3- Los Primigenios

El invierno estaba ya instalado en Aster. Los árboles estaban blancos y el aire olía a leña quemada y sopa caliente. Adelia pasaba cada vez más tiempo en la biblioteca mágica de Cedric, un lugar donde los libros parecían tener vida propia y susurraban entre ellos cuando nadie los escuchaba.

Una mañana, Cedric le entregó un tomo encuadernado en cuero azul oscuro.

—Este libro fue escrito por un mago que tuvo contacto directo con los Primigenios.

Adelia lo sostuvo con respeto. El cuero estaba frío, pero al abrirlo sintió un calor que le recorrió la espalda. Las páginas brillaban suavemente, como si guardaran luz de luna.

—¿Quiénes son exactamente los Primigenios? —preguntó.

Cedric se sentó junto a la chimenea.

—Eran seres antiguos, más viejos que los reinos. Algunos creen que son un mito. Yo no. Crearon portales entre mundos, hablaron con los elementos sin magia y vivieron en armonía… hasta que desaparecieron. Nadie sabe por qué.

Adelia lo miró con inquietud.

—¿Y crees que tengo algo que ver con ellos?

Cedric no dudó.

—No lo creo. Lo sé. Tu núcleo mágico vibra distinto. No se parece al de ninguna loba, maga o hada. Es como si algo muy antiguo despertara en ti.

Las palabras la dejaron sin habla. Parte de ella sentía miedo, y otra parte una extraña fascinación.

Esa noche soñó con fuego. Vio un campo de batalla en ruinas, demonios corriendo entre los cuerpos y, en el centro, una mujer de cabello plateado y ojos idénticos a los suyos. La mujer lanzó un conjuro que desgarró el aire, y de sus manos brotó un fuego blanco que arrasó todo a su paso.

Adelia despertó empapada en sudor. Caminó hasta el espejo, y por un instante creyó ver otro rostro reflejado junto al suyo.

***

Días después, Cedric la llevó a una caverna sagrada donde los antiguos magos sellaban cristales con recuerdos. Entre estalactitas húmedas, le entregó un fragmento de cuarzo violeta.

—Cierra los ojos. Deja que te muestre lo que guarda.

Cuando lo sostuvo, una visión la envolvió. Vio a la mujer del sueño, ahora frente a una puerta gigantesca de piedra negra custodiada por sombras aladas. Su voz resonó con palabras que no comprendía, pero que calaban en su pecho:

"El equilibrio se rompe. Una elegida debe decidir si abrirá el umbral… o lo sellará para siempre."

Adelia soltó el cristal, jadeando.

—¿Quién era?

Cedric bajó la mirada.

—No lo sé con certeza… pero es parte de tu linaje. Y si esa visión es cierta, el mismo mal que enfrentó ella podría estar despertando ahora.

Durante las semanas siguientes, entrenó sin descanso. Aprendió a leer las líneas de poder en el aire, a concentrar fuego en sus manos hasta volverlo capaz de derretir piedra, incluso a abrir pequeños portales. Cedric le enseñó a canalizar magia a través de emociones nobles: amor, esperanza, gratitud.

—La magia oscura se alimenta del miedo porque es fácil —le explicó—. Pero los sentimientos puros son más fuertes. Tardan en crecer… pero una vez que lo hacen, nada puede romperlos.

Una tarde, al pensar en las sonrisas de los niños y en el calor del pueblo que la había aceptado, Adelia logró invocar una llama blanca. No quemaba, pero iluminaba como el sol.

Como el invierno ya estaba instalado y los aldeanos reforzaban sus hogares. Adelia los ayudaba a reparar tejados, sellar grietas y encender el fuego con pequeños hechizos. El pueblo la veía no solo como una huésped, sino como parte de su gente.

Pero la calma no duró. Una tarde, mientras recolectaba raíces en el bosque, el aire se volvió pesado. El silencio era extraño, demasiado absoluto. Una sombra cruzó entre los árboles. Adelia cerró los ojos y extendió su percepción. El bosque parecía contener la respiración.

—¿Qué eres? —susurró.

No obtuvo respuesta. Solo un crujido lejano, como huesos al romperse. Regresó al pueblo con el corazón acelerado. Cedric la esperaba en la entrada.

—Lo sentiste —dijo.

—Sí. Algo nos observa.

—La oscuridad ya sabe dónde estamos.

Esa noche, Adelia permaneció junto al fuego, repasando todo lo aprendido. Su cuerpo ya no temblaba como antes. Su lobo interior estaba en calma, pero su alma seguía inquieta. Pensó en Kael, en la ceremonia que la marcó, en Cedric, en los niños, en las visiones de la mujer y la puerta de piedra.

Se levantó, fue al claro y extendió los brazos. Una esfera de energía pura brotó de su cuerpo, iluminando todo el roble.

—No soy ella —murmuró—. Pero sí soy algo.

Al amanecer, Cedric la observó con atención.

—Tu magia está cambiando. Ya no te obedece… camina contigo.

Adelia no respondió, pero en su interior lo sabía: ya nada volvería a ser igual.

Esa noche, escribió en su cuaderno:

"No soy solo una loba. No soy solo una maga. Soy un eco de algo más. Y cada día me acerco a la respuesta. Pero temo lo que pueda encontrar."

Cerró el cuaderno, miró la luna sobre los tejados nevados de Aster y se hizo una promesa: enfrentaría su destino de pie. Porque ya no estaba sola. Porque ya no era débil. Porque, por primera vez, sabía quién era.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP