Dos días antes del matrimonio.
El aire en el lujoso edificio del Grupo Ferraro estaba cargado de una tensión palpable cuando Valentina cruzó el umbral de la puerta principal. El brillo de las paredes de cristal reflejaba su figura, iluminando su presencia como si cada paso que daba fuera una sentencia. Su cabello, un marrón claro que caía con suavidad sobre sus hombros, brillaba bajo las luces del lugar. Su silueta dejaba entrever la gracia con la que se movía, cada curva de su cuerpo resaltada por el ajuste perfecto de su vestido. La suavidad de su piel blanca, casi etérea, contrastaba con la dureza del lugar.
Alejandro estaba allí, esperándola, con una mirada fría y calculadora. Sus ojos recorrían su figura con la calma de quien ya ha ganado una batalla y ahora disfruta del espectáculo.
Cada paso de Valentina parecía acercarla más a su destino, y él lo sabía. Podía casi saborear la victoria en el aire, como si hubiera encontrado finalmente la pieza que le permitiría cobrar su venganza por la muerte de su padre.
—Te estaba esperando — dijo Alejandro, su voz grave, cargada de una promesa silenciosa. El tono en su mirada sugería que la había estado observando, estudiando, esperando este momento con ansias.
Valentina no se inmutó ante la frialdad en su voz. La imagen de él, tan distante y arrogante, solo le confirmaba lo que ya sabía: ella no era más que un peón en su juego, y él, el jugador que movía las piezas con una precisión escalofriante.
—Voy a decirlo solo una vez. No me casaré contigo, Alejandro. No voy a ser tu trofeo, ni seré tu prenda de cambio en un juego de venganza que ni siquiera han tenido la decencia de explicarme.
—Ah, Valentina... —se levanta lentamente y camina hacia ella—. Sabía que ibas a llegar a este punto.
—¡Te odio! ¡Me repugnas! —dio un paso hacia él, furiosa—. No tienes ni idea de lo que estás haciendo. ¡Y sé que no me estás haciendo esto porque realmente te interese! Todo esto... todo esto es un macabro juego para ti, ¿no? ¿Te sientes poderoso jugando con la vida de las personas? ¿Por qué? ¡¿Por qué?!
—No sabes lo que hablas —Alejandro la mira como si estuviera ante una niña ingenua—. No lo haces, Valentina. Te olvidas de una cosa muy importante… Tu padre me debe mucho, y lo que hace un hombre cuando le deben algo, es cobrarlo.
—¡Mi padre está acabado! ¡¿Qué más quieres de él?! ¡¿Por qué quieres seguir con esto?! Puedo trabajar para pagarte hasta el último centavo. Venderemos todo, viviremos en cualquier lugar, lo prefiero a estar casada contigo. Y lo peor es que te crees superior, como si fueras el que controla todo. ¡Pero no, no te voy a dar lo que quieres!
—No se trata de lo que tú quieras, Valentina. Se trata de lo que yo decida. Me alegra verte tan enojada, porque significa que entiendes un poco de lo que está sucediendo. Pero créeme… este "casamiento" es solo el comienzo. La venganza será más dulce cuando veas todo lo que puedo hacer contigo, y con todo lo que te importa. Ya no hay vuelta atrás.
Valentina grita, su voz llena de frustración:
—¡Estás loco! ¿De qué venganza estás hablando? Sé más claro, si es que tienes el valor. ¡No voy a ser parte de tu maldito plan! ¡No me casaré contigo!Alejandro la observa en silencio, como si le divirtiera ver cómo se descontrola, luego se ríe levemente:
—¿Crees que me importa lo que digas? No lo hace, Valentina. Esta boda es solo una formalidad. Lo que importa es lo que viene después. Y créeme, lo vas a desear... porque será lo único que te quede.
—¡Eres un monstruo! ¡Me repugnas! ¿Cómo te atreves a hacerme esto? ¿A mí? ¡No me casaré contigo, Alejandro! ¡No lo haré!
—Haz lo que quieras, Valentina. La decisión ya está tomada. El "no" que pronunciaste no tiene ninguna importancia. En el fondo, sabes que no tienes escape. Y si piensas que vas a evitar lo que está por venir… te equivocas. Estoy a punto de hacerte ver todo lo que realmente significas en este juego.
—¡Te odio! ¡Te odio! —lo abofetea con todas sus fuerzas.
Alejandro se pasa una mano por la mejilla lentamente, sin perder su sonrisa tranquila, disfrutando cada segundo de su control:
—Lo sé. Y esa es la parte más divertida. No me importa tu odio, Valentina. Lo que me importa es que serás mía. Y ya no podrás escapar.
El eco de la bofetada aún flotaba en el aire cuando Valentina se giró para marcharse, el pecho subiéndole y bajándole con furia. Alejandro seguía de pie, una mano en la mejilla, una sonrisa torcida bailándole en los labios.
Entonces sonó un celular. Al ver el número, el corazón de Valentina se detuvo un instante.
—¿Hola?
Una voz nerviosa y entrecortada contestó del otro lado:
—Señorita Valentina… su padre ha empeorado. Está mal. Muy mal.
El alma se le cayó al suelo.
—No… eso no puede ser. Los doctores dijeron que no tenía nada grave —murmuró, aferrándose al poco consuelo que le quedaba.
—Lo sabemos. Pero hace unas horas comenzó con una fiebre muy alta, vómitos, y luego perdió el conocimiento. El doctor del hospital sospecha que podría ser una infección interna, algo que no detectaron a tiempo. Si no se traslada a una clínica con mejores recursos… no podemos garantizar nada.
Valentina cerró los ojos. Sintió cómo el mundo se encogía en torno a ella. Apenas pudo susurrar:
—¿Una clínica…? —sabía perfectamente lo que eso implicaba. Cuánto costaba. Cuánto no podía pagar.
Y fue entonces que Alejandro se acercó con paso tranquilo. Como un depredador que se acerca al cuerpo herido de su presa. Su voz fue baja, casi un susurro venenoso:
—Tu padre…
Ella levantó la mirada, sus ojos húmedos de rabia y desesperación.
—Cállate —lo interrumpió.
Él se encogió de hombros con cinismo.
—Digamos que la vida es caprichosa, Valentina. Y yo… sé aprovecharme de sus caprichos.
Ella quiso decir algo, pero no encontró palabras. Solo su corazón, que latía como un tambor. Solo esa sensación amarga de impotencia. Su padre ha empeorado.Y ella no tenía cómo salvarlo.
Alejandro dio un paso más hacia ella, sus ojos fijos en los suyos.
—Dos días —le recordó, con una sonrisa calma—. En dos días llevarás mi apellido. Y todo estará resuelto. Clínica incluida.
Valentina lo miró con el alma desgarrada. Sintió que se ahogaba en la vergüenza, en el odio, en la resignación.
No podía dejar morir a su padre. No ahora.
La jaula se cerraba. Y ella, hermosa, furiosa y rota… entraba en ella.
***Fin del flashback***
El sol se cuela tímidamente por las cortinas cuando ella abre los ojos. Por un momento, permanece inmóvil, tratando de recordar dónde está… y entonces la realidad la golpea con la misma fuerza que la noche anterior. Ya no está en su habitación, en su casa, en la vida que conocía. Está en la cama de un lujoso hotel. Es la esposa de Alejandro Ferraro.Se incorpora con lentitud, sintiendo el peso de la noche en los músculos y en la mente. A pesar de todo, ha logrado dormir unas pocas horas, aunque el sueño ha sido ligero y plagado de pensamientos confusos. Se gira hacia el otro lado de la cama, donde él había estado, pero el espacio está vacío. Mucho mejor.Un suave toque en la puerta la sobresalta.—¿Puedo pasar, señora? Soy Ana. Estaré a su servicio de ahora en adelante —dice una voz firme pero amable.Durante un instante, ella no sabe qué responder. No quiere ver a nadie, no quiere hablar, no quiere fingir que todo está bien cuando en realidad su mundo se ha derrumbado.—No necesito n
El jet aterriza con suavidad, y tan pronto como las puertas se abren, el calor seco del mediodía italiano la envuelve. El cielo está claro, de un azul brillante que contrasta con el paisaje de suaves colinas verdes y viñedos interminables.Un automóvil negro, de cristales polarizados y aspecto sobrio, los espera en la pista privada. Alejandro no pronuncia palabra durante el resto del trayecto. Se limita a observar por la ventanilla, con el ceño fruncido y la mandíbula apretada. Valentina, sentada a su lado, no pudo evitar pensar que ese repentino silencio tenía que ver con el mensaje que había recibido minutos antes.La curiosidad le cosquillea por dentro, haciéndole preguntarse qué clase de noticia podía alterarlo de esa forma. ¿Quién le había escrito? ¿Qué le habrían dicho para que se encerrara en ese mutismo impenetrable?Pero apenas se dio cuenta de en qué estaba pensando, frunce el ceño y desvía la mirada hacia la ventana.“¿Qué me importa a mí?”, pensó con fastidio. “Que revient
La cena está servida a las ocho en punto. Ana entra en la habitación de Valentina, que aún se encuentra frente al espejo, revisando su reflejo. Con una mirada fija en ella, Ana no necesita decir mucho.—Le sugiero que se apresure. Alejandro no tolera los retrasos.—Ana, te agradecería que me trataras de tú.—Señora Ferraro, no me está permitido hacerlo.—Yo te lo permito —respondió con tono suave—. Si voy a estar aquí sola, prefiero sentir que tengo alguien cercano a mí —Valentina la mira en silencio, un destello de sinceridad brilla en sus ojos.Si ya está allí, en ese lugar apartado y lleno de secretos, tal vez podría aprovecharlo. Si Alejandro tiene intenciones oscuras, ella también puede hacerlo. En lugar de vestirse con algo convencional, opta por algo que deje claro que no es una mujer común.Se deshace de la bata que la cubre y elige un vestido rojo profundo, de seda. El escote pronunciado deja ver más de lo que muestra, y la falda ceñida se extiende hasta sus muslos. El diseño
La cena terminó en un silencio denso, espeso como el vino que aún descansaba a medias en las copas. Valentina es la primera en levantarse, ignorando las miradas punzantes de Isabela y la contenida intensidad de Alejandro. Sus pasos firmes resuenan por el mármol como una declaración: no es una invitada, es la dueña del lugar… aunque todavía no tuviera las llaves.En su habitación, se quita el vestido con una lentitud casi ceremonial.Se sienta en el borde de la cama, con la espalda recta y la respiración aún contenida en el pecho. La tela de su ropa interior acaricia su piel como un susurro cómplice, y por un instante, se sintió satisfecha. Había movido una pieza importante en ese tablero de miradas, silencios y poder. Lo había hecho bien. Pero esa sensación no duró.La satisfacción se desvaneció tan rápido como había llegado, como un perfume que se pierde en el aire. Un peso desconocido comenzó a formarse en su pecho, lento pero firme, como si la habitación se hiciera más pequeña, com
La ducha caliente no logró calmar el torbellino en su pecho. Todo lo contrario. Valentina se recuesta en la enorme cama, aún con el cabello húmedo, y mira el techo con los ojos bien abiertos. El reloj marca las 11:23 p.m. y el silencio de la mansión es casi inquietante.Suspira, se sienta y finalmente se levanta. Se pone unos jeans ajustados, botas oscuras y una camisa blanca que resalta su figura sin proponérselo. Rebusca entre sus pertenencias y saca su cámara fotográfica. Antes de salir, corre la cortina de la ventana y se detiene por un segundo: una luna creciente cuelga brillante sobre el cielo despejado. La noche está perfecta para una caminata, para capturar luces y sombras… o para alejar pensamientos incómodos.—Si hay algo seguro aquí, es que nadie me verá salir. Si hay tres o cuatro almas en esta mansión , es mucho —se dice a sí misma.Sale de la habitación con cuidado, sin encender las luces. La casa es un laberinto de mármol, madera y ecos. Mientras recorre el pasillo, pas
Valentina mira a su alrededor, la belleza del paisaje la envuelve con tal intensidad que la preocupación empieza a desvanecerse. Sus ojos se distraen con cada detalle, como si el lugar la invitara a quedarse un poco más, se agacha frente a una flor silvestre que ha brotado entre las raíces de un roble antiguo. El flash de su cámara ilumina por un instante el contorno delicado de los pétalos, y el chasquido del obturador se mezcla con el susurro del viento. Ha perdido la noción del tiempo. Solo la acompaña el silencio, interrumpido por el canto lejano de un ave nocturna.Pero algo cambia.El aire, antes sereno, se vuelve denso. Pesado. Un escalofrío le recorre la espalda justo cuando un trueno suena en la distancia. Valentina levanta la vista. Las nubes se han arremolinado sobre su cabeza, ocultando la luna por completo. El cielo se ha teñido de un gris profundo, como si la noche hubiera decidido cerrarse aún más sobre el mundo.—Tengo que volver —murmura, pero no está segura de en qu
PARTE 1: Que no se te olvideEl tic tac del reloj de péndulo es lo único que se escucha en el despacho. Alejandro está sentado en el sillón de cuero, con la camisa arremangada y los ojos fijos en la chimenea apagada. Sostiene un vaso de whisky, pero no lo ha probado.Aprieta la mandíbula.No puede dejar que siga pasando. Se está ablandando. Lo nota.Cada vez que Valentina lo mira con esa mezcla de temor y orgullo a la vez, algo en su interior se agrieta. No lo puede permitir. No después de todo lo que le arrebataron.Tira el whisky contra la pared. El vaso estalla en mil pedazos.Entonces suena el teléfono.Suspira, se pasa una mano por el rostro, y contesta.—Alejandro —dice la voz de su madre, fría y seca como siempre—. ¿Estás solo?—Sí.—Entonces escúchame. No olvides por qué te casaste con ella. Esa niña no es inocente. Lleva la misma sangre que el hombre que destruyó a tu padre.Alejandro guarda silencio.—¿Te estás encariñando con ella? —pregunta su madre, con un deje de desprec
Valentina, aún con el corazón latiendo rápido por la humillación sufrida, se detiene en uno de los balcones de la mansión. Necesita aire. Necesita no llorar delante de todos.Apoya las manos en la baranda fría y cierra los ojos un instante, respira hondo. La brisa fresca le revuelve algunos mechones del cabello, pero no le importa.—¿Puedo acompañarla? —pregunta una voz masculina, profunda, con un acento italiano sutil.Valentina se gira lentamente. Frente a ella, un hombre desconocido sonríe, impecable en su traje oscuro.—Luca Moretti —se presenta, haciendo una leve reverencia, como si estuvieran en otra época—. Un placer.Ella parpadea, sorprendida. No lo vio entre los invitados, pero su educación prevalece.—Valentina... Ferraro —responde, con una sonrisa suave, aunque sus ojos siguen mostrando dolor.—Lo sé —dice Luca—. Es difícil no fijarse en usted.Valentina baja la mirada, incómoda.—Es una noche hermosa —dice él, con voz serena—. Aunque para algunos parece estar llena de tor