La lluvia golpeaba con fuerza los ventanales del viejo teatro, como si la ciudad supiera que algo se quebraba en silencio. Arianna no volvió a presentarse durante varios días. Su camerino permanecía oscuro, su silla vacía frente al espejo, y su nombre no era mencionado por nadie más que por sus amigas, cuyas miradas se llenaban de preocupación. Greco, sin saber por qué, comenzó a sentir esa ausencia con un peso incómodo en el pecho. No conocía su nombre ni su historia, pero algo en la forma en que se movía sobre el escenario, en la luz que parecía envolverla durante cada función, lo había tocado de un modo que le costaba admitir.
—¿Hoy tampoco está? —preguntó en voz baja, casi para sí mismo, mientras cruzaba el vestíbulo del teatro una noche en la que se había colado a ver otra presentación.
Dante lo miró de reojo. —¿Te refieres a la bailarina?
Greco no respondió. Sus ojos estaban fijos en el escenario vacío, donde otra suplente había ocupado el lugar que antes fue de ella. Algo no es