COVET Siete Corazones para Bianka
COVET Siete Corazones para Bianka
Por: Dani Benítez
Capítulo 1

Había un hombre extraño visitando el burdel.

Toda mi vida había vivido escondida entre los pasillos del Poison Apple, como un fantasma que recorría los salones, oculta ante todos los hombres que visitaban este lugar en busca del placer. Solía escaparme de mi habitación y mirar a los grandes magnates que disfrutaban de la compañía de las chicas o entraba a los camerinos y las ayudaba a ellas a prepararse mientras escuchaba los relatos sobre sus encuentros cada noche: algunos eran magistrales, otros algo traumantes. Crecí en este lugar junto a mi madrastra. Luego de que mi madre falleciera cuando aún era pequeña, mi padre se casó con Delle, una de las mujeres más influyentes de la ciudad y luego de algunos años, él también falleció. Así que Delle se encargó de mi educación y de que nunca me faltase nada.

Solo debía cumplir una simple regla: Los clientes del Poison Apple no debían verme, ni saber de mi existencia.

Pero esa tarde, el ambiente del burdel era totalmente diferente.

Ni siquiera era el horario abierto al público y Delle lo había recibido. Estaba caminando hacia la cocina por algo para picar cuando escuché los murmullos de las chicas. No podían ocultar su emoción por la visita de aquel extraño. ¿De quién se trataba? Escuché que había escogido a Brianna entre todas ellas. La curiosidad me ganó y terminé escabuyéndome para ir a observar.

En el gran salón Delle, Brianna y aquel hombre conversaban tranquilamente. Por lo visto mi madrastra los recibió cuando salieron de las zonas de las habitaciones. No le daba mucha importancia a los hombres que visitaban el burdel, pero ese hombre me intrigaba. Era extraño que Delle dejara entrar a un cliente fuera de horario. No se parecía a los habituales: no era viejo, feo, ni mal vestido. Era atractivo, incluso intimidante. Con una mirada seria que helaba la sangre. Mi madrastra lo tratataba como a esos millonarios que reservaban el burdel los viernes. Debí haber obedecido y haberme ido a mi habitación, pero mi curiosidad fue más fuerte.

Ya había visto demasiado y lo mejor era regresar a mi habitación. Di la vuelta dispuesta a marcharme pero terminé chocando con uno de los enormes adornos y este cayó al suelo haciéndose añicos y llamando la atención de todos.

Hora de enfrentar las consecuencias de tus acciones, Bianka

Sentí los pasos de mi madrastra de inmediato.

Llegó hasta mí, con su largo vestido azul oscuro y, como siempre, sus manos entrelazadas al frente. Me observó de pies a cabeza y hizo una mueca de disgusto.

—Voy a ignorar que estás aquí, Bianka —me dijo, tomándome de mentón para escrutar mi rostro—. Estás limpia.

—Me di una ducha hace unos minutos, Delle.

Ella asintió y desvió la mirada hacia el cristal, donde Brianna y ese hombre, ya totalmente vestidos, salían de la habitación.

—A mi oficina —me ordenó—. Ahora.

Se dio la vuelta, y yo la seguí apresuradamente. La oficina de Delle quedaba en el segundo piso del burdel, y desde allí tenía visibilidad al área del bar, donde los hombres solían escoger a qué chica llevarse. Subimos las escaleras como si hubiera un incendio esperándonos en su oficina, y al entrar, aquel hombre ya estaba allí.

Me quedé de pie. Delle rodeó su escritorio y tomó asiento en su gran sillón, mientras él permanecía sentado frente a ella, de espaldas a mí. Solo podía reconocerlo por su espalda.

—Espero que haya disfrutado, señor Snow —le dijo mi madrastra.

Él tamborileó sus dedos en el reposabrazos del sillón antes de responder.

—¿Has pensado en mi propuesta? —le preguntó.

Su voz era gruesa y autoritaria, mandó escalofríos a mi columna vertebral. Me mantuve callada y de pie, mientras ellos sostenían lo que supuse era una reunión de negocios.

—Es una pieza importante aquí —le comentó Delle—. También es mi familia.

No sabía de qué hablaban, y la curiosidad por aquella conversación se despertó. Di un paso al frente, totalmente intrigada.

—Voy a cuidarla. No quiero una mujer, Delle —le explicó él—. Necesito una sirvienta.

Ella asintió, sacó unos documentos de la vieja gaveta del escritorio —que alguna vez fue de mi padre— y dirigió luego su mirada hacia mí.

—Bianka —me llamó y respondí con un asentimiento—. Irás a pasarte un tiempo con el señor Snow.

Me quedé inmóvil, mirándola fijamente, esperando que aclarara que aquello era una broma de mal gusto y que podía regresar a mi habitación donde debía haber estado todo el tiempo. Pero no. Delle me miraba con el semblante serio en espera de una respuesta por mi parte. Tragué saliva mientras mis manos comenzaban a temblar.

—¿Irme? —pregunté, presa del pánico.

La muy zorra asintió.

—Esta es mi casa. No voy a irme a ningún lado —dije, esta vez enfurecida—. No sé qué diablos se te ha metido en la cabeza, pero mi padre…

—Tu padre ya no está —me interrumpió—. Y este negocio recae sobre mis hombros. Estamos a punto de ir a la ruina, Bianka. Necesitamos el dinero que el señor Snow nos ofrece.

El susodicho permaneció en silencio jugueteando con los adornos del escritorio, mientras yo siento unas ganas enormes de matarlo a él, y de paso a mi madrastra.

—¿Me estás vendiendo a un completo desconocido? —pregunté, totalmente indignada.

Era el colmo. Mi padre le había entregado todo lo que teníamos, había confiado mi educación a una mujer que ahora me entregaba a otra persona por dinero. La rabia me invadió, aun así intenté mantenerme tranquila. Le tenía respeto a mi madrastra por todo lo que había hecho por mí.

—Bianka, es solo por un tiempo. Serás su empleada. Él firmará este contrato en el cual se compromete a cuidarte y a no tocarte ni un  pelo. Iré a visitarte cada vez que pueda.

—¡¿Pero te estás escuchando?! —grité, perdiendo el control.

Me sentía totalmente usada y sin importancia. Como un maldito objeto que podía pasar de una mano a otra. Sin valor, sin respeto, como papel que usas y luego desechas.

—Necesitamos ese dinero. Este es el patrimonio de tu padre; no puedo dejar que se destruya.

—¿Y para eso tienes que destruirme a mí? —le pregunté, con las lágrimas a punto de caer.

Delle se puso de pie, rodeó la mesa y se acercó a mi. Sus manos tomaron mi rostro y dejó un beso en mi frente.

—Eres como una hija para mí. Sería incapaz de hacerte daño, Bianka —una lágrima rodó por su mejilla—. Tienes veintiún años y sigues viviendo aquí. Te alimento, te visto y pago tus estudios, sin que eso se convierta en una molestia.

El corazón se me encogió al ver su rostro lleno de dolor. Era cierto: desde la muerte de mi padre, se había convertido en mi tutora, y aún después de cumplir los dieciocho, seguía cuidándome como si fuese una niña pequeña.

—Si no haces esto, terminaremos en la calle —me advirtió, con los ojos llorosos.

Miré al hombre desconocido que seguía de espaldas a nosotros, en absoluto silencio. Esperaba una respuesta; no le importaba nuestra conversación, solo cumplir su objetivo y marcharse.

—¿Sólo serán unos meses? —pregunté, dubitativa, y Delle asintió.

—Por supuesto. Luego regresarás y todo volverá a la normalidad.

Solté un suspiro. Se lo debía, por todo lo que había hecho por mí. Ella merecía que cumpliera con lo que me pidiera.

—¿Sólo seré su sirvienta? —insistí.

—Limpiarás, lavarás y cocinarás para él. Nada más, mi niña —me explicó—. Si te hace algo, yo misma lo mato.

Volví a suspirar. Miré a Delle y luego al hombre. Relajé los hombros y observé el reloj en la pared, que marcaba las siete. Ya era hora de abrir el burdel.

—Acepto —solté sin pensarlo—. Pero si esto sale mal…

—Iré por ti —me respondió.

El hombre se puso de pie y se giró hacia nosotras. Su mirada se encontró con la mía, tan intensa que aparté la vista de inmediato y bajé los ojos al suelo.

—Bien —dijo—. Firmé los papeles mientras debatían. Ahora podemos irnos.

Sin dejarme despedirme tomó mi mano y me hizo caminar con él por las escaleras hacia la parte baja del burdel. Las lágrimas cayeron por mis ojos mientras caminaba detrás suyo con la cabeza gacha. Escuché a Delle a lo lejos desearme buena suerte y decirme que pronto iría a visitarme. Mi cuerpo temblaba con pequeños espasmos y una sensación de soledad y miedo invadió mi cuerpo.

Al salir del burdel un auto nos esperaba, él hombre montó delante y yo en la parte trasera. Continué con mi cabeza baja mientras dejaba las lágrimas salir.  Era el momento de desahogarme, una vez allí, debía cumplir con sus órdenes para poder regresar pronto a casa. Mi padre me protegería desde donde quiera que se encontrase. No iba a ser tan malo, esperaba, solo debía hacer las tareas domésticas y con un poco de suerte en un mes estaba de regreso y le habría devuelto a Delle todo lo que había hecho por mí.

Tomé varias respiraciones mientras intentaba calmarme. Debía ser fuerte y enfrentarme a todo lo que estaba por venir. No importaba que me encontrase sola con alguien desconocido, tenía que ser capaz de sobrevivir a las adversidades. Papá me lo había dicho antes de morir.

"No importa que tan malo sea, sigue de pie y con la cabeza en alto"

Sequé mis lágrimas con el dorso de mis manos y levanté la cabeza. Miré por la ventanilla del coche y un espeso bosque nos rodeaba. Mis ojos fueron al espejo retrovisor y admiré el rostro de mi nuevo jefe —me niego a llamarlo dueño—, sus ojos azules estaban fijos en la carretera concentrados.

Pasó una hora cuando una enorme casa apareció en el camino. Era majestuosa, con un espeso jardín al frente. Habían varios hombres fuera con armas y vestidos totalmente de negro. No sabía quién era este hombre pero por lo visto, tenía dinero y era alguien importante.

Salió del coche, abrió mi puerta y me ayudó a bajar. Todos estaban vestidos de forma elegante, miré mi blusa ancha y falda holgada, sin hablar de mis bragas húmedas por el orgasmo de hace un rato. Estaba horrible y me sentí intimidada.

—Entremos —me ordenó él.

No respondí solo lo seguí por los escalones de la entrada. La puerta fue abierta por uno de esos hombres vestidos de negro y luego nos adentramos por un pasillo hasta un enorme salón con varios muebles. Me quedé quieta mientras el siguió su camino. Seguramente mi mente me estaba jugando una mala pasada y por todo el shock de venir hacía aquí estaba viendo visiones.

No sólo estaba allí el hombre desconocido. Estaba viendo seis hombres más en ese salón. Todas sus miradas estaban posadas en mi. Estrujé mis ojos totalmente asustada.

—¿Qué te has traído a casa, Austros? —preguntó uno de ellos con una sonrisa pícara.

El hombre que me llevó hasta allí y que se llamaba Austros me miró con el semblante serio.

—Hermanos, ella es Bianka White, nuestra nueva empleada —anunció y mi cuerpo se estremeció.

No iba a ser solo su sirvienta, sino también la de sus seis hermanos.

«Excelente, Bianka, como si tu vida no pudiese empeorar más»

Si 

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