Mundo ficciónIniciar sesiónValeria Ríos creyó haber construido la vida perfecta: una mansión, estabilidad, y un esposo —Esteban Montero— que parecía ser un hombre íntegro. Pero todo se derrumba tras su repentina muerte. Al frente de una empresa que nunca manejó y enfrentando la lectura de un testamento lleno de secretos, Valeria descubre que el amor de su vida era un hombre infiel, corrupto y peligroso. La agenda oculta de Esteban revela no solo sus múltiples amantes, sino también indicios de negocios turbios. Lo que comienza como la lucha de una viuda por mantener a flote el legado de su esposo, pronto se convierte en un torbellino de traiciones, conspiraciones y amenazas. En su camino, Valeria experimenta una transformación radical: de mujer sumisa y complaciente, a una figura fuerte, decidida y capaz de enfrentarse al mundo con la frente en alto. En medio de esa tormenta aparecen dos hombres claves en su vida: Adrián Vega, el abogado leal y enamorado en silencio desde siempre, quien intenta protegerla y guiarla. Armando Martínez, un exmilitar convertido en mafioso, con un pasado oscuro y una personalidad dominante que encenderá en Valeria una pasión prohibida y peligrosa. Mientras los socios de la empresa la vigilan, la familia de Esteban conspira contra ella y la sombra del crimen organizado se cierne sobre su entorno, Valeria deberá decidir qué está dispuesta a sacrificar para sobrevivir… y hasta dónde llega el precio de amar. En un mundo donde las apariencias engañan, el poder seduce y la pasión arde como pólvora, Valeria descubrirá que su mayor enemigo no siempre está afuera, sino en aquello que más desea.
Leer másCapítulo 1.
Han pasado diez años desde que me casé con Esteban Montero. Una década en la que he vivido convencida de que soy la mujer más afortunada del mundo: tengo una hermosa casa, un jardín que es mi refugio, y un esposo que, a mis ojos, siempre ha sido perfecto. Esteban dirige una compañía de armado de autos, con sede principal en Argentina. Su trabajo exige viajes constantes, pero cada regreso suyo me hacía sentir completa. Dejé mi carrera en contaduría a pocos meses de graduarme para dedicarme a él, para ser la esposa que siempre soñé ser. Durante años intentamos tener un hijo… pero no fue posible. Con el tiempo, y gracias a su aparente apoyo, aprendí a aceptar mi destino. Mi vida transcurría entre el cuidado de la casa, mis lecturas de novelas románticas y mi jardín, ese rincón de paz que me enamoró desde que vimos la propiedad: un pequeño estanque rodeado de flores, con un columpio que él mandó poner solo para mí. Ese lugar era mi tesoro, pero una tarde todo aquello se vino debajo de golpe. Me quedé dormida en medio de la lectura, abrazada a mi libro de siempre, hasta que el sonido insistente del teléfono me despertó. —¿Hola? —pregunté con voz somnolienta. —Buenas tardes, ¿hablo con la señora Valeria Montero? —Sí, soy yo. —La llamamos del Hospital Central. Su esposo tuvo un accidente muy grave. Necesita una cirugía de emergencia y requerimos su autorización inmediata. El corazón me dio un vuelco. —¿Qué? ¿Cómo está Esteban? ¡Salgo ahora mismo! Por favor, no lo dejen morir… —No tarde, señora. El camino al hospital fue eterno. El tráfico, las sirenas, los gritos de las ambulancias… todo parecía un caos. Apenas llegamos, vi camillas, heridos, sangre. Pero nada de eso importaba: yo solo quería saber dónde estaba mi esposo. Una enfermera me guio hasta el quinto piso. En el pasillo noté a una mujer llorando desconsolada, pero no le di importancia; en un hospital, las lágrimas eran parte del paisaje. Firmé papeles con manos temblorosas, aunque ya Esteban estaba en quirófano. Lo único que me quedaba era esperar. Pasaron horas que se sintieron como siglos, hasta que el cirujano apareció en la sala. —Familiares de Esteban Montero. Me levanté de golpe. —Soy su esposa, doctor. ¿Cómo está? El médico bajó la mirada, y supe que algo estaba roto antes de que hablara. —Lo lamento mucho, señora… No pudimos salvarlo. El golpe en la cabeza, al salir expulsado del vehículo, le provocó muerte cerebral. Hicimos todo lo posible, pero la hemorragia era imparable. Si hubiera llevado el cinturón de seguridad, tal vez… —No… no puede ser. ¡No, él no está muerto! —las lágrimas me nublaron los ojos—. Esto es un error. Voy a despertar en el jardín en cualquier momento, lo veré llegar para la cena y me contará de su día… —Señora —su voz sonó firme, pero compasiva—. No es un sueño. Necesitamos que firme unos documentos para autorizar la autopsia. Me temblaba todo el cuerpo. Cuando el médico me tendió una pluma, sentí que la vida se me escapaba. Sin pensarlo, la clavé contra mi muñeca. Si Esteban se iba, yo debía ir con él. El doctor reaccionó de inmediato. Me quitó la pluma de la mano y, con ayuda de una enfermera, me inyectaron un calmante. La oscuridad me envolvió en cuestión de segundos. —Pobre mujer —murmuró la enfermera, creyendo que yo ya no escuchaba—. Amaba tanto a su marido que intentó seguirlo… —Amarlo, sí —replicó el médico en voz baja—. Pero él no valía ese sacrificio. —¿Por qué lo dice? El doctor suspiró. —Porque la mujer que estaba llorando afuera fue llamada primero, aparecía en el teléfono de Esteban como “amor”. Ella misma aclaró que no era la esposa, y nos dio los datos de la señora Montero. Además… en el cuerpo de él encontré marcas de dientes, al parecer de la copiloto que murió en el lugar. La enfermera lo miró incrédula. —Entonces… ¿tenía varias amantes? —Eso parece. Y para colmo, el oficial a cargo dijo que Esteban se pasó una luz roja y provocó la colisión múltiple. No llevaba cinturón. Fue el causante del accidente que acabó con su vida y la de otros. —Dios mío… pobre señora. Cuando despierte será devastador. —Sí, pero ahora descansemos del chisme —cerró el médico con un suspiro cansado—. Avíseme cuando despierte, necesitará ayuda. ** Cuando abrí los ojos ya era de noche. Me sentía mareada, desorientada. Poco a poco, la memoria regresó y la angustia me estrujó el pecho. —Señora Montero, no se levante —dijo la enfermera, acercándose—. Voy por el doctor. —Gracias… solo quiero ver a mi esposo. —Espere a que la revise, luego la llevaré a la morgue. El médico regresó poco después. —¿Cómo se siente? —Peor, doctor. Pero usted no tiene la culpa. Solo… por favor, déjeme despedirme de Esteban. —Lo hará. Solo quería asegurarme de que no tuviera otra crisis. Le recomiendo una cita con psicología. Le ayudará a sobrellevar la pérdida. Asentí en silencio. Firmé más documentos y, acompañada por la enfermera, caminé hasta la morgue. Cuando vi el cuerpo de Esteban sobre la camilla, cubierto por una sábana blanca, sentí que mi mundo se derrumbaba. Descubrí su rostro: pálido, con cortes y moretones. Le tomé la mano fría, besé su frente y lloré en silencio. Noté marcas extrañas en su cuello y hombros, pero me convencí de que serían por el accidente. Me incliné sobre él y susurré: —Pasaste por mi vida como una estrella, iluminando mis días… ahora tu brillo vivirá siempre en mi corazón. Nos separa la muerte, pero el amor nos mantiene unidos. Quererte fue fácil, olvidarte será imposible. Donde estés, espero que seas feliz y me esperes. Siempre serás el único amor de mi vida. Lo besé por última vez antes de dejar aquel lugar frío. Salí con el alma hecha pedazos, sin saber que la verdad apenas comenzaba a revelarse.Palabras de despedidaPor Cintia Vanessa Barros (CINVAN)Querido lector, querida lectora:Hoy llegamos juntos al final de un viaje. Y aunque los finales suelen estar cargados de silencios, de nostalgia y, a veces, de cierto alivio, siento que este no es un adiós definitivo, sino una pausa necesaria para mirarnos a los ojos, tú y yo, y reconocernos en lo que hemos compartido.Cuando comencé a escribir El precio de amar, no imaginaba la magnitud del camino que se abriría ante mí. Cada palabra, cada página, cada respiración que di mientras tejía la historia de Valeria, de Esteban, de Adrián, de Elena, de Armando, y de tantos otros personajes, se convirtió en un espejo en el que se reflejaban mis propias dudas, miedos y esperanzas. No escribí esta novela desde la distancia, sino desde la cercanía brutal de las emociones que a veces nos desbordan.Porque esta no es solo la historia de una mujer que descubre las traiciones de su marido. Es, ante todo, el relato de una metamorfosis: el tráns
POV Armando.Cinco años han pasado desde que vencimos a los fantasmas del pasado. Y, aun así, hay noches en las que despierto sudando frío, convencido de que volveré a abrir los ojos en medio de la selva, rodeado de fuego y de muerte. Pero entonces escucho una respiración tranquila a mi lado, el roce de su mano buscándome entre las sábanas, y recuerdo que no tengo que luchar más. Que la guerra terminó, que Valeria está aquí conmigo, y que nada ni nadie podrá arrebatármela otra vez.El amanecer en la mansión tiene un sonido particular. Ya no es el silencio solemne de antes, cuando todo este lugar me parecía un mausoleo esperando su regreso. Ahora es un caos lleno de vida: pasos pequeños corriendo por los pasillos, risas que estallan sin permiso, discusiones entre Vanessa y Alessandro, los gritos de los trillizos reclamando atención. Y yo, un hombre que un día creyó que estaba condenado a la soledad, me descubro sonriendo como un tonto solo por escucharlos.Me asomo al balcón y observo
POV ValeriaEl tiempo tiene un extraño poder: todo lo devora, todo lo cura, todo lo transforma. Han pasado cinco años desde aquella guerra que casi nos arranca la vida, y hoy, al mirar a mi alrededor, apenas puedo reconocer a la mujer que fui entonces.Estoy en la terraza de la mansión. El sol de la tarde cae dorado sobre el jardín, pintando sombras largas que bailan sobre el césped. El viento me acaricia el rostro con esa tibieza que me recuerda que la calma, al fin, se ha quedado a vivir con nosotros.Allí, frente a mí, está la escena que nunca me canso de contemplar: Armando jugando con nuestros hijos. Sus carcajadas retumban en el aire, mezcladas con los gritos emocionados de los pequeños. Los trillizos corren como locos, intentando escapar de sus manos fuertes que los persiguen con fingida torpeza.—¡Atrápenlo, atrápenlo! —grita Antonio, el más travieso, mientras se lanza sobre su padre.—¡Yo puedo solo! —añade Andrés, aunque enseguida tropieza y termina en brazos de Armando.Áng
POV ValeriaDicen que los primeros meses de vida de un hijo son un torbellino. Yo podría jurar que, con tres, ese torbellino se convierte en un huracán. La mansión, que alguna vez fue escenario de batallas y conspiraciones, hoy parecía un hospital improvisado: pañales por todas partes, biberones alineados en la cocina como si fueran armas listas para la guerra, ropas diminutas colgando en sillas y sillones.El amanecer ya no llegaba con calma. Era anunciado por un coro de llantos, cada uno con su propio tono, como si Andrés, Antonio y Ángel hubieran aprendido a turnarse para no dejarnos dormir nunca más de tres horas seguidas.Me descubrí agotada, con las ojeras marcadas y el cuerpo pesado, pero jamás había sentido tanto amor, tanto propósito en cada día.Armando no dormía mejor que yo. Ese hombre, que había enfrentado guerras y enemigos, estaba ahora en guerra contra los pañales. Lo veía en las madrugadas, caminando de un lado a otro con Ángel en brazos, murmurándole palabras en voz
POV ValeriaEl hospital ya había quedado atrás, pero el recuerdo de esa noche todavía me erizaba la piel. Tres vidas habían llegado al mundo entre luces quirúrgicas y lágrimas, y ahora, de regreso en la mansión, todo parecía distinto. Las paredes que durante años guardaron silencios y heridas, hoy vibraban con el eco de llantos diminutos, risas nerviosas y pasos apresurados.Ana, con su delantal manchado de leche y papilla, era un torbellino que no paraba. Corría del cuarto de los bebés a la cocina, de la cocina al cuarto de juegos, y aunque estaba agotada, en sus ojos brillaba un orgullo inmenso.Vanessa fue la primera en entrar a la habitación donde estaban las cunas alineadas. Se quedó de pie, con la mochila del colegio todavía colgando de un hombro, observando a los tres bebés que dormían bajo luces suaves. Alessandro se acercó a ella, temeroso, como si los tres pequeños fueran cristal a punto de romperse.—¿De verdad son mis hermanos? —preguntó en un susurro.—Sí, mi amor —respon
POV ValeriaLa noche se quebró con un dolor punzante, seco, que me hizo arquearme en la cama. Primero pensé que era otra de esas contracciones falsas que llevaba semanas soportando, pero cuando el calor me recorrió la espalda y sentí la humedad cálida entre mis piernas, supe que había llegado la hora.—¡Armando! —grité, con un hilo de voz.Él estaba a mi lado en segundos, como si hubiera estado esperando esa llamada toda la vida. Encendió la luz, me miró y su rostro endurecido se transformó en un gesto de pánico contenido.—Ya es el momento, mi amor —susurró, tomando mi rostro con las manos—. Respira, estoy aquí.El caos se desató. Ana corrió por los pasillos de la mansión llamando a los guardias. Vanessa apareció con los ojos llenos de lágrimas, y Alessandro, todavía con el pijama arrugado, preguntaba qué pasaba. Armando los abrazó a ambos con un movimiento rápido.—Su mamá va a traer a sus hermanitos. Cuídenla desde aquí —les dijo, antes de cargarme casi en brazos hacia el coche.El
Último capítulo