(Perspectiva de Arianna)El teatro todavía olía a incienso, sudor y terciopelo. El aplauso final seguía latiendo en su pecho como un eco sagrado, incluso mientras Arianna se retiraba del escenario con las zapatillas colgando del cuello y el maquillaje resquebrajándose sobre los pómulos. Había danzado como si su alma colgara de cada paso, y lo había sentido: el público, por fin, la había visto.Pero cuando entró al camerino, no fue el silencio lo que la esperaba. Fue un jardín entero.Una docena de ramos, exuberantes, preciosos. Peonías, lirios blancos, gardenias. El aroma era embriagador, como si la naturaleza hubiese irrumpido en su pequeño mundo de luces artificiales y madera vieja. Y entre todos, uno sobresalía. Un solo ramo de orquídeas negras, envuelto en papel de seda dorado. Una tarjeta, pequeña, escrita a mano:“Bravissima. Hay belleza que arde incluso en la oscuridad. —G”El corazón de Arianna se apretó.Greco.No había vuelto a verlo desde aquella noche. Solo el recuerdo de
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