Los días posteriores a la conversación con Sofía transcurrieron entre silencios incómodos y miradas que ardían más que cualquier palabra.
Rocío evitaba quedarse sola con Edrián, pero él parecía buscar cada oportunidad posible para romper esa distancia.
Hasta que la tarde del viernes, el destino decidió enfrentar lo inevitable.
La reunión había terminado tarde, todos se marchaban, y la lluvia comenzaba a caer con fuerza.
Rocío guardaba sus documentos cuando escuchó la puerta cerrarse detrás de ella.
—¿Otra vez huyes? —dijo una voz conocida.
Edrián estaba apoyado en el marco, con el saco desabrochado, las mangas arremangadas y los ojos llenos de algo que no era solo cansancio.
—No huyo —respondió ella sin mirarlo—. Solo me voy a casa.
—Llevas días evitándome.
—No es verdad. Hemos estado trabajando juntos.
—Trabajando, sí. Pero sin hablar. Sin mirarme. Como si lo que dijiste aquel día te hubiera borrado los sentimientos.
Rocío dejó los papeles sobre la mesa y resp