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"Donde el alma te encuentra"
"Donde el alma te encuentra"
Por: Rocio
Capítulo 1 – Vidas separadas

El avión descendía sobre Buenos Aires y el sol de la mañana teñía el cielo de un dorado que parecía arrancado de un sueño. Rocío Villanova cerró los ojos un instante, respiró hondo y se dejó envolver por ese olor tan suyo: una mezcla de tierra húmeda, café recién hecho y brisa urbana. Habían pasado demasiados años desde la última vez que pisó Argentina, el país de su padre, ese rincón del mundo que había aprendido a llamar hogar, aun habiendo nacido lejos, en Madrid.

Volvía distinta.

Más fuerte. Más libre. Más dueña de sí.

Y, sin embargo, algo dentro de ella temblaba, como si su alma presintiera que no todo sería tan sencillo como planificaba.

Su padre, Alejandro Villanova, la esperaba en el aeropuerto con una sonrisa de orgullo que no lograba ocultar la emoción. Para él, su hija era el reflejo de todos sus logros. Ella, en cambio, lo veía como la raíz que la mantenía firme. Juntos volvían a tomar las riendas de la empresa familiar, después de que Rocío pasara varios años en Dubái dirigiendo proyectos estratégicos.

—Bienvenida a casa, hija —dijo él, tomándola de la mano.

—Gracias, papá. Aunque, si soy honesta, no sé si esta sigue siendo mi casa —respondió con una sonrisa melancólica.

—Lo será. Ya verás.

En el trayecto hacia la ciudad, Rocío observaba por la ventanilla. Los recuerdos comenzaron a revolverse en su mente como hojas al viento: el colegio, los amigos, las risas, los años universitarios… y él.

Ese “él” que nunca se había ido del todo.

Edrián Mastronardi.

Lo había conocido en la universidad, antes de marcharse a Harvard. Compartían clases, cafés interminables y una afinidad que jamás se atrevieron a nombrar. Era el tipo de conexión que se siente más que se entiende, como si el alma reconociera algo que el cuerpo aún no comprendía.

Pero la vida, terca e irónica, los separó.

Ella partió a estudiar fuera.

Él se quedó, atado al legado familiar y al peso de los compromisos que su apellido le imponía.

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Mientras tanto, al otro lado de la ciudad, Edrián Mastronardi ajustaba su corbata frente al espejo. La perfección era su armadura diaria. Su vida transcurría entre reuniones, estrategias financieras y cenas formales con la familia Monte, a la que ahora pertenecía por obligación más que por amor.

El matrimonio con Sofía Monte, hija de su socio, no había sido una decisión del corazón. Fue un acuerdo sellado entre dos apellidos, una transacción disfrazada de promesa. Ella representaba el equilibrio, la reputación, la fachada perfecta para un hombre que debía mantener su nombre intachable.

Pero tras esa fachada había grietas.

Grietas que dolían.

Grietas por donde, a veces, se filtraban recuerdos de un pasado más luminoso.

Aquella mañana, mientras revisaba unos documentos de la empresa familiar —ahora fusionada con la del padre de Sofía—, vio un correo con un asunto que le hizo detener la respiración:

> Reasignación de Coordinación Estratégica – Grupo Villanova Internacional.

El apellido lo golpeó como una ola.

Villanova.

Durante segundos, su mente se negó a creerlo.

—No puede ser… —susurró, mientras el eco de un nombre se abría paso entre sus pensamientos—. Rocío…

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El reencuentro era inevitable, aunque ninguno de los dos lo sabía aún.

El destino comenzaba a mover sus piezas con precisión quirúrgica.

Rocío pasó los primeros días poniéndose al día con los informes de la empresa y visitando la nueva sede, instalada en un edificio compartido con otras corporaciones asociadas. Su agenda era una sucesión de reuniones, saludos y compromisos sociales. Nada que indicara que el pasado estaba a punto de irrumpir en su vida.

Hasta que un correo apareció en su bandeja de entrada:

> Reunión de integración interempresarial – Grupo Monte-Mastronardi / Villanova Internacional.

Por un instante, el corazón se le detuvo.

El mismo apellido.

El mismo hombre.

El mismo universo que creía enterrado.

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Esa noche, mientras la ciudad dormía, Rocío se asomó al balcón de su apartamento. El viento jugaba con su cabello y el silencio le traía pensamientos que creía olvidados.

¿Y si lo vuelvo a ver?

¿Y si nada ha cambiado?

¿Y si todo cambió menos nosotros?

Su reflejo en el vidrio le devolvía la imagen de una mujer firme, decidida, elegante… pero también de una niña que aún buscaba respuestas.

No lo sabía, pero al otro lado de la ciudad, Edrián miraba el mismo cielo.

Sofía dormía a su lado, y él, en silencio, se preguntaba cuándo había dejado de sentirse vivo.

Sus pensamientos se encontraron en la distancia.

Como si el universo, cansado de esperar, volviera a unir lo que una vez separó.

Y así, entre luces de ciudad y silencios que gritaban, dos almas que se habían prometido en otra vida volvían a caminar hacia el mismo punto de partida, sin saber que el amor que los unía iba a desafiar el tiempo, el orgullo y la razón.

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