El aire estaba más denso esa mañana. Aster amaneció envuelto en una neblina espesa que se deslizaba entre los árboles como un ser vivo. Adelia abrió la ventana y por un instante creyó ver figuras en el borde del bosque: sombras altas, inmóviles, observándola. Pero al parpadear, ya no estaban.
Bajó las escaleras en silencio. Ethan estaba junto al fuego, con una taza de té en las manos. Vestía una túnica oscura, sencilla pero elegante. Su mirada estaba fija en las brasas.
—¿No duermes? —preguntó ella. —Lo suficiente. Anoche gritaste en sueños otra vez.Adelia frunció el ceño.
—¿Me estabas vigilando? —Digamos que soy sensible a la energía. Tus gritos despiertan más que mis oídos.Ella bufó, molesta de que tuviera razón tan seguido. Desde su llegada, la presencia de Ethan alteraba algo en ella. No era desconfianza, pero sí la sensación de que estaba a punto de descubrir algo que no sabía si quería enfrentar.
—Cedric salió temprano —dijo Ethan al fin—. Detectó una perturbación mágica en el norte. Me pidió que no lo acompañara. Pero podemos investigar por el sur, si lo deseas.
Adelia lo pensó un momento, y tras un suspiro dijo:
—Está bien.La niebla se mantenía espesa. El bosque parecía vigilarlos. A cada paso, el ambiente se volvía más frío.
—No es natural —murmuró Adelia, posando la mano sobre un tronco cubierto de escarcha—. Está helado por dentro. —Magia antigua —respondió Ethan—. Alguien usa el bosque como canal. Y no con buenas intenciones.Avanzaron hasta encontrar símbolos tallados en la corteza, rodeados de cenizas negras.
—Son de invocación —reconoció Adelia—. Demonios menores.Adelia colocó la mano sobre una marca y cerró los ojos. Una sacudida la atravesó: gritos, fuego, una figura con alas de humo, una voz susurrando su nombre. Se apartó jadeando.
—Están llamando a seres del otro lado. Y usan mi nombre como ancla.—Volvamos —dijo Ethan, apoyando una mano en su hombro—. No debemos enfrentar esto sin preparación.
—Continuemos, no quiero quedar en la oscuridad.Llegaron a un claro rodeado de piedras antiguas. En el centro, un altar de piedra cubierto de musgo y sangre seca. Sobre él, una flor blanca que brillaba levemente.
—Flor del velo —susurró Adelia—. Solo crece donde vida y muerte se cruzan. Esto es un umbral. —Entonces planean abrir un portal aquí —dijo Ethan. —¿Por qué no está abierto ya? Él la miró con seriedad. —Porque faltabas tú. Tu magia es la llave.Un rugido cortó el aire. De entre los árboles surgió una criatura oscura, con forma de lobo pero cubierta de un pelaje líquido, ojos rojos y cuernos.
—¡Bestia de umbral! —gritó Ethan—. ¡Atrás!Pero Adelia no retrocedió. El lobo en su interior rugía, no de miedo, sino de furia.
—¡No huiré otra vez!Canalizó toda su energía. Una onda de luz salió de su pecho y arrojó a la bestia lejos.
—¡Cuidado! —advirtió Ethan.La criatura se levantó, herida pero no vencida. Rugió con violencia. Adelia alzó los brazos y recordó cada humillación, cada risa, cada rechazo. Algo se liberó dentro de ella. Sus ojos brillaron con destellos blancos. El fuego surgió de sus pies, envolviéndola como un manto. La bestia dudó… y huyó.
El silencio cayó sobre el claro.
—¿Estás bien? —preguntó Ethan, acercándose.Adelia solo asintió con un movimiento de cabeza.
De regreso, Cedric los esperaba en la entrada. Su mirada era grave.
—Vieron el altar. —Un demonio y vimos más que eso —dijo Ethan. Adelia asintió. —Algo se despertó en mí. No fue solo magia. Fue otra cosa.Cedric le tomó las manos.
—No temas. Es tu esencia aceptando lo que eres. Quizás las respuestas no te gusten… pero puedes transformarlas. Tú eres el cambio que este mundo espera.Esa noche, Adelia no pudo dormir. Salió al jardín y se sentó bajo el roble, mirando la luna. Ethan apareció en silencio.
—Hoy vi tu fuego —dijo—. No solo magia, poder real. Fue hermoso… y aterrador.Ella lo miró.
—¿Y tú? ¿Qué eres en realidad?Ethan dudó antes de responder.
—Un híbrido. Parte hada, parte humano. Nunca pertenecí a ninguno de los dos mundos.Adelia lo observó con atención. Su cercanía no parecía peligrosa, sino cálida, inesperadamente humana.
—Entonces somos más parecidos de lo que pensaba. —No estás sola, Adelia. —Lo sé. Y por eso no tengo miedo.El silencio los envolvió bajo la luz de la luna, como si esa noche el bosque también guardara la respiración.