Mundo ficciónIniciar sesiónAdeline lo tenía todo: el trabajo soñado y un prometido perfecto, Jasper. Tras un accidente, finge amnesia como una broma inocente, esperando sus súplicas. Pero la jugada sale mal. Muy mal. Jasper, buscando ser libre, le entrega un "nuevo" novio: su propio y misterioso mejor amigo, Damián. Atrapada en su propia mentira, Adeline debe ahora vivir con un hombre que siempre fue un extraño, mientras su prometido disfruta de su nueva vida. Bajo el mismo techo, cada mirada y cada mentira compartida con Damián encienden una chispa prohibida. ¿Podrá Adeline mantener la farsa cuando su corazón empiece a latir por el hombre que solo era parte del engaño? En este juego de apariencias, el mayor peligro no es que la mentira se descubra... sino que el amor fingido se vuelva devastadoramente real.
Leer másEl zumbido monocorde del proyector era el sonido de las ideas chocando. En la sala de juntas de Aethelgard Studios, Adeline trazaba círculos concéntricos en su cuaderno, disimulando que su mente estaba a años luz de allí.
"—...lo que necesitamos para Reign of Ashes II es expandir el arco del personaje de Kaelen. El primer juego fue un éxito por su mundo, pero los jugadores se enamoraron de su redención," —explicaba Ana, bajo la supervisión firme de la Jefa de Ideas y Seguimiento de Proyectos, Adeline. Por fuera, era la profesionalidad hecha mujer. Por dentro, contaba los minutos para la cena que tenía con Jasper en ese nuevo restaurante italiano que tanto le insistía. Su novio, Jasper. Llevaban juntos desde la universidad, una vida construida a medias: el apartamento cómodo, las rutinas dominicales, la promesa de una boda el año próximo. Era la imagen de la felicidad, enmarcada y colgada en la pared. De repente, una voz grave cortó sus pensamientos. —Está perfecto. El enfoque de Ana es el correcto. La reunión ha terminado, quiero los avances para el Lunes. Era Damián. El Ceo de Aethelgard Studios y, crucialmente, el mejor amigo de Jasper. Sus miradas se encontraron por un segundo. Siempre era así: un intercambio profesional, un asentimiento respetuoso. Fuera de la oficina, apenas unas palabras corteses en las cenas que compartían. Él era un muro de seriedad impenetrable de 32 años; ella, un torbellino de 24 que había aprendido a contenerse a su alrededor. Al ver la hora en su teléfono, el pánico dulce de la anticipación la recorrió. ¡Se iba a hacer tarde! Recogió sus cosas a toda prisa, esbozó una sonrisa general de despedida y corrió hacia el estacionamiento. Dentro de su auto compacto, el mundo exterior se difuminó. Los altos edificios de cristal de Aethelgard Studios se convirtieron en una mancha brillante en el espejo retrovisor, y con ellos, se desdibujaron también las tensiones pendientes del proyecto Reign of Ashes II y la mirada impasible de Damián. Puso su lista de reproducción de pop a todo volumen y cantó a gritos. La batería electrónica y una melodía pegajosa llenaron el habitáculo, ahogando el rumor del tráfico. Adeline golpeaba el volante al ritmo de la música, su voz, un poco desafinada pero llena de pura alegría, se elevaba sin ningún pudor. —¡Y no me importa lo que digan! ¡Esta noche es nuestra! —canturreó, riendo de sí misma cuando olvidó la letra y la reemplazó por un “la-la-la” entusiasta. Recordó su noche con Jasper, así que comenzó a planear mentalmente el vestido que se pondría. —Okay, Adeline, —se dijo a sí misma, bajando un poco el volumen como si fuera a tener una conversación seria. —El vestido verde esmeralda. Sin dudas. Es el que a Jasper más le gusta. Hizo una pausa, esbozando una sonrisa pícara frente al parabrisas. —Aunque con ese escote… quizás lleguemos tarde al restaurante, —pensó, y una risita burbujeante escapó de sus labios. Se imaginó la mirada de Jasper, esa mezcla de admiración y posesividad que a veces le lanzaba, y una oleada de calor le recorrió el cuerpo. Esta cena era importante. Él había insinuado que tenía una “sorpresa” y, con la boda en el horizonte, su imaginación volaba. ¿Una joya? ¿El viaje de sus sueños? O simplemente una noche perfecta, como las que solían tener antes de que los negocios de su padre lo absorbieran por completo La emoción le pintaba las mejillas de rojo. Se miró fugazmente en el espejo retrovisor y se vio radiante. Los ojos le brillaban, el cabello negro enmarcaba su rostro con una energía casi eléctrica. Era la anticipación de la felicidad, esa certeza de que la vida, en ese momento exacto, estaba yendo por el camino correcto. Cada semáforo en verde era una bendición, cada canción que sonaba era la banda sonora de su historia de amor. El semáforo se puso en rojo frente a ella. Frenó con un suspiro teatral, impaciente por continuar su camino hacia esa felicidad. Tarareaba la siguiente canción, sus dedos tamborileando en el volante. Cuando la luz cambió a ese verde esperanzador, fue la primera en arrancar, una sonrisa amplia y confiada aún bailando en sus labios, completamente ajena a la sombra que se cernía sobre ella a toda velocidad. Fue entonces cuando el mundo estalló. El impacto fue un trueno de metal retorcido y cristales estallando. Un monstruo de acero, una camioneta que se había saltado el rojo a toda velocidad, embistió su lado del conductor. La fuerza fue tan brutal que su pequeño auto salió despedido, girando en una danza macabra antes de estrellarse contra el asfalto con un chirrido final y ominoso. Lo último que recordó fue el sabor del polvo de la bolsa de aire y un silencio repentino y aterrador… . —Jasper… Minutos, o quizás horas después, los sonidos regresaron primero: sirenas lejanas que se acercaban, voces urgentes, el crujido de sus puertas siendo forzadas. La sensación de ser movida con cuidado, de una luz cegadora contra sus párpados cerrados. Luego, la oscuridad la reclamó de nuevo… Hospital del Norte La conciencia regresó gota a gota. Un zumbido en los oídos. Un dolor sordo y generalizado que anclaba cada músculo a la cama. El olor antiséptico del hospital le picó en la nariz antes de que lograra abrir los ojos. Tenía una cánula de oxígeno y un suero conectado al brazo. Una figura con el rostro borroso se inclinaba sobre ella. —¿Addi? Cariño, ¿puedes oírme? Soy yo, Kat... Katherine. Su mejor amiga. La voz era un hilo familiar que tiraba de ella hacia la realidad. Adeline parpadeó, forzando la vista a enfocar. Allí estaba Katherine, con el rímel corrido y los ojos enrojecidos. Un alivio inmenso inundó a Adeline. Al menos alguien familiar estaba aquí. —Kat... —logró susurrar, pero su amiga la interrumpió, apretándole la mano con fuerza. —¡Dios mío, estabas tan pálida! Jasper está hecho un desastre, no ha parado de llamarme... —Katherine soltó un sollozo tembloroso. —Cuando me enteré del accidente... creí que te habías... ¡No importa! Lo importante es que estás bien. Adeline intentó sonreír para calmarla. Siempre tan dramática, pensó. Y entonces, una idea. Brillante, traviesa, impulsiva, una chispa de su antigua personalidad asomándose a través del dolor, encontró su momento perfecto. ¿Por qué no fingir que sufrió de amnesia? qué mejor manera de jugar primero con su mejor amiga. Sería la prueba de fuego para su actuación. Frunció el ceño, con una expresión de genuina confusión. Retiró su mano de la de Katherine con suavidad. —Lo siento... —dijo, haciendo que su voz sonara débil y extrañada. —¿Yo... yo te conozco? El efecto fue instantáneo. El rostro de Katherine se descompuso. El dolor y la preocupación fueron reemplazados por una incredulidad absoluta. —¿Addi? —preguntó, su voz apenas un hilo. —No... ¿Qué estás diciendo? Soy Katherine, ¡tu Kat! Adeline negó lentamente, disfrutando secretamente del dramatismo de la situación. Espera a que se lo cuente a Jasper, se va a poner histérico, pensó. —No recuerdo... —murmuró, desviando la mirada como si estuviera abrumada. Katherine se puso de pie de un salto, la silla chirrió contra el piso. —¡Enfermera! ¡Doctor! —gritó, corriendo hacia la puerta. —¡Algo le pasa, no me reconoce! En ese momento de caos, la puerta se abrió y apareció la figura de bata blanca. El médico entró, seguido de cerca por Jasper y Damián, cuyos rostros mostraban una preocupación profunda al escuchar los gritos de Katherine. Una figura de bata blanca estaba a su lado, revisando una tabla. —¿Señorita Carson? —dijo el médico al ver sus párpados abrirse. —¿Cómo se siente? —¿Qué... qué pasó? —logró articular, su voz era un hilillo de aire. Cada palabra le recordaba el dolor en las costillas. —Tuvo un accidente de tránsito. Un choque bastante fuerte. ¿Me puede decir si siente algo específico, aparte del dolor general? —sacó de su bolsillo una linterna y la apuntó en ambos ojos. —Duele... todo, —confesó, tratando de sentarse con mucho cuidado. —Doctor, dice que no me recuerda… —Es normal. Tiene contusiones múltiples y una conmoción cerebral, —Respondió el doctor, mirando una carpeta abierta con un par de hojas dentro. —Aunque los exámenes indicaron que no hay nada roto, un accidente puede causar otros tipos de traumas, entre ellos: pérdida de memoria. Descansará aquí esta noche para ver su avance. —El médico anotó algo y se dirigió hacia la puerta. —Volveré en unos minutos. —¡Doctor espera pero qué pasará!... —Katherine lo siguió detrás estérica. —¿Está seguro de los resultados?... Cuando el médico abrió la puerta, el corazón de Adeline dio un vuelco. Allí, en el pasillo, con el rostro pálido y desencajado por la preocupación, estaban Jasper y Damián. Al verla despierta, los ojos de Jasper se iluminaron con un alivio desesperado. En cuanto la puerta se cerró, Jasper irrumpió en la habitación, llegando directamente a su cama. —Amor, Dios mío, ¿estás bien? ¡Me asustaste hasta la muerte! —Su voz temblaba. Y entonces, la idea pasó otra vez por su cabeza.Sería divertido verlo sufrir un poco, rogarle que lo recordara. Sería una anécdota graciosa más tarde que tocaran con mucho humor. Adeline fingió una confusión profunda, apartando su mano de la de él con debilidad. —¿Amor? ¿Mi... mi novio? La reacción de Jasper no fue la que ella esperaba. No hubo pánico, ni súplicas. Su rostro se congeló por una fracción de segundo, y luego, de sus labios se dibujó una sonrisa extraña, casi... calculadora. Un brillo nuevo y frío apareció en sus ojos. —¿Yo? No, no, cariño, —dijo, su voz recuperando una calma repentina y alarmante. —Yo no soy tu novio. Lo siento, fui muy impetuoso. Es que estaba tan nervioso… —Hizo una pausa dramática y luego se volvió hacia Damián, que estaba en la puerta, observando la escena con una expresión de total desconcierto. Jasper le hizo una seña imperceptible con la cabeza, un movimiento rápido y urgente. —Tu novio es él, —dijo Jasper, señalando a Damián con el mentón. —Damián, discúlpame por adelantarme. Es que... no sabría qué hacer sin mi cuñada favorita. No tendría a quién molestar. El mundo de Adeline se detuvo. ¡¿CUÑADA?! Su mirada, ahora llena de un pánico muy real, se clavó en Damián. Él parecía haber sido golpeado por un rayo. Sus ojos, normalmente tan impasibles, estaban abiertos de par en par, mirando a Jasper con una furia muda e interrogante. Pero, con una frialdad que heló la sangre en las venas de Adeline, Damián recogió el guante. Con pasos lentos y deliberados, se acercó a la cama. Su mirada se encontró con la de ella. Y en la profundidad de esos ojos oscuros, Adeline no vio la confusión que esperaba. Vio algo más peligroso, más intenso. Algo que hizo que se le encogiera el estómago. —¿Amor?El tiempo en un hospital no se mide en minutos, se mide en latidos. Y los míos habían estado a punto de detenerse durante las últimas seis horas. Estaba sentado en el suelo del pasillo de espera, con la espalda apoyada contra la pared fría y las piernas estiradas. Me había negado a irme a la sala VIP. Me había negado a que me trajeran comida. Me había negado incluso a limpiarme la sangre seca que tenía en las manos, como si esa suciedad fuera lo único que me conectaba con ella en ese momento.El silencio del pasillo era sepulcral, solo roto por el zumbido eléctrico de las lámparas fluorescentes. De repente, el sonido de las puertas batientes del quirófano abriéndose rompió mi trance. Me levanté de un salto, mis músculos agarrotados protestando, pero mi mente ignorando el dolor.El Doctor Castelli salió. Se veía exhausto. Tenía ojeras profundas marcadas bajo los ojos y caminaba con pesadez, quitándose la mascarilla quirúrgica con un gesto lento. Su bata azul estaba manchada de sudor en
Las puertas automáticas de la sala de urgencias se abrieron de golpe, como si hubieran sentido mi furia antes de verme.—¡ABRAN PASO! —rugí, empujando la camilla junto con los paramédicos, ignorando las miradas horrorizadas de los pacientes en la sala de espera.El caos del hospital nos engulló. Enfermeras corrían, monitores pitaban, el olor a alcohol y enfermedad golpeó mis fosas nasales, mezclándose con el hedor a humo y sangre seca que emanaba de mi propia ropa.—¡A trauma uno, rápido! —gritó alguien.Corrí al lado de Adeline, aferrando su mano inerte como si fuera el único ancla que la mantenía en este mundo. Su rostro estaba pálido, casi gris bajo el hollín, y la máscara de oxígeno se empañaba con un ritmo irregular que me aterrorizaba.Llegamos a las puertas dobles de la zona estéril.—¡Señor, no puede pasar! —Una enfermera se interpuso en mi camino, extendiendo un brazo firme—. ¡Solo personal médico a partir de aquí!—¡Apártese! —bramé, intentando esquivarla.—¡Seguridad! —grit
La puerta de mi oficina acababa de cerrarse tras la salida de mi abuelo, dejando un silencio denso. Me giré hacia la ventana, aflojando el nudo de mi corbata, tratando de calmar la furia que me hervía en la sangre.—Viejo infeliz... —mascullé, mirando mi reflejo.Entonces, sucedió. No fue un ruido al principio. Fue una vibración. Un estremecimiento profundo que subió desde los cimientos del edificio, recorriendo la estructura de acero como un escalofrío en una columna vertebral. El suelo bajo mis pies tembló violentamente. Los cristales panorámicos, diseñados para resistir huracanes, vibraron con un zumbido siniestro.Mi instinto se activó en una fracción de segundo.¿Un terremoto? No. Fue un golpe seco. Una detonación.—¡Bum!El sonido llegó con retraso, amortiguado por los pisos de concreto, pero inconfundible.Las luces parpadearon una vez. Dos veces. Y luego, el aullido estridente de la alarma de incendios rompió la paz de mi santuario.Corrí hacia el panel de seguridad en la pare
Adeline estaba sumergida en su elemento. El mundo exterior había dejado de existir hacía horas. Allí, en su escritorio, rodeada por el zumbido suave de los servidores y el brillo frío de la tecnología, era donde su cerebro funcionaba a la perfección.Frente a ella, tres monitores de alta definición formaban una barricada de luz.En la pantalla izquierda, se reproducía en bucle una secuencia del nuevo videojuego de mundo abierto que la empresa estaba a punto de lanzar Reign of Ashes II. En la pantalla central, líneas de código cascaban como una lluvia digital interminable, números y comandos que para cualquier otro serían jeroglíficos, pero que para ella eran una partitura musical. Y en la derecha, las estadísticas de consumo: uso de CPU, caída de frames, temperatura de la GPU.Su trabajo como Gerente de Marketing no se limitaba a presentar el producto; como Jefa de Área de Avances y Desarrollo, su responsabilidad era asegurarse de que el producto fuera perfecto. El mandato de Damián e
Damián entró a la empresa por su acceso privado, sintiéndose el dueño absoluto del universo.El recuerdo de Adeline gimiendo su nombre en el coche, la sensación de sus dedos todavía hormigueando por el tacto de su piel y el olor de su perfume impregnado en su traje lo tenían en un estado de euforia casi narcótica. Saludó al jefe de seguridad del pasillo con un asentimiento breve pero enérgico, e incluso le dedicó un "buenos días" sonoro a su secretaria ejecutiva antes de entrar a su despacho.Se sentía el Rey del mundo. Invencible. Intocable. Abrió la puerta doble de su oficina presidencial esperando encontrar el silencio habitual, ese santuario de cristal y cuero donde él dictaba las reglas. Pero el silencio que encontró no era de paz; era de invasión.Damián se detuvo en seco. Su sillón, ese trono de cuero italiano desde donde dirigía su imperio tecnológico, estaba girado hacia el enorme ventanal que daba a la ciudad. Alguien estaba sentado allí, de espaldas a él, observando su domi
Caminar las tres cuadras hasta la empresa fue una odisea. Mis piernas parecían de gelatina. Cada paso que daba me recordaba la presión de los dedos de Damián, la intensidad de su mirada y la forma en que me había hecho perder el control en un coche aparcado a plena luz del día. Sentía las mejillas ardiendo, no por el sol de la mañana, sino por el rubor persistente que se negaba a abandonar mi rostro.Intenté poner cara de ejecutiva seria, pero era inútil. Una sonrisa boba, casi ebria, se me escapaba por las comisuras de los labios cada vez que parpadeaba y veía su sonrisa de lobo satisfecho. Crucé las puertas giratorias del edificio con el corazón todavía galopando. Saludé al guardia de seguridad con un gesto rápido y me dirigí casi corriendo hacia los baños de la planta baja antes de subir a mi piso. Necesitaba recomponerme. Necesitaba borrar la evidencia del "delito".Entré al baño de mujeres y me lancé hacia el espejo. —Dios mío, Adeline... —murmuré, viendo mi reflejo. Mi cabello,





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