5- Secretos bajo la nieve

El amanecer tiñó de rosa el cielo invernal. La nieve crujía bajo los pasos de los aldeanos que comenzaban sus labores, mientras el humo de las chimeneas ascendía como hilos al aire helado. En la casa de Cedric, el ambiente era tranquilo, casi hogareño.

Adelia se había despertado temprano, incapaz de permanecer quieta. Desde la llegada de Ethan, una tensión persistente la acompañaba. Se cubrió con su capa de lana, calzó sus botas y salió hacia el claro donde entrenaba.

El bosque estaba en silencio. Cerró los ojos y extendió las manos. Sintió el invierno rodearla, el aire frío acariciando su piel. Por un momento, hubo paz.

—Si levantas los brazos de esa forma, cualquiera pensaría que invocas un espíritu del hielo —dijo una voz detrás de ella.

Adelia giró bruscamente. Ethan estaba apoyado contra un árbol, observándola con la calma de siempre.

—¿Tú también madrugas?

—No duermo mucho. Quienes sueñan con puertas abiertas raramente descansan.

Adelia alzó una ceja.

—Suena a enigma de anciano sabio.

Él dejó escapar una leve sonrisa.

—Digamos que estoy intentando encajar.

De regreso en la casa, Cedric los esperaba con el desayuno.

—Hoy habrá entrenamiento doble —anunció—. Los registros de los guardianes confirman lo de los portales. Necesitamos fortalecer tus defensas internas.

—¿Defensas internas? —replicó Adelia—. Eso suena a que me vas a romper el alma.

—No. Significa que enfrentarás tus propios miedos.

Adelia suspiró.

—Peor aún.

El entrenamiento los llevó a una cámara subterránea bajo la casa, donde Cedric guardaba cristales de visión. Le entregó uno pequeño, negro con vetas púrpuras.

—Contiene un recuerdo sellado. Tócalo con tu magia y observa.

En cuanto lo hizo, Adelia fue arrastrada a una visión. Vio a una mujer con su mismo rostro, mayor y más sabia, luchando en una llanura cubierta de ceniza. A su alrededor caían aliados, mientras un demonio alado rugía. La mujer no huía. Sonreía.

—No se trata de vencer —dijo—. Se trata de resistir hasta que la luz regrese.

La visión se desvaneció. Adelia cayó de rodillas, jadeante.

—¿Quién era?

—Una de tus antecesoras —explicó Cedric—. Eligió luchar sola. Tú no tienes por qué repetirlo.

Esa noche, Aster celebró la Noche de los Soles Dormidos. Los aldeanos colgaron faroles mágicos en los árboles, pidiendo protección en la estación más oscura. Adelia ayudó a los niños a encender pequeñas linternas con fuego flotante. Cada uno les dio un nombre: Esperanza, Valentía, Sueños…

Mientras observaba las luces suspendidas en las ramas, Ethan apareció a su lado.

—¿No vas a colgar uno?

—No sé qué pedir.

—Eso no es cierto.

Ella lo miró en silencio.

—¿Y tú? ¿Qué pedirías?

Él tardó en contestar.

—Tiempo.

—¿Tiempo para qué?

—Para que no tengas que elegir tan pronto entre tu vida o la de los demás.

Días después, durante un entrenamiento, Ethan le enseñó una técnica de los guardianes: la cadena mental, un vínculo breve entre dos conciencias.

Adelia dudó.

—¿Y si ves algo que no quiero mostrarte?

—Entonces confiaré en olvidarlo.

Lo intentaron. Por un instante, Adelia vio recuerdos ajenos: un bosque nevado, una espada rota, un juramento en una lengua muerta. Y algo más… una visión de sí misma, en el futuro, frente a un portal dorado con lágrimas en los ojos.

Cortó la conexión de golpe.

—¿Qué fue eso?

—Lo mismo que sueño desde hace años —respondió Ethan con voz baja—. Te veo allí, frente a esa puerta. Siempre despierto antes de saber qué decides.

Una mañana, mientras recogía agua en el pozo, escuchó rumores de comerciantes recién llegados.

—Tres aldeas del sur han sido borradas. No fue fuego. Fue magia oscura. Silenciosa. Precisa.

Adelia apretó los puños. Más tarde, en casa, Cedric confirmó la noticia.

—Ya no es una posibilidad. Es una certeza. Los portales están activos. Y alguien los usa para atacar.

—¿Un demonio? —preguntó Ethan.

—No. Es una red. Y su núcleo aún permanece oculto.

Un escalofrío recorrió a Adelia. La amenaza dejaba de ser un rumor. Era real.

Esa noche, al volver del entrenamiento, Ethan la esperaba en el umbral.

—¿Puedo preguntarte algo personal?

—Depende. ¿Va a incomodarme?

—Probablemente.

Ella arqueó una ceja.

—Adelante.

—¿Tienes miedo?

Adelia respiró hondo antes de responder.

—Sí. Pero ya no me domina.

Él asintió, serio.

—Eso es más de lo que muchos logran.

Ella lo miró un instante más de lo necesario.

—¿Y tú? ¿Tienes miedo?

—Todo el tiempo —admitió.

Las luces de Aster titilaban en la distancia, como estrellas atrapadas entre ramas. Y más allá del resplandor del pueblo, una sombra se deslizaba entre los árboles, esperando. La guerra aún no había comenzado. Pero todos, de una u otra forma, ya estaban tomando su lugar.

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