Siguieron hacia el sur-sureste en línea compacta.
El terreno se abrió en un domo bajo de sal con vetas de cuarzo y tres entradas marcadas por piedras planas. Taren miró las bocas y negó.
—Esto no es cueva. Es umbral.
Auren respondió con un pulso claro hacia la entrada central. Al cruzarla, la luz cambió. No había amenazas visibles, tampoco rastro del Vacío. Solo un corredor pulcro y seco con símbolos gastados. Al fondo, una losa cuadrada con círculos concéntricos y tres huecos poco profundos.
—Prueba druídica —dijo Darel—. Pide tres llaves.
Kal  sacó una bolsa y dejó granos de sal en el primer hueco. Taren dejó polvo de cuarzo en el segundo. Nada ocurrió.
—La tercera es palabra —indicó Taren, tensando la mandíbula—. No truco. Verdad.
Adelia dio un paso. Puso la mano sobre el tercer hueco. La losa estaba fría.
—No soy reina. No quiero serlo. Vengo a cerrar y a vivir.
El domo respiró. Los anillos de la losa giraron un cuarto, encastraron con un clic y mostraron una escalera corta. Bajar