***Flashback***
Una semana atrás
Valentina llegó a casa con una sonrisa tenue en los labios y la cámara colgando del hombro. Aún le costaba asimilar que, por fin, era fotógrafa profesional; no porque dudara de su capacidad para lograrlo, sino porque el tiempo había pasado muy rápido. Aquel debía ser un día para celebrar… pero algo en el aire la puso en alerta apenas cruzó la puerta.
Su padre estaba en el sillón del comedor, con la mirada perdida y un fajo de papeles en las manos. No los leía, solo los sostenía, como si su peso fuera abrumador.
Dejó la mochila en la entrada y colocó con cuidado la cámara sobre la mesita, pero sus movimientos se volvieron lentos, casi automáticos, al notar el silencio tenso que llenaba la casa.
—¿Papá? —dijo, acercándose—. ¿Estás bien?
Andrés Baeza alzó la vista. Tenía los ojos hundidos, como si llevara días sin dormir. Dudó antes de hablar, pero al final soltó un suspiro largo y tembloroso.
—Valentina, siéntate, por favor. Necesito hablar contigo.
Ella frunció el ceño, un nudo formándose en su estómago. Se sentó frente a él, con los codos sobre la mesa, esperando una explicación.
—Me estás asustando —murmuró.
Él bajó la mirada, como avergonzado.
——Es sobre… Tengo una deuda con Alejandro Ferraro —dijo bajito, como si el solo hecho de nombrarlo le arrancara el aire—. Una deuda muy grande que me persigue desde hace ya un buen tiempo. Y ahora… ha venido a cobrarla.
El solo nombre hizo que Valentina se tensara. Había oído hablar de ese hombre: poderoso, influyente, peligroso. “¿Quién no ha oído hablar del dueño del Grupo Ferraro? Ese hombre controla desde la infraestructura del país hasta los medios de comunicación. Es más que poderoso... es intocable.”
—¿Qué clase de deuda? —preguntó con desconfianza.
—Hace unos años, cuando tu madre enfermó… no tenía cómo pagar su tratamiento. Fui al banco, pedí un crédito, pero me lo negaron. Había demasiadas deudas a mi nombre, el negocio no iba bien, y mi historial crediticio estaba por el suelo. Me dijeron que no era un buen candidato, que no podían arriesgarse.
Se tomó una pausa para continuar:
—Hice todo lo que estuvo a mi alcance —continuó, con la voz cargada de culpa—. Vendí lo que pude, trabajé día y noche, pero no era suficiente. La única opción que me quedó… fue pedirle ayuda a Ferraro.
La rabia comenzó a burbujear en su interior.
—¿Y por qué me lo estás contando ahora? —su voz tembló, entre la rabia contenida y la tristeza. Lo miró, con los ojos empañados—. Debiste decírmelo, papá. Yo… yo hubiera podido ayudarte —Se le quebró la voz, pero siguió—. Habría dejado los estudios, habría trabajado día y noche si hacía falta. No tenías que cargar con todo solo. No así.
Él tragó saliva antes de hablar, bajó la mirada, con los hombros vencidos por el peso de la culpa.
—Tu madre no lo quería así —murmuró con voz ronca—. Ella… me hizo prometerle que tú seguirías estudiando, que no dejarías tu vida por nosotros. Decía que eras su orgullo, que ibas a llegar lejos…—Se le humedecieron los ojos—. No podía fallarle. Ahora… no he podido pagarle a Ferraro. Los intereses aumentaron, y ni siquiera vendiendo la casa puedo saldar lo que debo. Ferraro… él… exige algo más.
—¿Algo más? —Valentina ya no ocultaba el tono cortante en su voz.
El padre levantó los ojos hacia ella, suplicantes.
—Me ha dado una alternativa.
Valentina lo miró fijamente, sintiendo que algo frío le bajaba por la espalda.
—¿Y qué es lo que quiere Ferraro ahora? —preguntó en un susurro tembloroso—. ¿Qué está exigiendo… papá?
El silencio que siguió fue como una bofetada. Su padre tragó saliva, desvió la mirada y, cuando finalmente habló, su voz salió rota, impregnada de vergüenza.
—Quiere que te cases con él.
Valentina se quedó inmóvil. Durante un segundo completo, su respiración se detuvo. Luego, como si algo en su interior estallara, se puso de pie de golpe, empujando la silla con violencia hacia atrás.
—¿¡Qué dijiste!? —gritó, los ojos abiertos de par en par, llenos de furia e incredulidad—. ¡¿Estás diciendo que vendiste mi vida por una deuda?!
Su padre se levantó también, con los brazos extendidos hacia ella, suplicantes.
—¡No fue así! ¡Yo...! No tenía opción, Valentina. Tu madre estaba muriendo. Él me ofreció ayuda, pagó todo… pero puso una condición: cuando llegara el momento de saldar la deuda, él decidiría cómo. Yo acepté. Pensé que pediría dinero, trabajo… no sé. Nunca imaginé que…¡Te juro que jamás pensé que se atrevería a pedir algo así!
—¡Pues se atrevió! —exclamó ella, con el rostro enrojecido por la indignación—. ¡Y tú me estás contando esto cuando ya no hay salida! ¡Como si fuera un trato cerrado, como si yo no tuviera voz!
El silencio que siguió fue como un latigazo.
Valentina respiraba agitadamente, aún asimilando lo que acababa de escuchar. El corazón le golpeaba con fuerza en el pecho, pero necesitaba entender más. Algo no le cuadraba.
—¿De dónde conoces a Alejandro Ferraro, papá?
Andrés desvió la mirada, como si la pregunta lo obligara a abrir una herida vieja.
—No es solo a él a quien conozco —respondió con un suspiro cansado—. Yo era amigo de su padre, Óscar Ferraro. Éramos inseparables en la universidad. Jóvenes, ambiciosos… soñábamos con cambiar el mundo, cada uno a su manera.
Valentina frunció el ceño, sin poder disimular su sorpresa.
—¿Fuiste amigo de su padre?
—Sí. Óscar era brillante, magnético. Siempre supo cómo abrirse paso, cómo hacer negocios. Mientras yo me conformaba con lo justo, él construyó un imperio. Fue admirable… hasta que todo se vino abajo. Su muerte fue trágica, repentina. Aún me cuesta creerlo.
—¿Y Alejandro?
—Después de la muerte de Óscar, Alejandro heredó todo —continuó Andrés, la voz ensombrecida—. Pero tras ese hecho, cambió por completo. Se volvió frío, calculador. Me buscó años después, cuando tu madre enfermó. Pensé que era un gesto de buena voluntad por la vieja amistad con su padre.
Valentina lo miró fijamente, sintiendo que todo a su alrededor empezaba a encajar. Ferraro no solo estaba cobrando una deuda. La estaba arrastrando a una historia más profunda, más turbia.
Valentina parpadeó, confundida.
—¿Y yo qué tengo que ver con todo esto? —preguntó con voz queda, como si temiera la respuesta—. ¿Por qué yo?
Andrés tragó saliva. El peso de la culpa le caía sobre los hombros como una losa.
—Nunca pensé que te pondría a ti como moneda de pago.
Ella retrocedió un paso, atónita.
—¿Acaso es posible que él ya lo tenía planeado?
Andrés la miró, con los ojos vidriosos.
—Tal vez no… —dudó.
—¡Yo no le pertenezco a nadie! —estalló ella, con los ojos llenos de rabia y desilusión—. ¡Ni tú ni nadie tiene derecho a decidir por mí!
Andrés bajó la mirada, derrotado por su propia vergüenza.
—Si no aceptas, lo perderemos todo.
—¡Entonces que se lo lleve todo! —gritó, con los ojos brillantes de furia—. Pero yo no me voy a casar con ese hombre. ¡Ni por ti ni por nadie!
Su padre apenas alzó la vista, con una mezcla de vergüenza y desesperación dibujada en el rostro.
—Valentina… si no lo hacemos, podría ir a la cárcel.
—¿La cárcel? —preguntó horrorizada —. Papá, por favor, no puedes hacerme esto. ¿Tú realmente crees que casándome con ese hombre se soluciona todo? ¡¿En qué mundo enfermo eso está bien?!
—No lo digo porque esté bien, lo digo porque es real. Alejandro tiene poder. Puede destruirnos si quiere. No va a esperar más, ya me lo dejó claro. Me dio un plazo.
Valentina lo miró con incredulidad.
—¿Un plazo? ¿Cuánto?
Andrés alzó la vista, como si decirlo le arrancara el alma.
—En una semana… debes convertirte en su esposa.
El silencio que siguió fue tan espeso que pareció ahogarlos a ambos. Valentina no reaccionó al principio. Lo miró como si no hubiera entendido bien. Pero en cuanto sus palabras hicieron eco en su mente, retrocedió un paso, horrorizada.
—¿Qué…? —balbuceó—. ¿Una semana?
Andrés asintió con pesadez, evitando su mirada.
—Él ha puesto esa condición. Dice que el tiempo de espera terminó. Que no piensa negociar más.
—¡¿Te estás escuchando?! —gritó ella, temblando de pies a cabeza—. ¿¡Quieres que me case con un desconocido en una semana como si fuera un maldito contrato de propiedad!?
—¡Valentina, no es lo que yo quiero! —replicó Andrés con desesperación—. ¡Créeme, si hubiera otra salida...!
—¡Claro que la había! ¡Decirme la verdad desde el principio! ¡Buscar otras opciones! ¡No entregarme como si fuera... como si fuera…! —se interrumpió, ahogada por la rabia y la impotencia.
Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no permitió que cayeran. El fuego en su pecho quemaba más que el dolor.
—No pienso casarme con ese hombre. No lo haré.
—Valentina... —susurró Andrés, roto—. Si no lo haces, nos lo quitará todo.
Ella lo miró como si no lo reconociera, como si de pronto fuera un extraño.
—¡Ya lo ha hecho! ¡Ya me lo quitó todo! —dijo en voz baja—. Incluso a ti.
Él la observó, con el rostro blanco como una sábana. Sus labios se movieron, pero ninguna palabra salió. De pronto, su expresión cambió: un gesto de dolor cruzó su rostro y llevó una mano al pecho.
—¿Papá?
Él se encorvó hacia adelante, soltando un jadeo ahogado. La otra mano se aferró al brazo del sillón como si intentara sostenerse.
—¡Papá! —Valentina corrió hacia él, el corazón desbocado—. ¿Qué te pasa? ¡Papá!
Él intentó responder, pero no pudo. Su respiración era entrecortada, forzada, como si le faltara el aire.
—¡No! ¡No me hagas esto! —gritó mientras buscaba el teléfono con manos temblorosas.
Marcó el 911 de inmediato.
—Servicio de emergencias, ¿cuál es su emergencia?
—¡Mi papá, creo que le está dando un infarto! ¡Está agarrándose el pecho, no puede respirar, por favor! —sollozó—. ¡Necesito una ambulancia ya!
Mientras daba la dirección y seguía las instrucciones del operador, se arrodilló junto a él y le sujetó la mano con fuerza.
—Resiste, papá… por favor… no te mueras.
En medio del caos, el miedo y la culpa comenzaron a invadirla. Y por primera vez desde que escuchó el nombre de Ferraro, sintió que algo mucho más importante se le estaba escapando de las manos.
Minutos después, su padre yacía en la cama de un hospital, más tranquilo. Los médicos habían dicho que no fue un infarto, pero sí un episodio serio: algo entre un ataque de pánico y una fuerte subida de presión.
Valentina no se despegó de su lado hasta asegurarse de que respiraba con normalidad. Pero por dentro, hervía.
Dos días antes del matrimonio.El aire en el lujoso edificio del Grupo Ferraro estaba cargado de una tensión palpable cuando Valentina cruzó el umbral de la puerta principal. El brillo de las paredes de cristal reflejaba su figura, iluminando su presencia como si cada paso que daba fuera una sentencia. Su cabello, un marrón claro que caía con suavidad sobre sus hombros, brillaba bajo las luces del lugar. Su silueta dejaba entrever la gracia con la que se movía, cada curva de su cuerpo resaltada por el ajuste perfecto de su vestido. La suavidad de su piel blanca, casi etérea, contrastaba con la dureza del lugar.Alejandro estaba allí, esperándola, con una mirada fría y calculadora. Sus ojos recorrían su figura con la calma de quien ya ha ganado una batalla y ahora disfruta del espectáculo. Cada paso de Valentina parecía acercarla más a su destino, y él lo sabía. Podía casi saborear la victoria en el aire, como si hubiera encontrado finalmente la pieza que le permitiría cobrar su veng
El sol se cuela tímidamente por las cortinas cuando ella abre los ojos. Por un momento, permanece inmóvil, tratando de recordar dónde está… y entonces la realidad la golpea con la misma fuerza que la noche anterior. Ya no está en su habitación, en su casa, en la vida que conocía. Está en la cama de un lujoso hotel. Es la esposa de Alejandro Ferraro.Se incorpora con lentitud, sintiendo el peso de la noche en los músculos y en la mente. A pesar de todo, ha logrado dormir unas pocas horas, aunque el sueño ha sido ligero y plagado de pensamientos confusos. Se gira hacia el otro lado de la cama, donde él había estado, pero el espacio está vacío. Mucho mejor.Un suave toque en la puerta la sobresalta.—¿Puedo pasar, señora? Soy Ana. Estaré a su servicio de ahora en adelante —dice una voz firme pero amable.Durante un instante, ella no sabe qué responder. No quiere ver a nadie, no quiere hablar, no quiere fingir que todo está bien cuando en realidad su mundo se ha derrumbado.—No necesito n
El jet aterriza con suavidad, y tan pronto como las puertas se abren, el calor seco del mediodía italiano la envuelve. El cielo está claro, de un azul brillante que contrasta con el paisaje de suaves colinas verdes y viñedos interminables.Un automóvil negro, de cristales polarizados y aspecto sobrio, los espera en la pista privada. Alejandro no pronuncia palabra durante el resto del trayecto. Se limita a observar por la ventanilla, con el ceño fruncido y la mandíbula apretada. Valentina, sentada a su lado, no pudo evitar pensar que ese repentino silencio tenía que ver con el mensaje que había recibido minutos antes.La curiosidad le cosquillea por dentro, haciéndole preguntarse qué clase de noticia podía alterarlo de esa forma. ¿Quién le había escrito? ¿Qué le habrían dicho para que se encerrara en ese mutismo impenetrable?Pero apenas se dio cuenta de en qué estaba pensando, frunce el ceño y desvía la mirada hacia la ventana.“¿Qué me importa a mí?”, pensó con fastidio. “Que revient
La cena está servida a las ocho en punto. Ana entra en la habitación de Valentina, que aún se encuentra frente al espejo, revisando su reflejo. Con una mirada fija en ella, Ana no necesita decir mucho.—Le sugiero que se apresure. Alejandro no tolera los retrasos.—Ana, te agradecería que me trataras de tú.—Señora Ferraro, no me está permitido hacerlo.—Yo te lo permito —respondió con tono suave—. Si voy a estar aquí sola, prefiero sentir que tengo alguien cercano a mí —Valentina la mira en silencio, un destello de sinceridad brilla en sus ojos.Si ya está allí, en ese lugar apartado y lleno de secretos, tal vez podría aprovecharlo. Si Alejandro tiene intenciones oscuras, ella también puede hacerlo. En lugar de vestirse con algo convencional, opta por algo que deje claro que no es una mujer común.Se deshace de la bata que la cubre y elige un vestido rojo profundo, de seda. El escote pronunciado deja ver más de lo que muestra, y la falda ceñida se extiende hasta sus muslos. El diseño
La cena terminó en un silencio denso, espeso como el vino que aún descansaba a medias en las copas. Valentina es la primera en levantarse, ignorando las miradas punzantes de Isabela y la contenida intensidad de Alejandro. Sus pasos firmes resuenan por el mármol como una declaración: no es una invitada, es la dueña del lugar… aunque todavía no tuviera las llaves.En su habitación, se quita el vestido con una lentitud casi ceremonial.Se sienta en el borde de la cama, con la espalda recta y la respiración aún contenida en el pecho. La tela de su ropa interior acaricia su piel como un susurro cómplice, y por un instante, se sintió satisfecha. Había movido una pieza importante en ese tablero de miradas, silencios y poder. Lo había hecho bien. Pero esa sensación no duró.La satisfacción se desvaneció tan rápido como había llegado, como un perfume que se pierde en el aire. Un peso desconocido comenzó a formarse en su pecho, lento pero firme, como si la habitación se hiciera más pequeña, com
La ducha caliente no logró calmar el torbellino en su pecho. Todo lo contrario. Valentina se recuesta en la enorme cama, aún con el cabello húmedo, y mira el techo con los ojos bien abiertos. El reloj marca las 11:23 p.m. y el silencio de la mansión es casi inquietante.Suspira, se sienta y finalmente se levanta. Se pone unos jeans ajustados, botas oscuras y una camisa blanca que resalta su figura sin proponérselo. Rebusca entre sus pertenencias y saca su cámara fotográfica. Antes de salir, corre la cortina de la ventana y se detiene por un segundo: una luna creciente cuelga brillante sobre el cielo despejado. La noche está perfecta para una caminata, para capturar luces y sombras… o para alejar pensamientos incómodos.—Si hay algo seguro aquí, es que nadie me verá salir. Si hay tres o cuatro almas en esta mansión , es mucho —se dice a sí misma.Sale de la habitación con cuidado, sin encender las luces. La casa es un laberinto de mármol, madera y ecos. Mientras recorre el pasillo, pas
Valentina mira a su alrededor, la belleza del paisaje la envuelve con tal intensidad que la preocupación empieza a desvanecerse. Sus ojos se distraen con cada detalle, como si el lugar la invitara a quedarse un poco más, se agacha frente a una flor silvestre que ha brotado entre las raíces de un roble antiguo. El flash de su cámara ilumina por un instante el contorno delicado de los pétalos, y el chasquido del obturador se mezcla con el susurro del viento. Ha perdido la noción del tiempo. Solo la acompaña el silencio, interrumpido por el canto lejano de un ave nocturna.Pero algo cambia.El aire, antes sereno, se vuelve denso. Pesado. Un escalofrío le recorre la espalda justo cuando un trueno suena en la distancia. Valentina levanta la vista. Las nubes se han arremolinado sobre su cabeza, ocultando la luna por completo. El cielo se ha teñido de un gris profundo, como si la noche hubiera decidido cerrarse aún más sobre el mundo.—Tengo que volver —murmura, pero no está segura de en qu
PARTE 1: Que no se te olvideEl tic tac del reloj de péndulo es lo único que se escucha en el despacho. Alejandro está sentado en el sillón de cuero, con la camisa arremangada y los ojos fijos en la chimenea apagada. Sostiene un vaso de whisky, pero no lo ha probado.Aprieta la mandíbula.No puede dejar que siga pasando. Se está ablandando. Lo nota.Cada vez que Valentina lo mira con esa mezcla de temor y orgullo a la vez, algo en su interior se agrieta. No lo puede permitir. No después de todo lo que le arrebataron.Tira el whisky contra la pared. El vaso estalla en mil pedazos.Entonces suena el teléfono.Suspira, se pasa una mano por el rostro, y contesta.—Alejandro —dice la voz de su madre, fría y seca como siempre—. ¿Estás solo?—Sí.—Entonces escúchame. No olvides por qué te casaste con ella. Esa niña no es inocente. Lleva la misma sangre que el hombre que destruyó a tu padre.Alejandro guarda silencio.—¿Te estás encariñando con ella? —pregunta su madre, con un deje de desprec