Valentina nunca imaginó que su destino se sellaría con una firma. Obligada a casarse con Alejandro Ferraro para saldar una deuda impagable que su padre contrajo, se convierte en la esposa de un hombre que no cree en el amor… solo en la venganza. Detrás de su impecable traje y su mirada impenetrable, Alejandro oculta una herida abierta: la muerte de su padre, una tragedia que atribuye al hombre que ahora es su suegro. Y la única forma de cobrarse ese dolor es destruyendo a Valentina… poco a poco, día tras día, haciéndola pagar con cada lágrima. Pero lo que comienza como una cruel estrategia pronto se vuelve un juego peligroso. Y mientras las mentiras se desmoronan, Alejandro descubrirá que vengarse no es tan fácil cuando el corazón empieza a traicionarlo. ¿Será capaz de soltar el pasado antes de destruirlo todo… incluso a la única mujer que podría salvarlo?
Leer másLas luces blancas del hospital zumban sobre su cabeza. El tic tac del reloj en la pared le taladra los oídos. La sala de espera está llena de murmullos apagados, pasos apresurados y alguna tos ocasional. Pero para Valentina, todo suena lejano. Irreal.Está sentada al borde de una silla de plástico, con los dedos entrelazados tan fuerte que se le marcan en la piel. Siente las piernas entumecidas y la espalda tensa. “¿Y si no sobrevive? ¿Y si no lo vuelve a ver?”Se obliga a respirar hondo, pero no funciona.El rostro de Alejandro, bañado en sangre, con los ojos llenos de confusión y dolor, la persigue cada vez que parpadea.Y entonces aparece esa otra sensación. Esa que intenta ignorar. No es miedo. Es algo más profundo. Algo que se niega a nombrar. “¿Será amor?” No. No puede ser. No debería. Y sin embargo… está ahí. En su pecho, apretando con fuerza.Se pone de pie y camina en círculos. Necesita moverse. Necesita hacer algo más que esperar. Apoya una mano en la pared, cierra los
Valentina baja las escaleras con el corazón en la garganta. El bolso en una mano, la otra temblando apenas. Cada paso resuena como un eco de su decisión. La música del salón aún vibra, mezclada con risas, copas, conversaciones. Nadie la ve. Nadie nota que se va.Cruza el pasillo hacia el ascensor trasero. Piso menos uno. Tal como Luca le indicó.Las puertas se cierran. El silencio dentro del ascensor se vuelve ensordecedor. Mira su reflejo en las paredes metálicas: ojos brillantes, rostro tenso, pero decidida. Por primera vez en mucho tiempo, se siente viva.Cuando las puertas se abren, el estacionamiento está casi desierto. El frío de la noche se cuela entre los autos, y la luz blanca de los fluorescentes le da a todo un tono irreal.Luca ya está allí. Apoyado contra un auto negro, con la puerta del copiloto abierta. Cuando la ve, endereza la postura.—Sube —dice, sin rodeos.Valentina corre hacia él, pero justo cuando está por entrar al auto… una voz estalla desde la oscuridad.—¡Va
—Estoy cansada, me quiero ir a la habitación.Alejandro gira el rostro hacia ella, la observa por un segundo con una expresión neutra, impenetrable. Luego, sin cambiar el tono de voz, responde firme:—No.—¿Cómo que no? —pregunta ella, frunciendo el ceño.Él le toma del brazo con suavidad, pero con una presión suficiente para que entienda que no tiene elección.—Esta noche no se trata solo de ti, Valentina. Me acompañas hasta el final.—Estoy agotada, Alejandro. He sonreído, he hablado, ya no puedo más.—Sí que puedes. —Le suelta el brazo y le toma la mano con decisión—. Camina conmigo. Nadie va a notar nada si haces lo que tienes que hacer.—¿Y si no quiero?Él la mira de reojo, aún sonriendo para los invitados.—No es momento de discutir.La lleva con él entre los grupos de personas, saludando aquí y allá.—Alejandro, me estás obligando —dice ella en voz baja, tensa.—Te estoy recordando tu lugar —responde él sin mirarla, mientras le da la mano a un empresario—. Valentina, encantado
La sala de conferencias del hotel brillaba con un lujo sobrio. Candelabros de cristal colgaban del techo y una gran pantalla detrás del pódium mostraba el nombre del ambicioso proyecto: “Marina Ferraro – Lujo y Vanguardia en Alta Mar”.Alejandro Ferraro se alzaba imponente en el centro del escenario, con el porte elegante de un hombre que sabía exactamente lo que valía. Vestía un traje oscuro hecho a medida que acentuaba su figura atlética, y su voz grave y pausada mantenía la atención de todos los presentes.—Esta marina no es solo un puerto para yates —decía con seguridad—, es un punto de encuentro para el lujo, la inversión y el futuro.Los socios, sentados en las primeras filas, asentían en silencio. Algunos tomaban notas, otros solo observaban. Pero no todos miraban la pantalla.Valentina estaba allí, en primera fila. Su vestido negro de seda abrazaba cada curva de su cuerpo con una precisión que rozaba la provocación. Tenía el cabello suelto, ligeramente ondulado. Era imposible
El auto negro se detiene frente a la entrada del exclusivo Hotel Aravena Palace. La fachada de mármol blanco y los ventanales amplios reflejan el último destello del atardecer. Un portero uniformado se acerca de inmediato y abre la puerta con una sonrisa formal. Alejandro baja primero, impecable, dueño del lugar con solo caminar.Valentina lo sigue, bajando con cautela. El aire es fresco, pero no lo suficiente como para explicar el escalofrío que le recorre la espalda. A cada paso, siente el peso de la valija en su mano. No por su tamaño, sino por su contenido: las cartas que encontró en el despacho de Alejandro.En el vestíbulo todo brilla: lámparas de cristal, mármol pulido, una fragancia elegante flotando en el aire. Valentina avanza con paso firme, aunque siente que el eco de sus tacones sobre el mármol resuena más fuerte de lo normal. Alejandro camina a su lado, saludando con un breve gesto a los empleados, que lo reconocen de inmediato con una mezcla de respeto y discreción. No
El sol aún no ha alcanzado su punto más alto cuando el auto negro se detiene frente a la entrada principal de la mansión. Valentina desciende por las escaleras con paso firme, aunque cada latido de su corazón parece retumbar en los oídos. Lleva un vestido color vino oscuro que se ciñe a su figura con elegancia, sencillo pero provocador sin proponérselo. Su cabello cae en ondas suaves sobre los hombros, y sus labios, apenas teñidos de rojo, le dan un aire de determinación.Alejandro la espera junto al coche, hablando por teléfono. Viste de traje oscuro, impecable como siempre, con los lentes de sol colgando del bolsillo de su chaqueta. Cuando la ve acercarse, interrumpe la llamada sin dudar. Sus ojos recorren a Valentina de arriba abajo, sin disimulo. No dice nada, pero su expresión se tensa por un segundo, como si algo en su interior se descolocara.Valentina también lo siente. Ese instante eléctrico en el que sus miradas se cruzan, donde el aire parece cambiar de densidad. Una tensió
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