Las semanas siguientes fueron un espejo de contradicciones.
Por fuera, todo parecía en orden: proyectos en marcha, reuniones coordinadas y resultados que mantenían a ambas empresas en una sinergia impecable.
Pero por dentro, entre Rocío y Edrián, el silencio se había vuelto insoportable.
Ella lo veía pasar por los pasillos, impecable como siempre, con esa mirada serena que solo ocultaba el descontrol que llevaba dentro.
Él, en cambio, evitaba cruzar palabra más allá de lo estrictamente laboral.
Era como si cada gesto, cada saludo cortés, estuviera medido para no traicionar el abismo que los separaba.
Y en medio de todo, Álex —el amigo llegado de Dubái— se movía con naturalidad entre ambos mundos, sin imaginar el campo minado que pisaba.
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El lunes siguiente, Rocío y Álex tenían una presentación conjunta ante los directivos.
Edrián estaba allí, junto a Sofía y al resto del equipo.
—Ha sido un trabajo impecable —dijo el padre de Rocío, sonriendo satisfecho—.
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