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🌝 CICATRICES INVISIBLES🌚

Cicatrices invisibles

El sol aún no despuntaba cuando Arianna se sentó al borde de la bañera. Tenía las rodillas juntas, los brazos rodeándolas y la mirada fija en la nada. La luz tenue del baño dibujaba sombras largas sobre sus hombros desnudos. Se tocó la mejilla derecha con la yema de los dedos. Ardía.

La noche anterior, Paolo no había hablado. Solo había gritado. Y cuando ella intentó contestar, la mano le llegó rápido y seca. No por impulso. Por costumbre.

Arianna no lloró. Ya no lo hacía. No por resignación, sino por agotamiento. Su fuerza se guardaba para el escenario, para las luces, para la ficción. En la realidad, ya no tenía espacio para defenderse.

Salió del baño en silencio. Paolo dormía como si nada, como si no hubiese descargado su frustración contra el cuerpo frágil de la mujer que decía amar. Ella se vistió despacio, recogió sus cosas y salió rumbo a la academia de danza, como todos los días. Sin escándalos. Sin notas en el espejo.

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Mientras tanto, en un rincón de Florencia, el café hervía en una taza de porcelana fina. Greco lo observaba sin tomarlo. Desde el ventanal del salón, los primeros rayos de sol acariciaban los muebles oscuros y la mesa donde su abuela, Nonna Vittoria, leía el diario con sus gafas colgando de la punta de la nariz.

—Dormiste poco —murmuró ella sin levantar la vista.

—Trabajo —respondió él sin más.

—¿O pensamientos?

Greco ladeó la cabeza.

—No me gusta sentirme vigilado.

—¿Por Rubí?

Greco frunció el ceño.

—No deberías saber de eso.

—Soy vieja, no estúpida —dijo ella, girando la página—. Y Rubí no es mujer para ti, Greco. Tiene el corazón enfermo de vanidad. Si insistes, va a traer sombras a tu vida. Y tú ya tienes suficientes.

Él no contestó. Observó el humo del café y pensó en la figura que no podía sacarse de la mente. Esa bailarina. Ese momento fugaz en el escenario. No tenía nombre, pero ya le pesaba como si lo supiera.

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Rubí paseaba entre los viñedos que bordeaban la casa de su familia. Las flores comenzaban a estallar con la primavera, pero en su rostro solo había una expresión: furia.

—¿Dónde está Greco? —preguntó al teléfono.

—En una reunión —respondió la voz del otro lado.

—Pues dile que vine. Y que no voy a seguir esperando como una más.

Colgó sin despedirse. Detrás de ella, una joven doncella la miraba con temor. Rubí se volteó con una sonrisa fingida.

—¿Alguna vez te han hecho sentir que no eres suficiente?

La joven no respondió.

—No importa. A mí tampoco. Hasta ahora.

Y sin más, se alejó con la seguridad cruel de quien cree tener derecho a todo.

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En el estudio de danza, Arianna ejecutaba cada movimiento como si en ello le fuera la vida. Y, en efecto, le iba. El sudor se mezclaba con el dolor y la disciplina. La música cubría los gritos que había oído la noche anterior. Cada paso era una forma de huir.

—Otra vez —ordenó la profesora—. Esta vez, con emoción.

Arianna cerró los ojos. Sintió la música, pero también el nudo en la garganta. Pensó en escapar, en correr hasta un lugar donde nadie supiera su nombre. Pensó en el hombre del teatro. Y sin querer, el giro final salió perfecto. Puro. Doloroso.

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Dante caminaba por los pasillos del club privado con una carpeta bajo el brazo.

—Ella se llama Arianna Veltri . Bailarina principal en el Teatro Verdi. Vive con su pareja, Paolo Ricci. Tiene buen talento... y una mirada que no deja dormir a tu jefe —dijo a uno de los hombres de Greco, mientras le entregaba las fotos.

—¿Quiere que la cuidemos?

—No. Aún no. Pero mantengan los ojos abiertos. Y avísenme si algo... se sale del guión.

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Aquella noche, Paolo no esperó a que Arianna hablara. Ya estaba molesto porque la cena se enfrió. Porque su jefe le gritó. Porque sintió que los hombres en la calle la miraban demasiado.

Ella entró con la espalda encorvada. Él bebía una cerveza. Bastó una palabra mal entonada para que volara el vaso. El resto fue un ruido.

La lluvia había cesado en Florencia, pero el aire mantenía ese olor a tierra mojada que se colaba entre las piedras de las calles antiguas. En el club de Greco, la música suave se mezclaba con el murmullo de conversaciones discretas. Era tarde, pero los negocios no tenían horario.

Greco estaba sentado al fondo, en una mesa semicircular tapizada en terciopelo oscuro. Dante, a su derecha, hojeaba un expediente mientras vigilaba con un ojo el entorno.

—No entiendo por qué tanta atención en una bailarina —dijo, rompiendo el silencio.

Greco no respondió de inmediato. Bebía un trago de whisky con hielo, los ojos perdidos en la ventana empañada.

—Porque tiene algo que no se puede explicar. Lo sentí en ese teatro, como si su dolor fuera mío.

Dante ladeó la cabeza.

—¿Y qué vas a hacer? ¿Ir a sacarla de su mundo y meterla en el nuestro?

—No —dijo Greco, seco—. No mientras esté con ese tipo.

—Paolo Ricci. Tiene conexiones con gente sucia. Mal jugador, celoso y violento.

Greco apretó los dientes.

—Lo sé. Pero ella no está lista para que yo me cruce en su vida.

Antes de que Dante pudiera replicar, la puerta del club se abrió y Rubí entró. Vestida de rojo, con tacones que resonaban sobre el piso de madera, se aproximó como si el lugar le perteneciera. Y a veces, lo parecía.

—Buenas noches, Greco —saludó con voz melosa, posando una mano sobre su hombro.

Greco no se inmutó.

—Rubí.

—Pensé que podíamos hablar. A solas.

Dante captó la señal con rapidez. Se levantó y se alejó, dejando a ambos solos.

—No puedo quedarme mucho —dijo Greco.

Ella sonrió, mordiéndose el labio.

—¡Siempre ocupado! Pero para mí, siempre encuentras un rato, ¿no es cierto?

—Depende del tema.

Rubí se inclinó hacia él.

—Anoche soñé contigo. No deberías estar solo, Greco. Tienes demasiado en los hombros. Yo podría... ayudarte a cargarlo.

Él se apartó ligeramente.

—No estoy buscando consuelo. Ni complicaciones.

La sonrisa de Rubí se heló.

—¿Es por esa bailarina?

Greco la miró directamente por primera vez.

—No sabes de qué hablas.

—Oh, claro que sé. Esa mujer... ¡ni siquiera te conoce! Pero ya tiene tu atención, y eso me molesta.

Greco se levantó. Su sombra se alargó sobre la mesa.

—No tengo tiempo para celos infantiles, Rubí.

Ella también se puso de pie, pero más cerca de él.

—No soy una niña. Y tú no eres inmune. Recuerda con quién estás hablando.

Greco se inclinó hacia ella.

—Precisamente por eso.

Y se alejó.

---

Arianna caminaba de regreso a casa con una bolsa de pan caliente. La ciudad parecía en pausa. Pero dentro de ella, una guerra silenciosa rugía. Cada vez que sentía pasos tras ella, su cuerpo se tensaba.

Llegó al apartamento. Paolo no estaba. Al menos por ahora. Abrió la puerta y se permitió un segundo de paz.

Luego vio el jarrón roto en el piso.

Su respiración se agitó. Retrocedió. Paolo había estado ahí. ¡Y estaba enojado!

En ese instante, su teléfono vibró. Era un mensaje sin remitente:

"No estás sola. Te estoy cuidando."

Arianna se estremeció. No sabía si sentir miedo... o esperanza.

*******

Arianna desvió la mirada hacia la ventana, pero sus ojos no veían la lluvia Entonces lo recordó fue un instante apenas perceptible, un parpadeo robado en medio del caos tras bambalinas. Estaba saliendo del camerino cuando lo vio: un hombre alto, de cabello oscuro, con el ceño ligeramente fruncido y los labios apretados como si llevara décadas sin sonreír. No dijo una palabra noo hizo un solo movimiento. Solo la miró y eso bastó para helarle la sangre. No fue una mirada de deseo… fue más profunda. Una especie de reconocimiento que la estremeció.

Arianna había apretado la bufanda contra su pecho como un escudo, sin comprender por qué sentía que aquel extraño podía atravesarle con solo mirarla.Y entonces, como si él hubiera sentido que se había dejado ver demasiado, desapareció entre las sombras del pasillo.Un suspiro se le escapó ahora, al recordarlo. Paolo tenía razón en una cosa: ese momento existió pero no sabía que lo que se había cruzado en ese pasillo no era una simple mirada……sino un destino.

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