El sol se cuela tímidamente por las cortinas cuando ella abre los ojos. Por un momento, permanece inmóvil, tratando de recordar dónde está… y entonces la realidad la golpea con la misma fuerza que la noche anterior. Ya no está en su habitación, en su casa, en la vida que conocía. Está en la cama de un lujoso hotel. Es la esposa de Alejandro Ferraro.
Se incorpora con lentitud, sintiendo el peso de la noche en los músculos y en la mente. A pesar de todo, ha logrado dormir unas pocas horas, aunque el sueño ha sido ligero y plagado de pensamientos confusos. Se gira hacia el otro lado de la cama, donde él había estado, pero el espacio está vacío. Mucho mejor.
Un suave toque en la puerta la sobresalta.
—¿Puedo pasar, señora? Soy Ana. Estaré a su servicio de ahora en adelante —dice una voz firme pero amable.
Durante un instante, ella no sabe qué responder. No quiere ver a nadie, no quiere hablar, no quiere fingir que todo está bien cuando en realidad su mundo se ha derrumbado.
—No necesito nada —responde con frialdad.
Silencio.
Pasados unos segundos, un leve peso de culpa se asienta en su pecho. No es culpa de Ana. Ella solo cumple con su trabajo.
Se levanta de la cama, camina hasta la puerta y la abre. Ana, una mujer de rostro afable y gesto servicial, está de pie en el umbral.
—Perdón, he sido descortés —dice ella, esbozando una tenue sonrisa.
—No se preocupe, señora —responde Ana con suavidad—. El señor Ferraro me pide que le avise que debe arreglarse. Saldrán de viaje en unas horas.
Su estómago se encoge.
—¿Viaje?
—Sí, señora. Me ha pedido que prepare su equipaje.
Ella guarda silencio. ¿A dónde quiere llevarla Alejandro? ¿Por qué? Ni siquiera han hablado de viaje.
Ana espera pacientemente su respuesta, mientras ella intenta ordenar sus pensamientos. Pero no hay nada que decidir. Como con todo lo demás, él ya ha tomado la decisión por ella.
—Está bien , Ana. Gracias.
Se mete a la ducha y deja que el agua tibia resbale por su piel. Cierra los ojos, esperando que el agua se lleve el cansancio, el peso en sus hombros, la opresión en su pecho… las huellas de sus manos sobre su cuerpo. Pero, en lugar de eso, los recuerdos de la noche anterior la golpean con fuerza.
La forma en que Alejandro la tocó, la intensidad en su mirada, el calor de su cuerpo contra el suyo… Es un hombre fuerte, de cuerpo firme y musculoso, con una presencia imponente que resulta abrumadoramente sensual. Su piel bronceada, sus manos seguras, su aliento acariciando su cuello… Se odia por recordar esos detalles.
Él fue el primero. El que cruzó la línea, el que tocó su cuerpo antes que nadie. El que se llevó algo que nunca vuelve.
Y lo peor de todo: cómo su cuerpo había respondido. Una sensación extraña comienza a recorrerla, un cosquilleo en la piel que la hace estremecerse. Se odia por eso. Odia la forma en que, por un instante, ha sentido placer. No debería gustarle. No puede gustarle.
Aprieta los dientes y se obliga a apartar esos pensamientos. Él es el responsable de su desgracia, el hombre que ha arruinado su vida, que la ha encadenado a un destino que no pidió. No puede permitirse sentir nada por él que no sea odio.
Pero entonces piensa en su padre. En lo mucho que ha sufrido desde la muerte de su madre. En lo enfermo y frágil que está.
Respira hondo. Todo esto lo hace por él. Esa es la única razón. Y mientras siga creyendo en eso, podrá soportarlo.
Sale de la ducha envuelta en una toalla, con la piel aún húmeda y el cabello goteando sobre los hombros. Se acerca al armario y saca un vestido de lino, suelto y ligero, de un tono azulado que contrasta con su piel.
“Ni siquiera eso he elegido yo. La lencería también lleva su voluntad”
Se viste con movimientos lentos, sintiendo la suavidad de la tela deslizándose sobre su cuerpo.
“El señor desea que use la ropa que él ha escogido personalmente para usted.” Esas son las palabras que Ana pronunció minutos antes de que ella entrara a la ducha.
Busca su pequeña valija, y la encuentra cerrada, intacta, en un rincón de la habitación.
Un escalofrío recorre su espalda.
Cada decisión, hasta la más mínima, ya ha sido tomada por él.Se para frente al espejo. Su cabello largo, color miel, cae en ondas naturales sobre su espalda. Sus ojos, marrones, del mismo tono que los de su madre, le devuelven la mirada. Por un instante, se ve a través de ellos, recordando cómo solía decir que su mirada tenía la misma intensidad que la suya.
Pero aquella mujer en el reflejo ya no es la misma.
Suspira y sale de la habitación.
Un mozo espera afuera con su equipaje nuevo en un carrito. No dice nada, solo inclina levemente la cabeza antes de comenzar a caminar por el pasillo. Ana aparece a su lado con su expresión serena y su paso seguro.
—El vuelo está listo, señora. Su esposo la espera en el jet privado.
“Su esposo”. Traga en seco. No pregunta a dónde van. No tiene sentido. Como con todo lo demás, Alejandro Ferraro ya ha tomado esa decisión por ella.
Valentina sube con el corazón latiendo con fuerza en el pecho, pero su rostro permanece inmutable. No va a darle el gusto de verla afectada.
Él está sentado, relajado, con un periódico entre las manos. No levanta la mirada cuando ella entra, como si su presencia no significara absolutamente nada.—Buenos días —dice ella con tono neutral, sin permitir que su voz revele emoción alguna.
Él no responde de inmediato, pero su cabeza se mueve apenas, un gesto sutil que confirma que la ha escuchado y ha elegido ignorarla. Valentina se muerde el interior de la mejilla y camina con la espalda recta hasta sentarse a su lado.
Un viento repentino se cuela en la cabina justo cuando se acomoda, levantando la ligera tela de su vestido. Sus muslos quedan expuestos por unos segundos, y en ese instante ve el reflejo de una sonrisa en el rostro de Alejandro.
Se tensa de inmediato. Con movimientos rápidos, baja el vestido y se cubre.Él no dice nada.
No necesita hacerlo.Su sonrisa lo dice todo.Valentina se acomoda en el asiento, aún sintiendo el calor en las mejillas. Intenta ignorarlo, fingir que su presencia no la afecta, pero entonces su voz rompe el silencio.
—Hablé con tu padre esta mañana.
Ella gira lentamente para mirarlo. Alejandro sigue con el periódico en las manos, pero no hay duda de que está atento a cada una de sus reacciones.
—¿Y qué le dijiste? —pregunta con cautela.
—Que todo está bien entre nosotros —responde él, con un tono relajado, casi despreocupado. Pero Valentina sabe que cada palabra que sale de su boca está cargada de intención.
Aprieta los labios, sintiendo cómo la rabia le recorre el cuerpo.
—Me parece bien. No quiero cargar a mi padre con malas noticias.
Alejandro por fin baja el periódico y la mira directamente. Su expresión es inescrutable, pero sus ojos… sus ojos reflejan algo más.
—Tu padre estará bien con nuestro acuerdo. Deberías estar tranquila.
Valentina suelta una risa sarcástica y cruza los brazos sobre el pecho.
—Claro, porque seguro tuvo muchas opciones.
Él ladea la cabeza, evaluándola.
—Tú tenías opciones, Valentina.
—No. No las tenía —responde ella, mirándolo con dureza—. Qué cinismo de tu parte decirme eso.
Una chispa de diversión brilla en la mirada de Alejandro antes de que vuelva a levantar el periódico, como si la conversación ya no le interesara.
—Entonces supongo que ya no hay nada más que discutir.
Antes de que el capitán haga el anuncio de la salida, suena un celular, es el de Alejandro. Él lo toma en sus manos sin prisa, mirando la pantalla con una expresión imperturbable. Es un mensaje de su madre, Isabel Ferraro.
Con una mirada fría, Alejandro lee el texto que aparece:
"Ya la tienes en tus manos. Hazla sufrir, hijo mío. Su padre es el culpable de que Óscar se haya suicidado."
Las palabras de su madre lo golpean como una bofetada. Un temblor recorre su cuerpo, pero no es de sorpresa, sino de rabia. Un dolor y un odio que ha crecido cada día desde que su madre le reveló lo que Andrés Baeza le había hecho a su padre. Sin poder evitarlo, aprieta el teléfono con tanta fuerza que su pulgar se clava en la pantalla. En un arrebato violento, lo apaga de golpe como si pudiera deshacerse de esas palabras, de ese pasado que aún lo atormenta.
Su respiración es entrecortada. Traga el odio, la furia que lo consume, mientras vuelve a mirar a la nada, el rostro impasible, pero por dentro, el rencor hierve como un veneno que nunca se ha ido.
—Buenos días, les habla el capitán. Nos encontramos a punto de iniciar nuestro vuelo. Les pedimos que aseguren sus cinturones de seguridad, ajusten sus asientos y apaguen cualquier dispositivo electrónico en este momento. Estamos programados para un vuelo tranquilo y esperamos llegar a nuestro destino en el tiempo estimado. Le deseamos un agradable vuelo.
El jet aterriza con suavidad, y tan pronto como las puertas se abren, el calor seco del mediodía italiano la envuelve. El cielo está claro, de un azul brillante que contrasta con el paisaje de suaves colinas verdes y viñedos interminables.Un automóvil negro, de cristales polarizados y aspecto sobrio, los espera en la pista privada. Alejandro no pronuncia palabra durante el resto del trayecto. Se limita a observar por la ventanilla, con el ceño fruncido y la mandíbula apretada. Valentina, sentada a su lado, no pudo evitar pensar que ese repentino silencio tenía que ver con el mensaje que había recibido minutos antes.La curiosidad le cosquillea por dentro, haciéndole preguntarse qué clase de noticia podía alterarlo de esa forma. ¿Quién le había escrito? ¿Qué le habrían dicho para que se encerrara en ese mutismo impenetrable?Pero apenas se dio cuenta de en qué estaba pensando, frunce el ceño y desvía la mirada hacia la ventana.“¿Qué me importa a mí?”, pensó con fastidio. “Que revient
La cena está servida a las ocho en punto. Ana entra en la habitación de Valentina, que aún se encuentra frente al espejo, revisando su reflejo. Con una mirada fija en ella, Ana no necesita decir mucho.—Le sugiero que se apresure. Alejandro no tolera los retrasos.—Ana, te agradecería que me trataras de tú.—Señora Ferraro, no me está permitido hacerlo.—Yo te lo permito —respondió con tono suave—. Si voy a estar aquí sola, prefiero sentir que tengo alguien cercano a mí —Valentina la mira en silencio, un destello de sinceridad brilla en sus ojos.Si ya está allí, en ese lugar apartado y lleno de secretos, tal vez podría aprovecharlo. Si Alejandro tiene intenciones oscuras, ella también puede hacerlo. En lugar de vestirse con algo convencional, opta por algo que deje claro que no es una mujer común.Se deshace de la bata que la cubre y elige un vestido rojo profundo, de seda. El escote pronunciado deja ver más de lo que muestra, y la falda ceñida se extiende hasta sus muslos. El diseño
La cena terminó en un silencio denso, espeso como el vino que aún descansaba a medias en las copas. Valentina es la primera en levantarse, ignorando las miradas punzantes de Isabela y la contenida intensidad de Alejandro. Sus pasos firmes resuenan por el mármol como una declaración: no es una invitada, es la dueña del lugar… aunque todavía no tuviera las llaves.En su habitación, se quita el vestido con una lentitud casi ceremonial.Se sienta en el borde de la cama, con la espalda recta y la respiración aún contenida en el pecho. La tela de su ropa interior acaricia su piel como un susurro cómplice, y por un instante, se sintió satisfecha. Había movido una pieza importante en ese tablero de miradas, silencios y poder. Lo había hecho bien. Pero esa sensación no duró.La satisfacción se desvaneció tan rápido como había llegado, como un perfume que se pierde en el aire. Un peso desconocido comenzó a formarse en su pecho, lento pero firme, como si la habitación se hiciera más pequeña, com
La ducha caliente no logró calmar el torbellino en su pecho. Todo lo contrario. Valentina se recuesta en la enorme cama, aún con el cabello húmedo, y mira el techo con los ojos bien abiertos. El reloj marca las 11:23 p.m. y el silencio de la mansión es casi inquietante.Suspira, se sienta y finalmente se levanta. Se pone unos jeans ajustados, botas oscuras y una camisa blanca que resalta su figura sin proponérselo. Rebusca entre sus pertenencias y saca su cámara fotográfica. Antes de salir, corre la cortina de la ventana y se detiene por un segundo: una luna creciente cuelga brillante sobre el cielo despejado. La noche está perfecta para una caminata, para capturar luces y sombras… o para alejar pensamientos incómodos.—Si hay algo seguro aquí, es que nadie me verá salir. Si hay tres o cuatro almas en esta mansión , es mucho —se dice a sí misma.Sale de la habitación con cuidado, sin encender las luces. La casa es un laberinto de mármol, madera y ecos. Mientras recorre el pasillo, pas
Valentina mira a su alrededor, la belleza del paisaje la envuelve con tal intensidad que la preocupación empieza a desvanecerse. Sus ojos se distraen con cada detalle, como si el lugar la invitara a quedarse un poco más, se agacha frente a una flor silvestre que ha brotado entre las raíces de un roble antiguo. El flash de su cámara ilumina por un instante el contorno delicado de los pétalos, y el chasquido del obturador se mezcla con el susurro del viento. Ha perdido la noción del tiempo. Solo la acompaña el silencio, interrumpido por el canto lejano de un ave nocturna.Pero algo cambia.El aire, antes sereno, se vuelve denso. Pesado. Un escalofrío le recorre la espalda justo cuando un trueno suena en la distancia. Valentina levanta la vista. Las nubes se han arremolinado sobre su cabeza, ocultando la luna por completo. El cielo se ha teñido de un gris profundo, como si la noche hubiera decidido cerrarse aún más sobre el mundo.—Tengo que volver —murmura, pero no está segura de en qu
PARTE 1: Que no se te olvideEl tic tac del reloj de péndulo es lo único que se escucha en el despacho. Alejandro está sentado en el sillón de cuero, con la camisa arremangada y los ojos fijos en la chimenea apagada. Sostiene un vaso de whisky, pero no lo ha probado.Aprieta la mandíbula.No puede dejar que siga pasando. Se está ablandando. Lo nota.Cada vez que Valentina lo mira con esa mezcla de temor y orgullo a la vez, algo en su interior se agrieta. No lo puede permitir. No después de todo lo que le arrebataron.Tira el whisky contra la pared. El vaso estalla en mil pedazos.Entonces suena el teléfono.Suspira, se pasa una mano por el rostro, y contesta.—Alejandro —dice la voz de su madre, fría y seca como siempre—. ¿Estás solo?—Sí.—Entonces escúchame. No olvides por qué te casaste con ella. Esa niña no es inocente. Lleva la misma sangre que el hombre que destruyó a tu padre.Alejandro guarda silencio.—¿Te estás encariñando con ella? —pregunta su madre, con un deje de desprec
Valentina, aún con el corazón latiendo rápido por la humillación sufrida, se detiene en uno de los balcones de la mansión. Necesita aire. Necesita no llorar delante de todos.Apoya las manos en la baranda fría y cierra los ojos un instante, respira hondo. La brisa fresca le revuelve algunos mechones del cabello, pero no le importa.—¿Puedo acompañarla? —pregunta una voz masculina, profunda, con un acento italiano sutil.Valentina se gira lentamente. Frente a ella, un hombre desconocido sonríe, impecable en su traje oscuro.—Luca Moretti —se presenta, haciendo una leve reverencia, como si estuvieran en otra época—. Un placer.Ella parpadea, sorprendida. No lo vio entre los invitados, pero su educación prevalece.—Valentina... Ferraro —responde, con una sonrisa suave, aunque sus ojos siguen mostrando dolor.—Lo sé —dice Luca—. Es difícil no fijarse en usted.Valentina baja la mirada, incómoda.—Es una noche hermosa —dice él, con voz serena—. Aunque para algunos parece estar llena de tor
Valentina está de pie frente al espejo, observando su reflejo con una mezcla de frustración y agotamiento. El vestido que ha llevado con tanta elegancia durante la cena ahora le parece un peso sobre sus hombros. Con una mano temblorosa, comienza a desabrocharse la cremallera, permitiendo que la tela caiga lentamente de sus hombros. Su piel está caliente, aún cargada con la tensión de la noche, y el aire fresco de la habitación se siente como un alivio, pero no puede quitarse la sensación de incomodidad.La cena había sido un circo, una sucesión de sonrisas falsas y miradas disimuladas.Está a punto de despojarse del vestido por completo cuando la puerta de la habitación se abre sin previo aviso. Valentina levanta la cabeza, sorprendida, y ve a Alejandro entrar. Su cuerpo se tensa al instante, su corazón da un vuelco. Antes de que pueda reaccionar, toma el vestido a medio quitar y lo sostiene frente a su pecho, tratando de cubrir su busto desnudo, aunque sabe que no servira de nada.—¿