En las sombras del poder europeo, Greco Leone, heredero silencioso de un imperio criminal, es un hombre marcado por la elegancia y la brutalidad. Con dos leones tatuados en el pecho y un pasado que no lo deja respirar, vive entre el lujo de los palacios antiguos y la violencia de sus negocios. En una gala clandestina organizada por mafiosos y magnates, sus ojos se cruzan con los de Arianna, una bailarina que desliza el peligro entre cada movimiento. Ella no pertenece a ese mundo, pero tampoco huye de él.Lo que comienza como un juego de seducción, se convierte en obsesión. Entre disparos, traiciones y un deseo que se vuelve vicio, Greco descubrirá que en una guerra de poder, el amor puede ser el arma más letal.
Ler maisEl despacho de Greco Leone no tenía ventanas. Las vistas eran un lujo para los hombres que soñaban con escapar. Él no soñaba. Planeaba. Calculaba. Gobernaba.
Las paredes estaban cubiertas de madera oscura, casi negra, y en una vitrina de cristal, junto al escritorio, descansaba una colección de relojes antiguos que marcaban zonas horarias que ya no importaban. El tiempo, para Greco, era solo una herramienta para medir la lealtad. Sentado tras el escritorio, Greco hojeaba un expediente con la calma de quien ya había decidido el destino del hombre al que pertenecía. No leía por necesidad, sino por cortesía. —Sabes ¿cuál fue su error? —preguntó sin levantar la vista. Dante Moretti, de pie frente a él, con los brazos cruzados y la mirada de un lobo enjaulado, respondió sin dudar: —Creer que podía hacer negocios con los rusos sin que nosotros nos enterráramos. Greco ascendió, cerrando el expediente. —Exacto. Y cuando un perro muerde la mano que le da de comer… —Se le arranca la mandíbula —completó Dante. Ambos sonrieron. Un humor oscuro, seco. El único tipo de risa que no era una debilidad. Dante Moretti era más que un brazo ejecutor. Era la sombra detrás del trono, el susurro antes del disparo. Un hombre nacido en Nápoles, criado entre ruinas y pólvora. Su presencia llenaba la habitación con la gravedad de una tormenta. Su fidelidad a Greco no venía del miedo, sino de un código que ambos entendían sin palabras. Greco se puso de pie. La camisa de seda negra se abría ligeramente sobre los tatuajes de los leones, ahora tensos bajo la piel como si también olieran la traición. —Llévalo al muelle. Que vea el mar por última vez. —Pausó, pensativo—. Pero no lo compañeros todavía. Quiero saber a quién más le vendió información. Dante ascendió y se dio media vuelta, pero Greco lo detuvo. —Y Dante… —¿Sí, capo? —Hazlo hablar. Como solo tú sabes. Cuando Dante salió, Greco se quedó solo, mirando el cristal de la vitrina donde su reflejo aparecía fragmentado por las esferas de los relojes. A veces se preguntaba quién era realmente: el joven que una vez tuvo miedo, o el hombre al que el miedo ahora obedecía. -- La vida de Greco no comenzó con poder. Comenzó con sangre. Su padre, Vincenzo Leone, había sido un capo menor en Palermo, asesinado a plena luz del día en una barbería para negarse a traicionar a su familia. Greco, con apenas quince años, limpió la sangre de su padre con las manos desnudas. No lloró. Solo memorizó los rostros de los que miraban sin hacer nada. A los diecisiete, ya había matado por primera vez. A los veintitrés, tomó el control del puerto de Salerno. A los treinta, las cinco familias le temían más de lo que lo respetaban. —Tu problema —le dijo una vez un viejo capo romano— es que no haces aliados. Haces cementerios. Greco no respondió. Porque tenía razón. --- Horas después, Dante regresó al despacho. La chaqueta estaba salpicada con algo que no era vino. Llevaba los nudillos marcados, como de costumbre. —Habló —dijo, dejando una grabadora sobre el escritorio. Greco la encendió. La voz que emergía era temblorosa, quebrada, como una campana rota.“...dije lo que querían oír... solo querían nombres... les dije lo de Tomasso, lo de Gianni... te juro que no hablé de tu hermano, Greco...” Pausa. Un sonido húmedo. Un grito. Greco apretó los dientes. —¿Gianni también? -Si. Él filtra rutas marítimas hace un mes. Estaban armando algo grande con los albaneses. Quizás para quitarte Civitavecchia. El silencio fue peso como el humo de un cigarro. —Mátalos a todos —ordenó Greco, sin cambiar el tono. —¿Incluido Gianni? —Especialmente a Gianni. Dante ascendió. Sabía que los vínculos de sangre eran secundarios cuando la traición se cruzaba con el negocio. —Quiero una limpia total. Nada de mensajes ambiguos. Que cada cuerpo que flote lleva una marca clara: la cabeza envuelta en la bandera blanca de rendición. —¿Y la policía? Greco sonrió. —El comisario D'Amico vendió su silencio hace años. Solo necesita que le recordemos cuántos ceros tenía su último sobre. --- Esa noche, Greco se encerró en su apartamento privado sobre el casino “Il Leone Nero”. Solo Dante tenía acceso sin tocar la puerta. Se sirvió un whisky y caminó hacia el balcón. Desde allí, podía ver el golfo de Nápoles, con las luces parpadeando como fuegos fatuos sobre las aguas negras. El mundo dormía. Pero él no. El vicio de Greco no era el poder, ni el dinero, ni siquiera la sangre. Era el control. Sobre su entorno, sobre sus enemigos, sobre sus propias emociones. Había aprendido a reprimir el miedo, el deseo, incluso el amor. Todo era negociable. Todo tenia precio. --- Dante regresó a la madrugada, cubierto por una gabardina y un cansancio que no era físico. —Está hecho —informó, sin necesidad de detalles. Greco lo miró. Lo conocí demasiado bien. —¿Cuántos? —Siete. Pero Gianni suplicó más que los demás. Eso me jodió un poco. Greco no respondió. Solo ascendiendo, tragándose el dolor como otro trago de whisky barato. —Quiero que esta noche todos hablen de esto, Dante. Quiero que cada mesa, cada callejón, cada iglesia sepa que ser hermano mío no es salvación si se traiciona la lealtad. —Así será, capo. --- Al amanecer, el cuerpo de Gianni flotaba cerca del puerto. Tenía una flor blanca en la boca. Una vieja costumbre que Greco había rescatado del folclore siciliano. Significaba que la muerte había sido justa. Y Greco Leone siempre se aseguraba de que la justicia tuviera su firma. *AL DÍA SIGUIENTE* La cocina de la abuela estaba intacta desde 1957. Los azulejos blancos con flores azules, los manteles de encaje, las cacerolas colgadas con precisión matemática en la pared. Olía a café fuerte, a albahaca ya nostalgia. Greco se quitó el abrigo empapado por la lluvia y lo colgó junto a la puerta sin que nadie se lo pidiera. Dante se quedó en el coche. Nadie más que Greco tenía permiso para estar presente cuando ella hablaba. —Te ves cansado, picciriddu —dijo la anciana sin volverse. Removía lentamente una salsa espesa en una olla de cobre—. Como tu padre la noche antes de morir. Greco apretó los dientes. No era fácil intimidarlo. Excepto ella. —La noche antes de morir, papá estaba confiado. —Y por eso murió. La abuela se giró. Llevaba el cabello recogido en un moño estricto, una blusa negra y una cruz de oro que había sobrevivido a tres generaciones de sangre. Su espalda estaba encorvada, pero su mirada era firme como granito. —Tienes enemigos en cada esquina, Greco. Y lo peor… no tienes raíces. Solo miedo y fuego. —Lo que tengo es control —respondió él, tomando asiento en silencio. Ella sirvió dos cafés y se sentó frente a él. Ninguna palabra más hasta que ambos dieron un sorbo. Vieja regla de la casa: la familia se sella con café. —Esta semana hay una gala en el Teatro di San Carlo —dijo la abuela, sin rodeos—. Un ballet. “El lago de los cisnes”. La nueva baletista Arianna estará en escena, es muy buena en lo que hace El griego arqueó una ceja. —¿A esto me trajiste? —Te traje para recordarte que eres un hombre, no un dios. —Y los hombres como yo no van al ballet. —Los hombres como tú terminan muertos en sillas de cuero si no escuchan a las mujeres que los criaron. Greco no contestó. Sabía que discutir con su abuela era perder tiempo y dignidad. —La ciudad habla, figlio mío. Dicen que no tienes sucesor, que no hay esposa, ni hijos, ni siquiera una promesa. Que si mañana cae, todo lo que construye se lo reparten como buitres. Greco dejó la taza sobre el plato con firmeza. —El poder no se hereda con sangre. Se gana con miedo. —Y se pierde con soledad. La abuela sacó una fotografía arrugada de su bolso y la deslizó sobre la mesa. En ella, Greco tenía diez años, su madre sonreía desde un banco del parque, y su padre llevaba un abrigo largo y un cigarro en la mano. —Tu padre pensó igual. Y yo lo enterré con mis propias manos. Greco miró la imagen. Quiso devolvérsela, pero no lo hizo. —Hay una joven de la familia Morelli. Se llama Rubí. Hermosa, educada, fuerte. Y virgen, aunque eso te importa poco. Su padre me pidió una reunión formal. Le respondí que solo irías si quieres conservar tu trono. —Me estás amenazando, nonna? —Te estoy diciendo la verdad. El mundo que construye necesita una reina. O te devorará. Greco se levantó. Por un instante pareció que diría algo. Pero solo guardó la foto en su chaqueta. —No iré al ballet. Pero tal vez... acepto la reunión. La abuela se puso de pie también. Más baja, más frágil… pero con un peso invisible que hacía que incluso los fantasmas retrocedieran. —Una última cosa, Greco. -¿Si? —No confundas respeto con temor. El primero se queda cuando envejeces. El segundo desaparece en cuantas sangras. Greco ascendió y salió bajo la lluvia. Esa noche, en su departamento, no bebió. No llamadas prostitutas. No se ordenaron ejecuciones. Solo abrió la fotografía y la dejó sobre el escritorio. Y por primera vez en mucho tiempo, Greco Leone no durmió con un arma bajo la almohada. Durmió con una duda.La luz le taladró los párpados. Su respiración era pesada. Un pitido constante le martillaba el oído izquierdo. Lo único que sentía con claridad era el peso de su propio cuerpo… y un ardor en el costado.—¿Dónde…? —Rocco apenas susurró, la voz como papel raspado.Intentó moverse. Fracasó.Parpadeó lentamente. Paredes blancas. Un techo con una lámpara colgante. El olor a desinfectante. Una máquina que pitaba a su lado. Y entonces, frente a él, una figura oscura, de pie con los brazos cruzados.—Qué bueno tenerte acá —dijo con una voz que no podía confundir ni en mil vidas—. Espero que hayas dormido muy bien, bella durmiente.Greco.Rocco giró la cabeza con esfuerzo, jadeando. Tenía vendajes en la clavícula, una sonda, y un moretón púrpura que le cubría la mitad del cuello.—¿Qué… qué pasó?—Una pelea. Mal cálculo. Demasiada confianza. Y un traidor que casi te manda al otro lado. —Greco se acercó, dejó caer una silla y se sentó con un suspiro pesado—. Llevas tres días despierto… pero ha
Florencia – Penthouse de Rubí – Noche de lágrimas.Las luces del penthouse habían sido atenuadas, pero no por ambiente, sino por desesperación. Rubí caminaba como una sombra entre los restos de copas rotas, cortinas rasgadas y cojines por el suelo. Llevaba una bata de seda color marfil, ahora arrugada y manchada de vino. Su rostro, sin maquillaje, estaba cubierto por lágrimas secas y lágrimas nuevas que nunca cesaban. Las llamadas al banco no entraban. Sus cuentas: bloqueadas. Sus tarjetas: sin fondos. Su apellido... ya no existía.Encendía la televisión solo para escuchar una y otra vez la conferencia de prensa que habían ofrecido sus padres."Con profunda pena anunciamos que, a partir de hoy, Rubí Vallesi Mancini ha sido despojada de su apellido, su herencia y sus derechos familiares. Todo lo que alguna vez le perteneció ha sido transferido, legal y públicamente, al señor Greco Leone."El video la mostraba sonriendo en eventos, recibiendo premios, bailando en galas..."Esta decisión
📍Casa segura – Noche previa al ataque.Greco, sentado junto a Arianna en la sala tenue, le toma la mano con firmeza pero ternura.—Amore… necesito que seas tú quien lo haga caer. Él solo iría si cree que eres tú.Arianna lo miró fijamente, su vientre moviéndose suave bajo la bata de lino. Sintió a los gemelos retorcerse, como si presintieran el riesgo.—Haré lo que tenga que hacer —susurró—. Por ellos. Por ti. Por nosotros.Tomó un papel, una pluma, y con una caligrafía que solo Paolo reconocería, escribió:> Paolo…Nunca quise que termináramos así.Me duele cómo se dieron las cosas. Pero si alguna vez me amaste, ven esta noche.Estoy en el muelle viejo.Estoy sola.Necesito hablarte.Arianna.Greco leyó la carta, y aunque su mandíbula se tensó de rabia, asintió.—Es perfecta. Él irá.Dante la selló en un sobre perfumado con esencia de lavanda, una fragancia que Paolo solía regalarle a Arianna. “Letal”, murmuró Dante.Un mensajero la dejó en una zona donde Paolo aún recogía mensajes c
Florencia – Villa segura – AtardecerLas cortinas blancas bailaban con la brisa suave que entraba por los ventanales abiertos. Arianna reposaba en el diván, vestida con un vestido ligero de lino marfil que dejaba ver su figura de madre en formación. Nonna Vittoria se acercó despacio, llevando consigo una bandeja con té de flores secas. Se sentó a su lado sin decir palabra, y posó la mirada sobre el vientre redondeado de Arianna.—¿Puedo? —preguntó suavemente.Arianna asintió. Nonna extendió sus manos con delicadeza reverencial y las colocó sobre el vientre. Hubo un momento de silencio… y luego, un leve movimiento.—Madonna santa… —susurró Nonna—. Se están haciendo sentir…Una sonrisa húmeda de emoción cruzó su rostro curtida. Las lágrimas brillaban en sus ojos, pero no caían.—Van a ser fuertes. Lo siento. Son como su padre. Y como tú —dijo, mirando a Arianna.La joven bajó la vista, tocando la mano de la anciana.—A veces tengo miedo. De no estar lista. De fallarles.Nonna le acarici
Madrugada tensa – Apartamento de AriannaDespués de descubrir el peluche y la nota con la canción de cuna, Greco no duda un segundo. En un arranque frío pero firme, su voz se impone:—Nos vamos. Ahora.Arianna, con bata y el corazón latiendo en su pecho como tambor de guerra, lo mira confundida.—¿Adónde…?—A un lugar donde Paolo jamás podrá tocarte —responde, abrazándola con fuerza.Mientras ella recoge apenas lo necesario, Greco hace una llamada rápida a Dante. Su voz es baja, precisa:—Activa el protocolo sombra. Tenemos compañía.Dante responde sin rodeos:—Entendido. Te espero con el auto en cinco.La pareja abandona el apartamento bajo la oscuridad de la madrugada. Antes de cerrar la puerta, Arianna acaricia su vientre. Los bebés se mueven suavemente, como si intuyeran el cambio.—Papá nos protege —susurra.Casa segura – Afueras de Florencia – Unas horas después.Es una villa rodeada de olivos, alejada del centro. Pertenecía a un viejo aliado de la familia Leone. Allí, Greco aco
En una pequeña villa en las afueras de Florencia, Nonna Vittoria bajó de un taxi con una cesta de higos frescos. Tocó tres veces una puerta de madera. Le abrió un hombre de rostro severo, barba gris, bastón de marfil.—Tullio Romano —dijo Nonna, firme como una emperatriz—. Necesito tu ayuda.El viejo capo la dejó pasar. El salón olía a incienso, whisky añejo y cuero viejo. Ella se sentó frente a él y habló sin rodeos.—Mi nieto... Greco Leone... ha encontrado el amor. Y eso, Tullio, lo vuelve peligroso para sí mismo. Pero esta guerra lo rodea, y yo no pienso perder a mi sangre por orgullo. Necesito aliados.—¿Y qué me das a cambio? —preguntó él.—La verdad. Greco volverá a ser lo que fue. Y tú estarás a su lado cuando recupere lo que merece.Tullio asintió lentamente.—Por ti, Vittoria... lo haré. Pero si él cae, tú también lo harás conmigo.———El sol comenzaba a descender entre los tejados de Florencia, tiñendo el cielo con tonalidades ámbar, mientras una suave brisa agitaba las cor
Último capítulo