Alicia lo perdió todo en un solo día. El amor de su vida se casó con su hermana. Fue acusada de traición y desterrada de la manada sin derecho a defenderse. Sin loba, sin familia y sin rumbo, vagó sola por un mundo que solo conocía por las historias que le prohibían escuchar. Pero cuando una joven muda la rescata de los cazadores de esclavos y un misterioso Alfa irrumpe en su vida, Alicia descubre que todo lo que creía saber era una mentira. La sangre que corre por sus venas pertenece a una línea poderosa, olvidada... y peligrosa. Ahora, deberá elegir entre la venganza que la consume o la verdad que podría liberarla. Porque a veces, ser una traidora, es el primer paso para convertirse en leyenda.
Leer más"Matrimonio. Sangre. Traición. Tres cosas que definirían esta noche... y mi destino."
El vestido blanco de Lilith brillaba bajo la luna llena, tan puro como falsa era su sonrisa.
Yo, Alicia, la hija rota del Alfa, observaba desde las sombras mientras apretaba el puñal escondido entre mis harapos.
No pude evitar mirar al hombre bien vestido a su lado... el amor de toda mi vida.
Y ahora se casaba con otra mujer, con mi hermana Lilith, por que yo no era suficiente, no era más que una omega sin loba que servía el té y lavaba los baños, no era más que una esclava en la familia.
Aunque soy la hija mayor de la manada Luna azul, en mi sangre no corre la magia de los lobos.
Mi padre tuvo una segunda hija de sangre pura, una loba de raza superior que ocupó el lugar que me correspondía en la manada, relegándome al papel de una sirvienta, pero ese día era más agotador de lo normal.
Todos los generales de mi padre se habían reunido para presenciar el matrimonio de mi hermana con un lobo fuerte y poderoso de la manda que estaba destinado a convertirse en el alfa, pero ese lugar era el que me correspondía a mí, sin embargo, estaba ahí en la cocina preparando el pudín.
Ser azotada era algo común, pero esa noche los golpes fueron especialmente frecuentes.
La boda dio inicio con una gran algarabía, fui empujada entre los esclavos hacia el salón principal, dónde estaba mi madrastra sentada en la cabecera de la mesa junto con mi padre, pude ver a la pareja ideal, mi hermana Lilith y a Mael, el hombre con el que se supone que debía casarme.
Pasé gran parte de mi adolescencia fantaseando con eso, con el hecho de que él, cuando fuera mi esposo, me sacaría de la vida desastrosa que tenía, pero también se me había arrebatado ese derecho, ¿cómo el lobo más fuerte de la manada se casaría con una mujer sin lobo, una insana?
Ahí estaban, sentados uno al lado del otro, Mael clavó sus ojos azules en los míos y apartó la mirada con indiferencia, una indiferencia que me cruzó el corazón con un cuchillo, pero así eran las cosas.
Dejé el pudín sobre la mesa y traté de regresar corriendo a la cocina.
—¡Alicia! —La voz de mi hermana cortó la música—. Ven, hermanita, limpia esto. —Señaló una mancha de vino en su vestido nupcial con una sonrisa de víbora—. Quiero que todos vean cómo la hija bastarda del Alfa lame mi copa como la perra que es —Su voz fue un susurro, pero yo alcancé a escucharla.
Los invitados rieron. Mael, mi amor prohibido, apartó la mirada.
Yo no limpié.
Volqué el vino sobre su regazo, manchando de rojo el símbolo de su pureza.
—¡Puta! —El golpe de Lilith me hizo sangrar, pero sonreí—. ¿Crees que esto cambiará algo?
Miré a Mael, cuyo puño se apretó al verme escupir un diente pero sin decir nada... ni hacer nada.
Mi padre se puso de pie, y mirándome con fiereza bramó.
— ¡Has querido arruinar la boda de tu hermana!
— Papá, yo…
— ¡Nada! — gritó — pasarás la noche en el calabozo. Un grupo de guardias me tomaron por los brazos y me sacaron del lugar, humillada y maltratada fui llevada hacia el calabozo, pero al menos no me quitaron la daga que tenía conmigo y que afilaba cada noche.
Me lanzaron como si fuese un monstruo y me dejaron ahí, en el frío de la noche. Me puse de pie y observé la luna a través de los barrotes de la ventana.
— ¿Por qué soy así? — le pregunté — ¿por qué no tengo una loba? — pero la luna no contestó, ¿Cómo podría contestar?
un rato después alguien golpeó con los nudillos un barrote de mi celda, cuando levanté la cabeza lo vi, a Mael. me miró con una mesla de lástima y compasión.
— ¿Por qué haces esto? — me preguntó — desde que eramos niños sabían que mi gran sueño era convertirme en el alfa de esta manada, ¿por qué quieres arruinarlo? — yo le aparté la mirada, que creyera que yo quería arruinar su gran noche era un insulto para mi, así que le aparté la mirada.
— Tú sabes que soy feliz por ti… aunque no sea conmigo.
— Alici… — un grito lo silenció, algo que vino desde afuera, así que me miró una última vez — volveré — y dicho esto salió corriendo del calabozo.
Levanté la cabeza y saqué la daga que tenía entre el vestido, al parecer, uno de los guardias que custodiaban la entrada del calabozo había gritado, y entonces, los vi, caminar por el pasillo, con paso lento y meditado, dos enormes lobos blancos.
Di dos pasos atrás, en la manada de mi padre no habían lobos de pelaje blanco, eran una leyenda, un mito nada más. Sus ojos brillantes se posaron en mí, y entonces sin previo aviso se abalanzaron sobre los barrotes y comenzaron a romperlos.
Retrocedí asustada, con el corazón golpeando con fuerza en mi garganta, los lobos comenzaron a romper los barrotes y uno de ellos metió la cabeza, así que tomé la empuñadura de mi daga y la hundí profundo en su ojo.
El lobo chilló con fuerza y retrocedió, pero el hueco entre los barrotes se hizo más grande y al final el otro lobo logró entrar en la celda. Se abalanzó sobre mí e intentó quitarme el vestido, ¿acaso quería abusar de mí? Tiró de mi falda con fuerza y me arrastró hacia afuera, como si quisiera sacarme de la celda.
Grité, pero nadie vino en mi ayuda, con el corazón acelerado intenté cortar con mi pequeña daga al lobo que me arrastraba, pero una enorme fuerza me lo quitó de encima. Era uno de los lobos de mi padre, con el pelaje oscuro. Los lobos blancos se miraron entre ellos y salieron despedidos por el otro extremo de la cárcel.
El lobo de mi padre regresó a su forma humana y me miró asqueado.
— ¿Te ibas a ir con ellos? — preguntó — yo lo vi, ¿estás aliada con los lobos blancos? El alfa debe saberlo — salió corriendo del calabozo y yo lo seguí.
— Claro que no estoy con ellos — grité — ellos me querían dañar — pero el lobo no me escuchó.
Salí corriendo del calabozo y cuando llegué al gran salón me sorprendí al verlo. Todo estaba hecho un desastre, al parecer la manada había sufrido un atentado.
— ¡Papá! — grité y corrí hacía donde mi padre estaba hablando con el lobo que me acusó en la cárcel, y cuándo sus ojos se posaron en los míos vi la rabia en ellos.
— Siempre tuviste envidia de tu hermana — me dijo — pero conspirar con los lobos blancos para arruinar su boda es una traición que no estoy dispuesto a tolerar, Alicia, estás desterrada de la manada Luna azul.
Perdí la conexión con la cabra un rato después. Podía seguirla sintiendo, así como cuando la sentí desde la montaña del aquelarre. Podía sentirlo, lejana, pero no sentía que ya me buscara. Se había alejado.Retrocedí y me recosté en el fondo de la celda. Con mis poderes, podría abrir las rejas en cualquier momento. Podía crear un cuchillo que traspasara los barrotes como si fueran mantequilla, o, con mi hielo, podía crear una llave que abriera la puerta.Pero ¿a dónde iría? Tendría que abrir un enorme túnel a través de la montaña y, aun así, me toparía con el velo. Con el velo que había creado mi propia magia… y no sería capaz de atravesarlo. De todas formas, estaba atrapada.Y no sabía si Estefanía le había contado a Mordor que ya habían regresado mis poderes. Tal vez sí. La quería y la extrañaba, y se portaba como cuando era humana, pero yo sabía que había pasado mucho tiempo con aquella criatura. Tal vez la habían envenenado en mi contra. Tal vez había revelado la verdadera natural
—No me parece demasiado arriesgado —dijo Bastian, sentenciando su palabra con claridad.Pero yo estaba completamente decidido a hacerlo y no había nada ni nadie que me impidiera realizarlo. Ni siquiera el mismísimo Bastian.—Alfa de Flagela, es una buena idea —le dije—. Mordor no lo esperará. O tal vez sea justo lo que espere.—No puedes darte este lujo. Eres el Alfa de Luna Azul, Mael, te necesita. Que vaya alguien más.Pero yo negué.—¿Cómo puedo permitir que alguien de mi manada arriesgue su vida en esta guerra si yo no puedo hacer lo mismo? Mi manada estará bien. Esto que hago es un sacrificio en su nombre también. No lo veas como que lo hago porque estoy enamorado de Alicia. Velo como lo que es: un acto estratégico en la guerra. Si Mordor logra manipular a Alicia, o torturarla, o de alguna forma que no sabemos logra hacer que ella levante el velo y también la tormenta... ya no habrá nada que pueda detener su ejército. Tiene a muchos humanos de su lado, y a su tecnología. Eso sign
Tomar la decisión tardó más de lo que yo hubiese querido. Mucho más.Nosotros, miembros de la Cofradía —incluido Axel—, teníamos que autorizar la exploración.La cabrita estaba devastada. Se movía desesperada en los brazos de Sirius, intentando salir corriendo en la dirección que le indicaba su instinto, como si, seguramente, Alicia la estuviera llamando. Tal vez así era… y aquello me preocupó.La desesperación del pequeño animal indicaba la desesperación que tenía Alicia en ese momento. Tal vez la estuvieran torturando, y eso me asustó.Tuvimos que esperar al menos media hora a que los vampiros que estaban monitoreando la zona para intentar encontrarla llegaran con nosotros.No tuvimos mucho tiempo para explicarles por qué teníamos que seguir a la cabra. Tampoco es que quisiéramos hacerlo. Era mejor que, entre menos supieran que la cabra era el corazón de la tormenta, mejor.Si Mordor —tal vez no en persona, pero sí con su voluntad— había sido capaz de entrar hasta la torreta de la C
Quería hacer cualquier cosa menos lo que estaba haciendo en ese momento: sentado en esa mesa, con las manos cruzadas, esperando.Era lo que me habían dicho que tenía que hacer: esperar. Pero estaba cansado de esperar. No habían pasado al menos unas cinco o seis horas desde que Mordor se había llevado a Alicia y a Donovan, y me sorprendía la paciencia que estaba teniendo la Cofradía.Estaba ahí sentado, con la pequeña cabrita jugueteando entre mis piernas. Sirius paseaba de un lado para otro, y aquello comenzaba a ponerme incluso más nervioso y estresado, pero lo dejé. Cada quien tenía que librar la frustración a su modo.La puerta se abrió y Bastian entró por ella. Me puse de pie de inmediato.—¿Nos vamos ahora? —le pregunté.Pero el Alfa de Flagena me señaló la silla.—La Cofradía no dio la autorización. Los vampiros dicen que es muy peligroso. De todas formas, Alicia está relativamente a salvo. Sabemos que Mordor no la matará, la necesita.—Eso es verdad —dijo Sirius, llegando con n
Me quedé ahí, observándola, sin creer, sin querer creer las palabras en el estado que dedicaba. ¿Podía ser verdad? ¿Podía confiar en ella realmente? No lo sé, era difícil, era muy difícil. Podía estar intentando manipularme; de hecho, tal vez era lo que estaba haciendo en ese momento. Y no podía negar que, en realidad, estaba funcionando, estaba manipulando. Porque estaba creyendo en sus palabras, porque podía ver en su rostro destellos de mi amiga, por debajo de aquel cuerpo perfecto, de aquella fortaleza.Hizo una señal muy extraña con los dedos, con ambas manos. Fue rápida y fugaz, como el vuelo de un murciélago. Entonces entendí que esa era la seña que le había asignado a Mordor. Luego leí sus palabras:—Mordor cometió un error —comenzó a contar—. Su veneno es tan poderoso que ya puedes ver en qué convierte a los humanos. Él los llama mente colmena: todos tienen un solo pensamiento, como si fuesen uno solo, y obedecen ciegamente sus órdenes. Los humanos que quieren unirse a su lis
Apreté con muchísima fuerza la mano de Donovan entre la mía. Su cuerpo, completamente inmóvil, me indicaba lo que yo ya sabía: estaba muerto. Muerto, así nomás. Mordor lo había matado.Levanté la mirada hacia esa criatura que tenía enfrente, alguna vez llamada mi amiga, la que me había salvado la vida en más de una ocasión, la que yo había tenido que enterrar con mis propias manos entre el hielo después de que hubiese muerto de fiebre, en agonía. Estaba ahí, de pie. Era ella, tal cual: su rostro redondeado, sus ojos rasgados levemente. Pero aunque era ella, era imposible para mí reconocerla como algo familiar, porque había cambiado tanto. Me resultaba incómodo mirarla. Su cuerpo, un poco más tonificado, sus mejillas más rosadas, los leves colmillos que sobresalían por debajo de sus labios… se veía saludable, brillante, distinta. Eso era: se veía distinta.Aparte de la mirada, cuando vi que levantó las manos para hablarme —era la ventaja de que fuera muda; si no la miraba, no podría en
Último capítulo