Mundo ficciónIniciar sesiónDonde el alma te encuentra: Ecos del silencio Rocío nació en España, pero fue en Argentina donde echó raíces y construyó su destino. Brillante, disciplinada y sensible, su vida profesional la llevó a recorrer el mundo, dejando atrás mucho más que recuerdos. Tras años de éxito en Dubái, regresa a su país junto a su padre para asumir un nuevo desafío empresarial… sin imaginar que el pasado volvería a cruzarse en su camino. Adrián, marcado por un matrimonio por conveniencia y un amor que creyó perdido, ve en su trabajo el único refugio posible. Hasta que una mirada en medio de una reunión corporativa le recuerda que hay heridas que nunca sanaron. Entre estrategias de poder, secretos familiares y el peso de los acuerdos, ambos deberán aprender a proteger no solo los proyectos que construyen juntos, sino también el lazo invisible que los une desde la infancia. Porque cuando el alma reconoce su hogar, ni la distancia, ni el tiempo, ni el silencio pueden apagar su voz. Una historia de amor, lealtad y renacimiento. Donde el alma encuentra lo que el destino intentó borrar.
Leer másLas semanas siguientes fueron un espejo de contradicciones. Por fuera, todo parecía en orden: proyectos en marcha, reuniones coordinadas y resultados que mantenían a ambas empresas en una sinergia impecable. Pero por dentro, entre Rocío y Edrián, el silencio se había vuelto insoportable. Ella lo veía pasar por los pasillos, impecable como siempre, con esa mirada serena que solo ocultaba el descontrol que llevaba dentro. Él, en cambio, evitaba cruzar palabra más allá de lo estrictamente laboral. Era como si cada gesto, cada saludo cortés, estuviera medido para no traicionar el abismo que los separaba. Y en medio de todo, Álex —el amigo llegado de Dubái— se movía con naturalidad entre ambos mundos, sin imaginar el campo minado que pisaba. --- El lunes siguiente, Rocío y Álex tenían una presentación conjunta ante los directivos. Edrián estaba allí, junto a Sofía y al resto del equipo. —Ha sido un trabajo impecable —dijo el padre de Rocío, sonriendo satisfecho—. —
Los días posteriores a la conversación con Sofía transcurrieron entre silencios incómodos y miradas que ardían más que cualquier palabra. Rocío evitaba quedarse sola con Edrián, pero él parecía buscar cada oportunidad posible para romper esa distancia. Hasta que la tarde del viernes, el destino decidió enfrentar lo inevitable. La reunión había terminado tarde, todos se marchaban, y la lluvia comenzaba a caer con fuerza. Rocío guardaba sus documentos cuando escuchó la puerta cerrarse detrás de ella. —¿Otra vez huyes? —dijo una voz conocida. Edrián estaba apoyado en el marco, con el saco desabrochado, las mangas arremangadas y los ojos llenos de algo que no era solo cansancio. —No huyo —respondió ella sin mirarlo—. Solo me voy a casa. —Llevas días evitándome. —No es verdad. Hemos estado trabajando juntos. —Trabajando, sí. Pero sin hablar. Sin mirarme. Como si lo que dijiste aquel día te hubiera borrado los sentimientos. Rocío dejó los papeles sobre la mesa y resp
La semana comenzó con el regreso de Sofía a la empresa. Su presencia siempre marcaba una diferencia: los pasillos parecían más tensos, los saludos más medidos. Rocío la recibió con la cortesía habitual, una sonrisa amable y un apretón de manos firme, como si los rumores del pasado no pesaran sobre ninguna de las dos. —Bienvenida de nuevo, Sofía. Espero que todo haya salido bien con tu viaje —dijo Rocío. —Gracias, Rocío. Sí, asuntos familiares. Ya sabes cómo es… —respondió Sofía, con un tono amable, pero sus ojos se detuvieron apenas unos segundos más de lo necesario en los de ella. Edrián apareció poco después. Su saludo a Sofía fue correcto, breve, casi distante. Rocío notó ese matiz. También lo notó Sofía. Durante la reunión general, Rocío intentó centrarse en las cifras, los avances del proyecto y los próximos plazos. Pero cada vez que hablaba, sentía la mirada de Adrián sobre ella. Y aunque se obligaba a mantener la compostura, esa atención la desarmaba poco a poco. —Ento
El lunes amaneció con un sol tibio, como si la ciudad intentara compensar el caos de la tormenta pasada. Pero dentro del edificio, la calma era solo aparente. La rutina parecía la misma —reuniones, informes, llamadas—, pero algo en el aire había cambiado. Había una electricidad invisible que recorría los pasillos cada vez que Rocío y Edrián coincidían en el mismo espacio. Ella llegó temprano, impecable como siempre, con la serenidad de quien sabe disimular. Sin embargo, al abrir la carpeta de proyectos, una leve sacudida en sus manos la traicionó. Recordó la cercanía, la voz de Edrián quebrándose entre la lluvia… y el peso de las palabras que no debieron decirse. —Buenos días —escuchó a sus espaldas. No necesitó girarse. Lo reconoció por el tono contenido, por ese intento de normalidad que solo volvía todo más evidente. —Buenos días, Edrián —respondió, sin levantar la vista. Él se detuvo junto a su escritorio, entregándole unos documentos. —Los informes de esta semana —dij
El cielo se cerró temprano aquella tarde. Desde las ventanas del edificio, los relámpagos iluminaban por segundos las calles vacías, mientras el sonido del trueno hacía vibrar los cristales. Era uno de esos días en los que todo parece detenerse… menos los pensamientos. Rocío revisaba los últimos informes del mes, intentando distraerse con números y proyecciones, pero la concentración le resultaba imposible. Cada línea que leía se disolvía entre imágenes de la mañana, del cruce de miradas con Edrián, del esfuerzo constante por fingir normalidad. Suspiró y se reclinó en la silla, cerrando los ojos. El silencio de la oficina solo se rompía por el golpeteo de la lluvia. De pronto, escuchó pasos acercándose. Reconoció ese ritmo sin mirar. —Pensé que ya te habías ido —dijo, sin abrir los ojos. —No podía —respondió Edrián desde la puerta, con la voz baja, rasgada—. No así. No después de hoy. Rocío lo miró. Estaba empapado, con la camisa pegada al cuerpo y los ojos car
La mañana amaneció con ese aire de calma que antecede a una tormenta. El fin de semana había sido largo, lleno de pensamientos cruzados y silencios imposibles. Rocío intentó convencerse de que todo lo sucedido en el restaurante había sido solo una coincidencia, un simple recordatorio de que el pasado no desaparece, solo aprende a esconderse mejor. Pero al llegar a la oficina, su certeza empezó a tambalear. Edrián ya estaba allí, revisando documentos frente al ventanal. El sol bañaba la sala de reuniones y su silueta se recortaba contra la luz. Cuando la vio entrar, sus ojos se iluminaron de un modo que no logró disimular. —Buenos días —saludó ella con serenidad, dejando una carpeta sobre la mesa. —Buenos días… —respondió él, con la voz más baja de lo habitual—. ¿Descansaste? Rocío asintió con una sonrisa educada, aunque sabía perfectamente que él buscaba algo más en esa respuesta. —Sí, lo necesario para empezar la semana con energía. Tenemos una agenda cargada, a





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