El Incontrolable Sr. Zeller.
El Incontrolable Sr. Zeller.
Por: Mckasse
Loba en llamas.

Berlín la recibió con la misma brisa fría que recordaba de sus vacaciones el año pasado. Era una ciudad vibrante, multicultural, llena de cafés minimalistas, jazz en cada esquina y murales que contaban historias de un pasado doloroso y un presente rebelde. Por eso Eleni Papadopoulos, con apenas veintisiete años y todos sus ahorros reunidos en una cuenta alemana, decidió que era hora de mudarse de Atenas y abrir su propia cafetería para licantropos en esta ciudad que la hacía sentirse viva.

Había llegado cinco días antes de la Competencia Internacional de Barismo de Berlín, donde más de cincuenta baristas de Europa demostrarían su talento frente a jueces de renombre. Ella ya estaba inscrita. Había practicado durante meses su técnica de latte art con espuma microtexturizada y su receta de café filtrado con notas cítricas, un método tradicional heredado de su abuelo alfa, un licántropo que la ama como a nadie.

Pero esa noche antes de la competencia, Eleni decidió olvidar por unas horas la presión que sentía. Salió en su Cupper con dos amigas griegas Omegas, Anna y Katerina, a un bar con música electrónica en la zona de Kreuzberg. Una zona para ligue de lobos y otras especies. Brindaron con ouzo primero, luego vino blanco, luego gin tonic. Se rieron como colegialas, bailaron hasta que sus cuerpos sudaron, sus pechos subían y bajaban con la música, y sus mejillas ardían por el alcohol aunque solo se dijo que serian unos cuantos tragos.

—Eleni, hoy es tu noche. Mañana te auguro que vas a romperla en esa competencia —le gritó Anna en el oído, entre luces estroboscópicas y el bajo que retumbaba.

Eleni sonrió. Su cuerpo vibraba, pero no solo por la música. Había algo más. Una sensación extraña que la impulsaba a mirar hacia la barra.

El bajo retumbaba en sus costillas como un tambor de guerra. Las luces rojas y azules del club parpadeaban sobre su rostro, resaltando el brillo de sudor en su frente. Eleni se movía al ritmo de la música, con los ojos cerrados y los labios entreabiertos, mientras sus amigas Anna y Katerina reían y bailaban a su lado. Todos los licantropos de la disco la codiciaban con los ojos.

Pero no era la música la que la tenía tan mareada ni las miradas llenas de deseo. Era él. Un posible licántropo alfa.

Otto Zeller la miraba desde la barra como un lobo depredador paciente, con un vaso de whisky en su mano derecha y la izquierda en su bolsillo, marcando su figura alta y poderosa. Sus ojos azules la recorrían con una intensidad que la hacía sudar, como si la desnudara con la mirada.

Cuando ella abrió los ojos y sus miradas se cruzaron, él sonrió de lado, esa sonrisa torcida que hablaba de pecado y placer.

Sin apartar sus ojos de ella, Otto dejó su vaso vacio en la barra y caminó hacia la pista con pasos lentos, seguros, casi felinos. La gente se hacía a un lado sin darse cuenta, como si su presencia creara un campo de energía imposible de ignorar. Las chavas babeaban cuando pasaba a su lado.

—Hola… Fiera —dijo en su oído, usando el apodo que él mismo le había dado minutos antes. Su voz era grave, ronca, cargada de un acento alemán profundo que la erizó entera.

Ella giró el rostro hacia él, casi rozando sus labios. Su aliento olía a whisky y menta.

—No me llames así. Me llamo Eleni —le grita, pero su voz temblaba y él lo notó.

Sus amigas lobunas los miran y se ríen entre ellas, cuando él les guiña un ojo evaluando cuántas de ellas se irían con él.

—¿Por qué no? —preguntó con un tono burlón y sensual, deslizando sus manos grandes por su cintura hasta apoyarlas en la parte baja de su espalda. La acercó a su cuerpo duro, pegando su erección a su vientre. Eleni contuvo un gemido.

Las amigas se taparon la boca y miraron para otro lado.

La música cambió a una canción más lenta, con un ritmo grave y sensual.

—¿Bailas o solo sabes coquetear? —pregunta ella sin tapujos.

Otto comenzó a mover sus caderas contra ella, guiándola con firmeza. Su cuerpo era cálido, sus músculos se tensaban y relajaban al compás, haciéndola sentir pequeña y frágil en sus brazos.

—Asi que eres una bailarina nata. Hola soy Otto.

—Bailas bien… Otto—dijo ella, intentando sonar casual mientras su corazón golpeaba con fuerza contra su pecho.

—Hago muchas cosas bien… Fiera —respondió él, con una sonrisa peligrosa.

Eleni sintió un escalofrío de placer recorrerle la columna. Sus pechos rozaban su pecho ancho, sus pezones duros se marcaban en el vestido negro ceñido que llevaba.

—Te ves deliciosa.

Él bajó la cabeza y la besó en la base del cuello, dejando un camino de calor hasta su oreja. Ella arqueó su espalda, entregándose a su boca.

—Tu no te ves mal.

—Hay un motel cerca… —susurró en su oído, su voz ronca cargada de lujuria—. Por si quieres que te apague ese fuego, Fiera.

Ella abrió los ojos, su respiración desbocada. Se apartó un poco para mirarlo mejor. Su rostro era perfecto, masculino, de mandíbula fuerte y nariz recta. Sus ojos azules la devoraban como si no hubiera mañana.

—¿Un motel…? —preguntó con un dejo de duda.

Otto sonrió, deslizando su pulgar por su labio inferior.

—Te ves agotada. No tienes idea de lo que puedo hacerte esta noche… unos buenos masajes—dijo, con una promesa peligrosa en sus palabras.

Eleni tragó saliva. Nunca había hecho algo así. Nunca se había ido con un desconocido y menos ido con un hombre. Pero su cuerpo estaba en llamas, su piel ardía, su vientre se contraía con necesidad. Sus muslos temblaban.

—¿Eres un soltero bueno dando masajes? —preguntó de pronto, intentando calmar el torrente de hormonas en su cuerpo.

Otto soltó una risa suave, ronca, casi tierna.

—Sí. Muy soltero. Tengo mi propio negocio aquí en Berlín, vivo solo… —dijo sin dar detalles, mientras sus manos volvían a sus caderas y la pegaban aún más a su cuerpo duro—. Y tengo una moto de alto cilindraje… —susurró en su oído, rozando su lóbulo con sus labios calientes—. Vamos y demos un paseo, te enseñaré la ciudad desde otra perspectiva. Luego vamos y... descansamos.

Eleni cerró los ojos con fuerza, un gemido suave escapó de su garganta. Era su loba. Su cuerpo entero gritaba por él. Nunca había sentido tanta atracción física en su vida. Era como si este hombre hubiera nacido para encender su fuego con su lobo interno.

—Vamos… —susurró él, tomándola de la mano y alejándola de la pista de baile—Tus amigas pueden venir, cabemos todos.

Anna y Katerina la miraron con una ceja alzada, sonriendo con picardía.

—El nos invita a dar una vuelta en su moto. ¿Vienen?

—No...vayan ustedes, estaremos aquí. Igual nos iremos en taxi. Ninguna puede conducir.

Eleni solo les lanzó una mirada suplicante para que no la detuvieran. Sabía que la regañarían después, pero no le importaba. Hoy quería vivir, sentir el viento en su cara.

Salieron del club y el frío de la noche berlinesa la golpeó en las piernas desnudas. Otto sacó de su bolsillo un llavero y presionó un botón. La moto que estaba estacionada frente al club parpadeó con sus luces LED. Era negra, brillante, enorme, con un rugido de motor grave y poderoso cuando la encendió.

—Súbete, Fiera —ordenó él, con esa voz grave que hacía que su vientre se contrajera.

Ella se subió detrás de él, abrazándolo por la cintura. Sintió los músculos de su abdomen tensarse bajo su camisa ajustada. El motor vibraba entre sus piernas, haciéndola temblar aún más.

—Debes traerme devuelta.

El pensó que era para cazar a otro cliente.

—Claro.

Otto aceleró y la moto rugió por las calles de Berlín, con el viento helado azotándole el rostro y su perfume amaderado mezclándose con el olor del aceite y la gasolina. Era salvaje, peligroso, intenso. Era perfecto.

Llegaron al motel media hora después de que le enseñó parte de Berlín. Un edificio de tres pisos, luces rojas en la entrada y habitaciones con cortinas gruesas y puertas metálicas. Otto aparcó la moto y bajó primero, ayudándola a bajar. La tomó de la mano y la guió hasta la recepción, donde pidió la mejor habitación disponible.

—Este está muy cerca del club.

—¿Me vas a dar el masaje aquí?

—Te daré todo lo que quieras.

Subieron las escaleras en silencio, con la tensión sexual flotando en el aire como electricidad. Cuando llegaron a la puerta, Otto abrió con la llave y entraron.

Eleni apenas tuvo tiempo de mirar la cama amplia, las luces suaves y el espejo en la pared, antes de que él la empujara suavemente contra la puerta y la besara con una pasión desbordante.

—Espera...vas muy rápido.

—¿No quieres volver pronto con tus amigas? Ya son las once de la madrugada.

Sus labios eran duros, demandantes. Su lengua entraba en su boca y la exploraba sin permiso, mientras sus manos grandes recorrían su cuerpo, subiendo por sus costados hasta sus pechos. La besó con furia, como si tuviera hambre.

—Eres tan jodidamente hermosa… —susurró entre beso y beso, quitándole la chaqueta que le prestó y bajando los tirantes de su vestido hasta que se deslizó al suelo.

Eleni temblaba. Sus pechos desnudos se endurecieron al contacto con el aire frío y con su mirada. Él sonrió, deslizando su lengua por su cuello, bajando hasta su clavícula, besándola y mordiéndola suavemente.

—Otto… —gimió ella, aferrándose a sus hombros anchos queriendo oponerse pero la atracción era demasiado fuerte. Su cuerpo cambió. Sus orejas, colmillos y orejas se manifestaron.

—Dime que me quieres dentro… no seas tímida—ordenó él con voz ronca, bajando su cabeza hasta su pecho y succionando uno de sus pezones con fuerza. Cambiando tambien.

—Te quiero… —jadeó ella, sin saber si hablaba con su boca o con su cuerpo entero.

Él gruñó, desabrochándose el cinturón y bajando su pantalón y ropa interior de un tirón, liberando su erección impresionante. Eleni lo miró con ojos enormes, su vientre se contrajo de miedo y deseo al mismo tiempo.

—No...eso no va a caber...mejor nos vamos. Ya no quiero.

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