Capítulo 129.
POV Valeria
Dicen que los primeros meses de vida de un hijo son un torbellino. Yo podría jurar que, con tres, ese torbellino se convierte en un huracán. La mansión, que alguna vez fue escenario de batallas y conspiraciones, hoy parecía un hospital improvisado: pañales por todas partes, biberones alineados en la cocina como si fueran armas listas para la guerra, ropas diminutas colgando en sillas y sillones.
El amanecer ya no llegaba con calma. Era anunciado por un coro de llantos, cada uno con su propio tono, como si Andrés, Antonio y Ángel hubieran aprendido a turnarse para no dejarnos dormir nunca más de tres horas seguidas.
Me descubrí agotada, con las ojeras marcadas y el cuerpo pesado, pero jamás había sentido tanto amor, tanto propósito en cada día.
Armando no dormía mejor que yo. Ese hombre, que había enfrentado guerras y enemigos, estaba ahora en guerra contra los pañales. Lo veía en las madrugadas, caminando de un lado a otro con Ángel en brazos, murmurándole palabras en voz