Mundo ficciónIniciar sesiónLa boda perfecta de Ivana Lauren se convierte en su peor pesadilla: abandonada en el altar, humillada públicamente y desterrada por quienes creyó su familia, descubre que nunca fue una Lauren, sino la hija equivocada. En un solo día pierde su apellido, su fortuna y hasta al hombre que amaba. Cuando el mundo la señala como impostora y la obliga a desaparecer, aparece Dante Brown, hermanastro de su exnovio y enemigo jurado de los Lauren. Su propuesta es tan peligrosa como irresistible: un matrimonio por contrato para ejecutar una venganza donde Ivana será el centro del juego. Entre traiciones, secretos familiares y un amor que nunca fue suyo, Ivana deberá decidir: ¿se dejará destruir… o se convertirá en el arma más letal contra quienes le arrebataron todo?
Leer másPor fin había llegado el gran día. Ataviada en un hermoso vestido diseñado exclusivamente para mí. Con mi velo y tocado bordados con perlas y diamantes era más de lo que hubiese podido siquiera imaginar, aun cuando estaba acostumbrada a tanto lujo todo esto me sobrepasaba.
– Ya es suficiente. Vas a arruinarlo. Grité a la estilista cuando me giro demasiado rápido mientras colocaba mi tocado. – Esto costó más que tu salario de un año. No lo arruines. – Sí señorita Lauren. Perdón, señora Brown. En ese momento cerré mis ojos saboreando esas palabras, señora Brown. Por fin. Después de 10 años de relación hoy, frente a más de 500 personas estaríamos dando el sí. Todos sabrán que Eliot Brown era mío y sería el evento de la alta sociedad más grande en años. Todo era perfecto, no había nada que pudiera arruinar este gran día. – ¿Sabes lo que dirá mañana la prensa? – preguntó Paty una de mis amigas mientras se tomaba una foto para sus redes sociales. – dirán “La heredera más envidiada del país le echó la soga al cuello al heredero más codiciado” – Claro que es lo que dirán. - dije con falsa modestia. – Y lo dirán con razón. Pero ya vamos, no hay que hacer esperar al novio. Mientras ellas salían yo me detuve a retocar mis labios y al salir las escuche hablar en voz baja. – ¿Y si es cierto lo de la hija ilegítima? – Shh Cállate ¿Y si Ivana escucha? – Ay, por favor. Esa niña ha vivido en una burbuja toda la vida. Si supiera la mitad de las cosas que se dicen de su familia… – Dicen que la otra hija es igualita a la señora Lauren, que hasta tienen la misma marca de nacimiento. Mi sonrisa se congeló en ese instante, Y esas palabras comenzaron a rondar mi cabeza, ¿De qué hablaban? ¿otra hija? No pude aguantar más y salí a su encuentro. – ¿Que hija ilegítima? – pregunte mientras me acercaba a ellas. – Nada querida. No te preocupes por esos rumores de viejas chismosas. Tu sabes como es la gente envidiosa. – decía Paty restando importancia a los comentarios mientras esquivaba mi mirada. – ¿Quién empezó el rumor? Pregunte – No lo sé, lo vi por algún lado, en alguna de las redes sociales. Pero nadie toma en serio esas cosas. Decidí tomar una aspiración profunda. Hoy era mi día. No iba a permitir que rumores sin fundamento lo arruinaran. Elliot me amaba. Yo era la princesa consentida de mis padres, lo tengo casi todo, y digo casi por que después de esta boda lo tendré todo. Mi vida es perfecta. La iglesia estaba decorada como un cuento de hadas. Había flores importadas de Holanda por todos lados. Arreglos colgantes, un cuarteto de cuerdas en una esquina y un corro esperando la entrada de la novia para cantar el Ave Maria. Los periodistas con sus cámaras se encontraban por todo los alrededores de la iglesia, la mayoría se aglomeraba en los laterales de las escaleras. Descendí de la limusina a una alfombra roja que iba hasta la entrada de la catedral. Saludaba con una mano a los periodistas y curiosos como toda una princesa mientras sostenía con la otra mi elegante ramo. Al llegar a la entrada la música comenzó a sonar, todos se pusieron de pie y comencé a caminar. En un momento me detuve preguntándome por mi padre pero no le di mayor importancia ya que todo lo había en mi mente era que hoy, por fin me convertiría en la señora Brown. Mientras me acercaba al altar trate de buscar el rostro de Eliot, allí estaban, las damas y caballeros pero no veía al novio. En ese instante mi sonrisa se congeló. Pude ver a mis padres en primera fila pero ellos no me miraban. – ¿Dónde está Eliot? Pregunte sin perder la compostura casi llegando al altar. – Tal vez se retrasó - susurro alguien – No puede ser - dijo otra voz desde los bancos. El siempre es puntual. Llegué hasta el altar con la mirada clavada en un lugar vacío, tratando de poner en orden mis pensamientos. El sacerdote tosió incómodo al parecer no sabia como reaccionar, aunque unos segundos después lo hizo de la peor manera. – ¿ Le avisaron al novio que la boda era hoy? Trato de bromear para bajar un poco la tensión que los rodeaba. Pero nadie se rio. – No es momento para bromas. Le dije entre dientes. En este punto mi cuerpo empezó a temblar, de rabia e impotencia. Mire a mi padre quien se limitó a decir; – Tenemos que hablar… pero aquí no. –¿Dónde está Eliot? Exigí saber en voz más alta. – No vendrá. Se cancela la boda. Dijo mi madre en voz baja. – ¿Que? – Eliot no vendrá. Cambio de opinión. – dijo mi madre con una voz fría y cortante. En ese momento mi corazón comenzó a latir tan rápido y fuerte que pensaba que saldría de mi pecho. – ¿Cómo que no vendrá? – No vayas a hacer una escena. - dijo mi madre en un susurro. – Ya tenemos bastante con todo este espectáculo. – ¿Espectáculo? Si lo sabían y no querían un espectáculo ¿por qué me dejaron llegar aquí, bajar del auto, desfilar al altar delante de todas estas personas? Las cámaras seguían grabando. Todos en la iglesia cuchicheaban. Yo veía como todos me miraban, y me señalaban. Unos con lástima otros con burla. Entonces retrocedí y comencé a correr a la salida mientras escuchaba a muchos decir; – La dejaron plantada. Corri y corri, no se como ni por donde, el traje , el velo, los zapatos quedaban enredados en mis pies pero no se como me las arreglaba para seguir corriendo mientras veía a las persona ahora de afuera, las mismas que hace unos minutos buscaban poder ver a la princesa llegando al altar ahora me miraban sorprendidos por lo que presenciaban, los murmullos, los flashes, las cámaras todas encima de mi hasta que pude entrar a la limosina. Necesitaba aire, no podía respirar, quería una explicación. ¿Que había sido todo esto? Tomé mi teléfono que seguía en el auto y marqué el número de Eliot. Un tono, dos, tres, buzón de voz. Volví a intentarlo y nada… el chofer esperaba por instrucciones y justo cuando iba a darle una orden me llega un mensaje de un número desconocido. “ No vayas a tu casa. Tus padres tienen algo que decirte que cambiará tu vida para siempre” Y entonces lo supe, lo que acababa de vivir no era lo peor… aún faltaba más.El aire olía a metal oxidado y humedad. Ivana abrió los ojos lentamente, la cabeza le daba vueltas, y el gusto amargo de la droga todavía le pesaba en la lengua. La luz que se colaba por la rendija del techo era débil, apenas suficiente para distinguir las sombras que se movían fuera del cuarto. Parpadeó, intentando enfocar el entorno, habían paredes de concreto desnudo, una puerta metálica sin picaporte y una sola silla rota en la esquina. El sonido distante del agua goteando se mezclaba con un murmullo de voces masculinas. El miedo no fue inmediato. Llegó después, cuando intentó levantarse y notó las marcas en sus muñecas, la piel estaba enrojecida, los rastros de las cuerdas todavía marcaban su carne. Recordó fragmentos, como flashes, el mensajero, el pinchazo, la oscuridad. Y luego nada.Se acercó cojeando hasta la puerta. Pegó el oído contra el metal frío. Las voces eran claras ahora.—La orden es deshacernos de ella antes del amanecer. —La voz era ronca, cansada.—¿Y el Cuer
El amanecer se filtraba su luz a través de las persianas de la oficina de Dante. Los mapas estaban abiertos sobre la mesa, y las fotografías de los autos, las armas y las cuentas secretas cubrían cada superficie. Edgar, de pie frente a él, sostenía un expediente nuevo.—El dinero viene de una cuenta en Panamá, vinculada a una compañía fantasma —explicó—. Pero hay algo más: uno de los teléfonos que rastreamos anoche se activó en el puerto.Dante levantó la vista.—¿El Cuervo?—No lo sabemos aún. Pero alguien pagó por un envío de armas que coincide con los cargamentos que él solía mover.Dante apretó los puños.—Entonces el bastardo volvió a su nido. —Su voz sonaba más baja que el rugido de un motor en guerra.—¿Quieres que me adelante con un equipo?—No. Quiero verlo yo. Si ese hijo de puta está vivo, voy a mirarlo a los ojos antes de matarlo.Edgar asintió, aunque sabía que eso significaba peligro.Dante cogió su abrigo, dejó instrucciones a su jefe de seguridad y salió con él rumbo a
La sala privada del club de los Lauren olía a madera vieja y poder. Una lámpara de araña colgaba en el centro, derramando luz cálida sobre la mesa larga donde ya estaban sentados los actores de la conspiración: Elizabeth en un costado, con un rostro serio y severo; Mark con las manos entrelazadas, de manera calculada. Lola, demasiado natural y tranquila y por último Margarette, que se sentaba como quien preside un altar, orgullosa y con sonrisa perfecta. Pero en la cabecera, con la actitud de quien no necesita pedir permiso, ocupaba el lugar una mujer distinta, la que todos llamaban en voz baja La Señora. Vestía oscuro, sin joyas ostentosas, y su mirada hacía pensar en veneno servido en copas de cristal. A su lado, como un perro fiel con alas negras, estaba el Cuervo —alto, silencioso, la sombra en carne y hueso. El murmullo de la servidumbre se extinguió al cerrarse las puertas. —No vine a quejarme —dijo Elizabeth, rompiendo el hielo con voz controlada—. Vine a saber qué diablos h
El atardecer caía sobre la finca con un cielo enrojecido, como si el sol también sangrara por los días pasados. Dante observaba desde el balcón, los ojos perdidos en el horizonte. Llevaba días sin sonreír. Desde el accidente, cada detalle, cada sonido, era una amenaza posible. Edgar irrumpió en la sala, cubierto de polvo, el rostro tenso. —La tenemos. Dante giró lentamente. —¿A quién? —A una de las mujeres que estuvo cerca de la carretera la noche del sabotaje. Estaba escondida en una cabaña al otro lado del bosque. Intentó huir cuando nos vio. —¿Sola? —Sí. Pero estaba armada. Dante tomó su abrigo. —Tráela aquí. La noche cayó cuando la trajeron. La mujer tenía la ropa rasgada, el rostro manchado de tierra y una expresión de terror contenida. En la bodega de la mansión, la sentaron frente a Dante. Edgar encendió una lámpara de escritorio, proyectando sobre ella un halo amarillento. —¿Nombre? —preguntó Dante. —Clara —murmuró, la voz temblorosa. —¿Clara qué? —Solo Cla
El amanecer entró despacio por los ventanales, filtrándose entre las cortinas como una promesa incierta. El fuego de la chimenea se había apagado hacía horas, pero el aire aún conservaba ese calor denso de la pasión vivida. Ivana abrió los ojos lentamente, con el cuerpo pesado y el alma suspendida entre el sueño y la realidad. La cama estaba vacía. El lado de Dante aún conservaba el hueco de su cuerpo y el aroma inconfundible de su piel: madera, whisky y deseo. Se incorporó despacio, cubriéndose con la sábana, mirando alrededor. El silencio de la habitación era profundo, casi incómodo. Una parte de ella quería creer que él solo había bajado al despacho, pero otra —más vieja y herida— susurraba que Dante siempre se alejaba antes del amanecer, cuando volvía a ser el hombre del que el mundo debía temer. Apoyó la cabeza entre las rodillas y suspiró. —¿Qué estoy haciendo? —se dijo, con voz apenas audible. La noche anterior la había hecho sentirse viva, amada, segura… pero también
El camino de regreso fue un silencio tenso, solo interrumpido por el sonido del motor y el suspiro de los limpiaparabrisas arrastrando el polvo del incendio. Ivana iba recostada contra el asiento, con los dedos entrelazados en el regazo, sin poder apartar de su mente las imágenes del salón ardiendo, los gritos, el olor a humo mezclado con perfume caro. Dante conducía sin apartar la vista de la carretera. Su mandíbula estaba apretada, los nudillos blancos sobre el volante. Pero cada pocos segundos desviaba la mirada hacia ella, asegurándose de que respirara, de que siguiera ahí. —¿Tienes frío? —preguntó, con voz baja, casi un susurro. —No… —respondió Ivana, pero su tono la traicionó. Él estiró el brazo y subió la temperatura del auto, luego le tomó la mano. Sus dedos estaban helados. Los cubrió con los suyos, fuertes, cálidos. —Ya pasó —dijo él, sin convicción. Ivana lo miró de reojo. —¿De verdad crees eso? —susurró—. Cada vez que creo que tocamos fondo, ocurre algo peor. Hoy
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