La ducha caliente no logró calmar el torbellino en su pecho. Todo lo contrario. Valentina se recuesta en la enorme cama, aún con el cabello húmedo, y mira el techo con los ojos bien abiertos. El reloj marca las 11:23 p.m. y el silencio de la mansión es casi inquietante.Suspira, se sienta y finalmente se levanta. Se pone unos jeans ajustados, botas oscuras y una camisa blanca que resalta su figura sin proponérselo. Rebusca entre sus pertenencias y saca su cámara fotográfica. Antes de salir, corre la cortina de la ventana y se detiene por un segundo: una luna creciente cuelga brillante sobre el cielo despejado. La noche está perfecta para una caminata, para capturar luces y sombras… o para alejar pensamientos incómodos.—Si hay algo seguro aquí, es que nadie me verá salir. Si hay tres o cuatro almas en esta mansión , es mucho —se dice a sí misma.Sale de la habitación con cuidado, sin encender las luces. La casa es un laberinto de mármol, madera y ecos. Mientras recorre el pasillo, pas
Valentina mira a su alrededor, la belleza del paisaje la envuelve con tal intensidad que la preocupación empieza a desvanecerse. Sus ojos se distraen con cada detalle, como si el lugar la invitara a quedarse un poco más, se agacha frente a una flor silvestre que ha brotado entre las raíces de un roble antiguo. El flash de su cámara ilumina por un instante el contorno delicado de los pétalos, y el chasquido del obturador se mezcla con el susurro del viento. Ha perdido la noción del tiempo. Solo la acompaña el silencio, interrumpido por el canto lejano de un ave nocturna.Pero algo cambia.El aire, antes sereno, se vuelve denso. Pesado. Un escalofrío le recorre la espalda justo cuando un trueno suena en la distancia. Valentina levanta la vista. Las nubes se han arremolinado sobre su cabeza, ocultando la luna por completo. El cielo se ha teñido de un gris profundo, como si la noche hubiera decidido cerrarse aún más sobre el mundo.—Tengo que volver —murmura, pero no está segura de en qu
PARTE 1: Que no se te olvideEl tic tac del reloj de péndulo es lo único que se escucha en el despacho. Alejandro está sentado en el sillón de cuero, con la camisa arremangada y los ojos fijos en la chimenea apagada. Sostiene un vaso de whisky, pero no lo ha probado.Aprieta la mandíbula.No puede dejar que siga pasando. Se está ablandando. Lo nota.Cada vez que Valentina lo mira con esa mezcla de temor y orgullo a la vez, algo en su interior se agrieta. No lo puede permitir. No después de todo lo que le arrebataron.Tira el whisky contra la pared. El vaso estalla en mil pedazos.Entonces suena el teléfono.Suspira, se pasa una mano por el rostro, y contesta.—Alejandro —dice la voz de su madre, fría y seca como siempre—. ¿Estás solo?—Sí.—Entonces escúchame. No olvides por qué te casaste con ella. Esa niña no es inocente. Lleva la misma sangre que el hombre que destruyó a tu padre.Alejandro guarda silencio.—¿Te estás encariñando con ella? —pregunta su madre, con un deje de desprec
Valentina, aún con el corazón latiendo rápido por la humillación sufrida, se detiene en uno de los balcones de la mansión. Necesita aire. Necesita no llorar delante de todos.Apoya las manos en la baranda fría y cierra los ojos un instante, respira hondo. La brisa fresca le revuelve algunos mechones del cabello, pero no le importa.—¿Puedo acompañarla? —pregunta una voz masculina, profunda, con un acento italiano sutil.Valentina se gira lentamente. Frente a ella, un hombre desconocido sonríe, impecable en su traje oscuro.—Luca Moretti —se presenta, haciendo una leve reverencia, como si estuvieran en otra época—. Un placer.Ella parpadea, sorprendida. No lo vio entre los invitados, pero su educación prevalece.—Valentina... Ferraro —responde, con una sonrisa suave, aunque sus ojos siguen mostrando dolor.—Lo sé —dice Luca—. Es difícil no fijarse en usted.Valentina baja la mirada, incómoda.—Es una noche hermosa —dice él, con voz serena—. Aunque para algunos parece estar llena de tor
Valentina está de pie frente al espejo, observando su reflejo con una mezcla de frustración y agotamiento. El vestido que ha llevado con tanta elegancia durante la cena ahora le parece un peso sobre sus hombros. Con una mano temblorosa, comienza a desabrocharse la cremallera, permitiendo que la tela caiga lentamente de sus hombros. Su piel está caliente, aún cargada con la tensión de la noche, y el aire fresco de la habitación se siente como un alivio, pero no puede quitarse la sensación de incomodidad.La cena había sido un circo, una sucesión de sonrisas falsas y miradas disimuladas.Está a punto de despojarse del vestido por completo cuando la puerta de la habitación se abre sin previo aviso. Valentina levanta la cabeza, sorprendida, y ve a Alejandro entrar. Su cuerpo se tensa al instante, su corazón da un vuelco. Antes de que pueda reaccionar, toma el vestido a medio quitar y lo sostiene frente a su pecho, tratando de cubrir su busto desnudo, aunque sabe que no servira de nada.—¿
La luz de la mañana se filtra a través de las cortinas, bañando la habitación con un resplandor tenue. Valentina se despierta, desorientada, siente una ligera presión en su cabeza y la piel aún cálida por lo vivido la noche anterior. Al abrir los ojos, la primera imagen que ve es la de su cuerpo desnudo, cubierto solo por las sábanas revueltas, y al lado, Alejandro, duerme. Su rostro está sereno, pero su postura es arrogante, como si el mundo entero le perteneciera incluso en el sueño.Un nudo de incomodidad se forma en su pecho. No sabe qué pensar ni qué sentir al despertar en su cama, con él ahí, después de todo lo sucedido. No quiere quedarse allí un minuto más. Se incorpora con rapidez, cubriéndose con las sábanas mientras se levanta.Con pasos ligeros, se dirige al vestidor, donde comienza a vestirse con rapidez, elige un conjunto simple.No quiere enfrentarse a él ni dar explicaciones. Su mente está llena de pensamientos contradictorios. ¿Qué había significado esa noche para él?
—Confío en que me hayas hecho viajar por un asunto verdaderamente urgente, madre.Después de un viaje largo y agotador, Alejandro llega a Valdoria. Sale casi sin aviso de Monteluce, dejando atrás la mansión Ferraro apenas recibe la llamada de su madre. Ahora, al cruzar la puerta del despacho, la ve sentada frente a su escritorio, esperándolo.—¿No me saludarás, Alejandro? —dice, su tono suave pero cargado de descontento.—Buenos días , madre —saluda mientras se sienta frente a ella.—Voy a pedirle a Rómulo que te traiga algo para beber, ¿Que prefieres? ¿Té o café?—Prefiero un vaso de whisky, ya tomé café en el avión —responde, mientras se recarga en el respaldo de la silla, buscando algo de comodidad tras el largo trayecto —. Ve al grano, madre.Luciana lo observa fijamente, su voz suave pero cargada de seriedad.—Quiero que recuerdes a cada instante el motivo por el cual te casaste con Valentina Baeza, Alejandro. Él la mira, un tanto cansado, y responde con una mezcla de frustració
El motor ruge con fuerza mientras Alejandro conduce a toda velocidad. Su mandíbula está tensa, los nudillos blancos por la presión con la que agarra el volante. La rabia le sube por la garganta como una oleada de fuego. La llamada todavía retumba en su mente.—Ese Luca Moretti no sabe con quién se está metiendo —escupe entre dientes, golpeando el volante con la palma.Pero algo lo inquieta, algo que no logra admitir. ¿Es realmente la propuesta descarada que la secretaria de Moretti le transmitió lo que lo altera… o hay algo más? Una imagen le atraviesa el pensamiento: Valentina, con su sonrisa franca, sentada junto a Moretti, hablando, riendo, compartiendo miradas.Siente un nudo en el pecho. No puede evitarlo. La idea de que trabajen juntos lo envenena por dentro.—No… no puedo sentir esto —susurra con voz ronca, como si al decirlo pudiera arrancárselo de raíz.Se obliga a mirar al frente, a concentrarse en el camino, pero la verdad ya lo ha alcanzado. —No puedo sentir nada por la h