Ganar la guerra.
Otto llegó temprano a la mañana siguiente. La ciudad aún bostezaba, pero él estaba despierto desde las cinco, convencido de que su jugada maestra —rebajas del 25% en todos los productos con café— le daría la estocada final a su vecina.
Se estacionó frente a Papadopoulos Kafetería, esperando ver el local vacío, las sillas alineadas como soldados caídos. Pero lo que vio…
Lo dejó paralizado.
Una fila de personas se extendía media cuadra. Dentro, todas las mesas estaban ocupadas. Música griega suave flotaba en el aire como un suspiro aromatizado. Velas con olor a vainilla y menta decoraban cada mesa, y empleados sonrientes atendían con eficiencia casi coreografiada. El logo dorado del local brillaba con el sol de la mañana, como una bendición divina sobre un templo que no merecía existir.
Cada taza era una obra de arte, con dibujos en la espuma que iban desde deidades griegas hasta corazones y unicornios danzantes. El ambiente entero parecía sacado de Sugar Rush, con un toque de Vanellope