7- Huellas en la tormenta

La tormenta había empezado al anochecer. El viento ululaba como una bestia antigua y la nieve caía con una furia que parecía querer borrar los contornos del mundo. Dentro de la casa de Cedric, la chimenea ofrecía una falsa sensación de seguridad. Adelia miró por la ventana empañada y supo que algo en el aire no era solo frío.

—No es una tormenta común —dijo—. Hay algo más en ella.

—Yo también lo siento —añadió Ethan, recostado en el umbral—. La magia está… desordenada.

Cedric, que intentaba leer un pergamino junto al fuego, alzó la vista.

—No es desorden —corregió—. Es un rastro. Alguien deja una marca para ser encontrado. Pero no por cualquiera. Solo por quien pueda leerla.

Adelia se volvió hacia él.

—¿Y qué quieren que encuentre?

—A ti —respondió Cedric sin titubear—. Te están llamando.

La tormenta duró días. Los aldeanos apenas salían; las ventanas se cerraron y el pueblo se sumió en un silencio tenso. Adelia se mantenía ocupada: reparaba talismanes, reforzaba hechizos para conserv
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