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Capítulo 2 – El eco del pasado

El salón de conferencias del edificio corporativo Monte-Mastronardi lucía imponente. Ventanales de cristal, luces cálidas y un ambiente que olía a poder y control. Todo estaba perfectamente calculado: la decoración, el orden de los asientos, los discursos. Nadie imaginaba que esa mañana no solo sería el inicio de una alianza estratégica… sino el reencuentro de dos almas destinadas a encontrarse una y otra vez.

Rocío Villanova llegó puntual, acompañada de su padre, quien saludaba a los presentes con la serenidad de quien ha visto todo en los negocios y poco le sorprende. Ella, en cambio, sentía cómo el corazón le latía con un ritmo distinto. No sabía si era nervios o presentimiento.

—Recuerda, hija —le susurró su padre antes de entrar—, en este mundo los sentimientos son el punto débil de los fuertes.

Rocío sonrió apenas.

—Lo sé, papá. Pero algunos sentimientos no se eligen.

Cuando cruzó el umbral del salón, todo a su alrededor pareció ralentizarse.

Él estaba allí.

Edrián Mastronardi, impecable en su traje gris, conversando con los directores del comité. Su porte era el mismo de antes, aunque su mirada parecía más dura, más contenida… más herida.

Rocío se quedó inmóvil unos segundos. El aire pareció cortarse entre ellos cuando sus ojos se encontraron.

Un segundo.

Solo un segundo, pero bastó para que todo el pasado volviera a la superficie.

Las tardes de estudio, las risas cómplices, la forma en que él la miraba cuando creía que nadie lo notaba.

Y el adiós que nunca se dijeron.

Él, al verla, se quedó sin palabras.

El rostro que su memoria había idealizado durante años estaba ahora frente a él, más real, más fuerte, más mujer.

Su mente quiso mantenerse fría, pero su alma… su alma tembló.

—Villanova… —murmuró apenas, cuando se acercó a saludarla—. No esperaba verte aquí.

—Ni yo a ti, Mastronardi —respondió ella con una elegancia que escondía el temblor interno—. Pero el mundo es pequeño, ¿no?

Ambos sonrieron, aunque en sus sonrisas había más historia que cortesía.

---

La reunión comenzó.

Los discursos se sucedían entre gráficos, proyecciones y acuerdos. Rocío tomaba notas con precisión; Edrián intervenía con voz segura, pero en el fondo apenas escuchaba. Cada vez que ella hablaba, su tono lo desarmaba. Era la misma voz que solía calmarlo cuando el futuro parecía incierto.

—Su propuesta de integración tecnológica es impecable, señorita Villanova —comentó uno de los inversionistas—. ¿Podría compartir los lineamientos de implementación?

—Por supuesto —respondió ella, levantándose con confianza—. Nuestro objetivo es fusionar la innovación con la ética. No solo generar valor, sino también conciencia.

Su discurso cautivó a todos. Edrián la observaba, admirado. Aquella mujer que alguna vez soñó con cambiar el mundo ahora estaba haciéndolo.

Cuando la sesión terminó, el bullicio llenó el salón. Los ejecutivos se dispersaban entre saludos y cafés. Rocío se apartó un momento hacia la terraza para tomar aire.

Y él la siguió.

—Siempre supiste cómo dejar sin palabras a una sala entera —dijo él desde la puerta, con una media sonrisa.

Ella se giró lentamente, el viento moviendo su cabello—.

—Y tú sigues sabiendo cómo irrumpir en los lugares donde debería haber calma —replicó con ironía suave.

Un silencio se instaló entre ellos. Largo, incómodo, pero cargado de electricidad.

—No pensé que volvería a verte —dijo él finalmente.

—Yo tampoco. Pero aquí estamos… otra vez —respondió ella.

Él dio un paso más cerca.

—¿Sigues en Dubái?

—No. Volví por mi padre… y por la empresa.

—Siempre por los demás —murmuró él, más para sí que para ella.

—Y tú… ¿sigues cumpliendo expectativas ajenas? —su mirada se volvió más dura—. Porque la última vez que supe de ti, te casabas con el apellido que más te convenía.

Él cerró los ojos un instante, como si la frase hubiera tocado una herida aún abierta.

—No todo fue decisión mía, Rocío.

—Nunca lo fue, ¿verdad? —respondió con tristeza contenida—. Ni cuando te fuiste. Ni cuando callaste. Ni ahora.

El viento sopló fuerte, como si quisiera romper el silencio que quedó entre ellos.

Edrián la miró con una mezcla de admiración y dolor.

—No sabes cuántas veces imaginé esto. Y ahora que está pasando… no sé qué decir.

—No digas nada, Edrián. A veces, el silencio es la única verdad que queda —susurró ella antes de volver al interior.

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Horas después, mientras cada uno regresaba a su vida, la ciudad parecía más ruidosa que de costumbre.

Sofía notó algo en su marido al llegar a casa.

—Estás distraído —le dijo con tono inquisitivo.

—Solo cansado —mintió él, quitándose el reloj.

Pero en su mente, la imagen de Rocío seguía repitiéndose una y otra vez, como un eco imposible de silenciar.

Rocío, por su parte, tampoco logró dormir. Frente a su ventana, recordó las palabras que una vez le dijo él, cuando eran apenas dos soñadores:

> “A veces, el alma se reconoce antes que los ojos.”

Y entonces comprendió que el reencuentro no era una coincidencia.

Era el inicio de algo que el destino había aplazado, pero nunca cancelado.

En algún lugar de la ciudad, dos corazones volvieron a latir al mismo ritmo.

Y el eco del pasado apenas comenzaba a resonar.

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