera. No era una especialista, así que no podía confiar en que fuera muy efectivo contra un hombre lobo.Quería creer que Darius estaba equivocado. Que no éramos compañeros. Que todo eso del vínculo era un error, una ilusión. Quería que su voz, tan firme cuando dijo “eres mía”, fuera solo una mentira más de un Alfa acostumbrado a salirse con la suya. Pero cada vez que cerraba los ojos, podía sentir esa atracción.—Es solo atracción, nada más. —Murmuré para mí antes de seguir caminando. Pronto estaba ingresando una vez más
-Darius-Me agaché junto a los restos carbonizados de lo que debió ser la cabaña de Samantha. Aún quedaban fragmentos de vidrio encantado enterrados en la tierra, opacos, sin energía. La magia de la bruja se había desvanecido con ella. Era difícil ignorar el vacío que dejaba, como si algo primordial hubiera sido arrancado de este lugar.Pasé los dedos por la madera quemada, deseando comprender qué había ocurrido. Pero no era un asesinato cualquiera. Era una ejecución fría, calculada.El aire cambió.No por el viento, sino por algo más, algo intangible que presionaba sobre la piel.Me puse de pie al instante. No me sorprendía. La brujería siempre deja una marca, una huella, y había alguien cerca.—No es necesario que gruñas, príncipe Darius —dijo una voz suave y medida, interrumpiendo el silencio.Me giré rápidamente, instintivamente protegiendo mi espalda, aunque sabía que no había peligro inmediato. Ella ya estaba ahí, de pie con una calma que no era natural.Una mujer, alta, envuelt
-Darius-Desde el balcón del segundo piso, donde la luz plateada de la luna se filtraba entre los árboles, mis ojos encontraron el perfil oscuro del castillo.Aún estaba en pie. A pesar de todo. Como si se negara a morir, como si las paredes quisieran seguir contando una historia que el mundo ya había olvidado… o prefería no recordar.Ahí crecí.Ahí fui príncipe, hijo del rey.Ahí también vi morir a mi familia.Apoyé las manos en la baranda de piedra. La madera nueva de esta casa contrastaba con los muros viejos del castillo, con su eco hueco y sus salones fantasmas. Podía verlo todo. El salón principal iluminado por fuego y sangre. El caos de aquella tarde.Las manadas se habían unido. Alfas que una vez se inclinaban ante mi padre, decidieron que era suficiente. Vinieron con dientes y furia. Casper lideraba la carga. Yo estaba encerrado, acusado de traidor. Mi propio padre me había lanzado a una celda, creyendo que quería arrebatarle el tronoFueron los gritos los que me alertaron. E
Último capítulo