Mundo ficciónIniciar sesiónLos días siguientes transcurrieron con una calma engañosa.
Rocío y Edrián compartían reuniones, revisaban informes, almorzaban con los equipos ejecutivos y hablaban de estrategias, evitando cuidadosamente todo lo que no fuera estrictamente laboral. Pero entre cada mirada y cada pausa silenciosa se escondía algo que ninguno podía disimular: la tensión de lo que nunca se resolvió. El rumor de su “buena sincronía profesional” ya circulaba entre los empleados, aunque nadie sospechaba que aquella conexión era más antigua y profunda de lo que imaginaban. Edrián, siempre puntual y correcto, parecía ajeno a los comentarios; Rocío, por su parte, los ignoraba con una sonrisa diplomática. Ambos sabían que lo que los unía no se podía explicar en términos de oficina. Aun así, el trabajo los mantenía concentrados. Rocío se había ganado el respeto de todos. Su seguridad al hablar, su visión analítica y esa calma elegante que irradiaba imponían autoridad sin necesidad de levantar la voz. Edrián la observaba en silencio cada vez que ella exponía un proyecto. Le fascinaba su claridad, su forma de estructurar las ideas y la serenidad con que enfrentaba los desafíos. A veces se preguntaba cómo habría sido su vida si no la hubiera dejado ir años atrás. --- La tarde del viernes se anunció con la promesa de un respiro. Las semanas habían sido intensas y Rocío aceptó la invitación de sus amigas —Carla y Valeria— para celebrar su regreso al país. —Nada de trabajo hoy, por favor —le dijo Valeria mientras elegían el lugar—. Vamos a comer bien, reírnos y brindar por ti. Rocío accedió, aunque en el fondo no tenía mucho ánimo para fiestas. Se vistió con un vestido negro de seda que resaltaba su piel dorada y su cabello suelto. Su intención no era llamar la atención, pero lo hacía sin esfuerzo. Un perfume suave la envolvió al salir del apartamento, y por un instante pensó que quizá le hacía falta sentirse viva más allá del trabajo. --- El restaurante elegido era uno de los más elegantes de la ciudad. Luces cálidas, música discreta y el murmullo constante de conversaciones de viernes por la noche. Rocío llegó con sus amigas, rieron, pidieron vino y charlaron sobre viajes, moda y anécdotas de juventud. Por un momento, se permitió olvidar el peso de los compromisos y las responsabilidades. Hasta que lo vio. A pocos metros, en una mesa del fondo, estaba Edrián. Traje oscuro, mirada seria, la misma elegancia que siempre. Frente a él, Sofía, su esposa, vestida de rojo, sonreía con un aire triunfante. La escena le golpeó como una ola fría. —¿Rocío? —preguntó Carla, notando su distracción. —Nada, solo… un conocido —dijo ella fingiendo indiferencia mientras tomaba su copa. Edrián la había visto también. Intentó mantener la compostura, pero el leve temblor en su mano al levantar el vaso lo delató. Sofía, por supuesto, no tardó en notarlo. —¿Te pasa algo? —preguntó con tono dulce, aunque sus ojos eran puñales. —Nada —respondió él, desviando la mirada hacia el vino. Pero en cuanto ella se giró para hablar con el camarero, sus ojos se cruzaron con los de Rocío. Fue apenas un segundo, suficiente para que ambos recordaran cada palabra no dicha. --- La cena de Sofía y Edrián fue breve. Ella se esforzaba por mantener una conversación trivial, pero la distancia entre ambos era evidente. Mientras tanto, Rocío reía con sus amigas intentando convencerse de que lo que sentía era solo nostalgia. Al salir del restaurante, Sofía tomó del brazo a su marido. —No puedo creer que hayas elegido este lugar —dijo con un dejo de reproche—. Sabías que aquí viene medio mundo corporativo. Edrián frunció el ceño. —Fue una sugerencia del asistente. No sabía que te incomodaría. —Lo que me incomoda —respondió ella, deteniéndose frente al coche— es cómo la mirabas. Él guardó silencio. No había nada que pudiera decir sin empeorar las cosas. —No empieces, Sofía —murmuró al fin—. No es momento. —Claro, nunca lo es contigo —replicó ella antes de subir al auto y cerrar la puerta con un golpe seco. --- Mientras tanto, Rocío y sus amigas decidieron continuar la noche en una discoteca del centro. El ambiente era otro: luces de neón, música fuerte y una multitud dispuesta a olvidar el mundo por unas horas. Rocío se dejó arrastrar por la energía del lugar, bailando, riendo, intentando apagar las imágenes que se repetían en su mente. Pero ni la música ni las luces lograban distraerla del todo. Cada vez que cerraba los ojos, veía la mirada de Edrián, esa mezcla de sorpresa, deseo y resignación. Sabía que no debía sentir nada. Sabía que él tenía su vida, su esposa, sus compromisos. Y sin embargo, el corazón no entendía de razones. —Vamos a brindar otra vez —gritó Valeria, alzando las copas—. Por los reencuentros, por los nuevos comienzos y por las historias que aún no terminan. Rocío sonrió y chocó su copa. —Por las historias que no se apagan —repitió, mirando el reflejo del vino bajo las luces azules. En algún lugar de la ciudad, Edrián miraba por la ventana de su casa mientras Sofía hablaba sin pausa a su lado. No la escuchaba. Solo pensaba en esa coincidencia imposible, en esa mujer que había vuelto a su vida como una promesa que el destino se negaba a romper. Y entendió, sin necesidad de palabras, que el precio del orgullo sería mucho más alto de lo que ambos estaban dispuestos a pagar.






