capitulo 3

Adrián y yo fuimos al despacho de Esteban. La oficina aún olía a él: a ese perfume amaderado que tanto me gustaba y que ahora me estrujaba el alma.

Adrián cerró la puerta y me miró con seriedad.

—Valeria, sabes que no será fácil que te acepten como la nueva CEO de la empresa. Pero tampoco es imposible. Solo tienes que intentarlo.

Suspiré y bajé la mirada a mis manos temblorosas.

—No sé si podré, Adrián. Yo estudié contabilidad, no administración. Hace años que dejé de trabajar… y la empresa es enorme.

Él se acercó, apoyando una mano firme sobre mi hombro.

—No estarás sola. Yo te ayudaré en todo. Solo tendrás que supervisar a los gerentes de las fábricas y tiendas, además de tratar con los proveedores. Eres inteligente, Valeria. Sé que puedes.

Lo miré con un nudo en la garganta.

—Lo voy a intentar. Porque se lo debo a Esteban. Esa empresa era su vida, y no permitiré que caiga en manos equivocadas.

Él sonrió con satisfacción.

—Eso me gusta. Pero debes estar preparada. Elena no se quedará quieta. Y hay cosas que aún desconoces… cosas que se revelarán en la lectura del testamento.

Sentí un escalofrío recorrerme.

—¿Cosas? ¿Qué cosas, Adrián?

Bajó la mirada, como si midiera sus palabras.

—No puedo decirte aún. Solo te adelanto que Esteban lo hizo todo pensando en protegerte. Confía en él. Y confía en mí.

Yo asentí, con los ojos llenos de dudas.

—Está bien…

—Ve a descansar. Mañana tienes que estar lista para asumir tu lugar en la empresa. Yo soy abogado, no empresario. Necesito que firmes órdenes atrasadas y te pongas al frente.

Lo miré con gratitud.

—Gracias por todo, Adrián. No sé qué haría sin ti.

Él me sostuvo la mirada por un instante que se sintió eterno.

—No me lo agradezcas. Sabes de mis sentimientos… y aunque nunca fueron correspondidos, aquí siguen.

Me quedé en silencio, desarmada.

—Adrián, yo…

—No digas nada. No es el momento ni el lugar.

Me retiré a mi habitación con el corazón latiendo fuerte.

Al día siguiente

Me desperté temprano. Por primera vez en años, me vestí con un traje elegante y tacones. No me maquillé, como acostumbraba. Esteban no soportaba que otros hombres me miraran; por eso había dejado de arreglarme. Siempre preferí complacerlo, ocultando mi belleza bajo ropas largas y discretas. Pero ese día era diferente. Ese día tenía que mostrar firmeza.

Al llegar, Adrián me acompañó a la oficina que había sido de Esteban. La misma donde tantas veces lo vi encerrarse horas, concentrado, inalcanzable. Ahora era mi lugar.

—Aquí tienes lo pendiente de la semana —me dijo Adrián, dejando una montaña de documentos sobre el escritorio.

Los miré, abrumada.

—Es demasiado…

—Respira. Empieza poco a poco. Eres más capaz de lo que crees.

Días después.

Habían pasado muchos días de desvelo y trabajo intenso, pero hoy era la prueba más grande desde la muerte de Esteban: la junta con los socios. Me sentía insegura, no sabía si ellos me aceptarían como CEO. Sin embargo, tenía en mis manos el 70% de las acciones y, sobre todo, una voluntad férrea de no dejar que el legado de mi esposo cayera en manos equivocadas.

Respiré hondo, organicé las carpetas y salí de mi oficina. Mi asistente apenas levantó la vista del celular para verme pasar. No me gustaba. Su desdén era evidente y su trabajo, mediocre. No entendía cómo Esteban había soportado tanto tiempo a una mujer así. Decidí que hoy sería su último día en la empresa.

Al llegar a la sala de juntas, todavía vacía, sentí cómo los nervios me recorrían el cuerpo. Coloqué cada carpeta en su lugar, pedí café y agua para todos. Quería demostrar orden, aunque por dentro me temblaran las manos.

La puerta se abrió y apareció Adrián con su sonrisa inquebrantable. Ese hombre siempre parecía tenerlo todo bajo control.

—Buenos días, Valeria.

—Buenos días.

—¿Lista para la reunión?

—Eso creo.

Cuando todos estuvieron sentados, me levanté y hablé con la voz más firme que pude:

—Señores, como todos saben, Esteban falleció hace unas semanas. Mientras se lee el testamento y la justicia reparte lo que corresponda, me estoy haciendo cargo de la empresa. En sus carpetas encontrarán el informe del mes, las utilidades, y también un plan de mejoras que elaboré con los gerentes.

El silencio reinó. Cada minuto me parecía eterno. Finalmente, el señor Camargo, el más veterano de todos, tomó la palabra.

—Señora Amanda, debo reconocer que está haciendo un trabajo impecable. Creo hablar en nombre de todos cuando digo que tiene nuestro apoyo. Sin embargo, hay algo que me preocupa… —hizo una pausa incómoda—. Todos conocíamos a Esteban. Era un excelente empresario, pero en lo personal… era un hombre promiscuo. No me sorprendería que, tarde o temprano, aparecieran personas reclamando parte de su herencia.

Sentí un golpe en el pecho.

—Lo siento, señor Camargo, pero está equivocado. Mi esposo me fue fiel.

El hombre bajó la mirada, apenado.

—No quise ofenderla. Solo creo que merece estar preparada para lo que pueda venir.

La reunión terminó con su respaldo formal. Uno a uno, se fueron retirando hasta que quedamos solos Adrián y yo. El aire se me escapó de golpe, como si hubiera contenido la respiración todo el tiempo.

—¿Estás bien? —me preguntó con tono preocupado.

—Estoy cansada… pero lo que necesito de ti es la verdad, Adrián. Siento que me ocultas cosas.

Él bajó la mirada.

—Créeme que quisiera decirte todo, pero no puedo. Yo era su abogado y el secreto profesional me lo impide. Lo único que puedo advertirte es que Esteban murió cargado de secretos. Prepárate.

Me quedé sola en la sala, con el eco de esas palabras que me destrozaban. ¿Quién había sido en realidad el hombre con el que compartí mi vida durante diez años?

Cuando volví a mi oficina, todavía estaba aturdida. Tenía un asunto pendiente: despedir a mi asistente.

—Margarita, por favor, pase.

Entró moviendo las caderas, con su falda corta y su maquillaje exagerado. Parecía cualquier cosa menos una asistente ejecutiva.

—Tome asiento. Seré breve. A partir de este momento está despedida. Puede pasar por su liquidación a contabilidad.

Su carcajada fue tan ofensiva que me heló la sangre.

—¿Y quién se cree usted? Tiene un contrato conmigo y apenas llevo un año. Usted no es nadie más que una viuda amargada, resentida porque su esposo buscaba en la calle lo que no encontraba en su cama.

Mis manos temblaron.

—No le permito que me falte al respeto.

Ella sonrió con burla.

—¿Quiere que le diga la verdad? Esteban y yo lo hacíamos aquí mismo, en este escritorio. Le fascinaba la adrenalina. Usted nunca le dio lo que necesitaba.

Sentí que el suelo desaparecía bajo mis pies.

—¡Basta! Salga de mi oficina.

—Me iré, pero antes le dejo un regalo: en el cajón derecho de su escritorio está la agenda privada de su “adorado” esposo. Ahí encontrará los nombres y direcciones de todas sus amantes. Disfrute la sorpresa.

Esteban me había traicionado. El hombre al que entregué mi vida, el que juró amarme hasta el final, me había engañado una y otra vez. Y yo, la mujer que lo veneraba, no era más que una sombra en medio de sus mentiras.

Sentí que todo mi mundo se derrumbaba… sin saber que, justo entonces, el destino estaba por cambiar mi vida para siempre.

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