Capítulo 3

Cuando puse un pie en la cocina las manos comenzaron a temblarme y me detuve en la puerta. El lugar estaba lleno de fragancias reconfortantes, pero para mí, también estaba cargada de expectativas y ansiedad. Fue entonces cuando Elais pasó por mi lado con una sonrisa cálida, se adentró en la cocina y luego se giró hacia mí. Sus ojos ambles reflejaban comprensión y empatía mientras me observaba.

—No te preocupes —me dijo—. En aquella libreta están anotadas todas las preferencias de mis hermanos, ya tendrás tiempo de leerlas, por ahora voy a echarte una mano con el desayuno.

Observé la pequeña libreta que descansaba encima de una enorme nevera y solté un suspiro de resignación. Tenía mucho que aprender.

—Gerión solo come dos huevos hervidos y tres tostadas con un vaso de café —comenzó a explicarme mientras se colocaba un delantal de color negro para proteger su ropa—. Austros suele tomar solo un vaso de leche y salir como alma que lleva el diablo, pero hoy dijo que iba a descansar, así que podemos prepararle unas tostadas y huevos como a Gerión. Deimos solo desayuna frutas, las cortas en pequeños trozos y las pones en una cacerola —mientras hablaba se acercó a la nevera, sacó cuatro huevos y un estuche enorme de leche—. Caelus, el ex militar solo toma café. Felis y Balios suelen comer cosas dulces, así que es bueno que tengas guardadas algunas tartas en la nevera y lo acompañan de jugos frutales y yo, suelo comer galletas con mantequilla de maní.

Sus ojos se posaron en mí al terminar de hablar e intenté esbozar una sonrisa, pero solo le mostré una mueca tonta. Estaba asustada, como iba a recordar esos detalles, aquello era solo el desayuno, aún quedaban el almuerzo y la cena. Sin hablar de sus habitaciones, la limpieza, iba a terminar agotada todos los días.

—Sé que es difícil —Elais leyó mis pensamientos—. Pero estoy seguro de que serás capaz y cuentas con mi ayuda Bianka.

—Haré mi mejor intento —le respondí y caminé hasta la enorme isla donde ya había colocado los huevos y la leche.

—Excelente —puso una mano en mi hombro—. Yo me encargo de Gerión y Austros. Corta las frutas para Deimos y saca dos pedazos de la tarta de manzana que hay en la nevera para Felis y Balios.

La presencia tranquila y alentadora de Elais me ayudó a calmarme. Sus consejos prácticos y palabras amigables me dieron un poco de confianza y juntos, logramos preparar una deliciosa y abundante comida para todos. A medida que el aroma tentador del desayuno inundaba la cocina comencé a sentirme más segura de mi papel como empleada de esta casa.

«Tal vez puedas lograrlo, Bianka.»

Cuando todo estuvo listo y servido en la isla de la cocina, Elais se marchó hacia el comedor y yo llené el carrito con toda ella. Caminé con pasos cortos mientras lo empujaba hacia el comedor donde ya todos los hermanos se encontraban sentados. Los siete pares de ojos a los que debía acostumbrarme en lo adelante, se posaron en mi. Tragué en seco sintiendo como mis pulsaciones se aceleraban. Detuve el carrito con el desayuno, ellos estaban sentados en silencio. Gerión encabezaba la mesa con una expresión seria y Elais me sonreía instándome a servir, Austros y Felis cuchicheaban por lo bajo.

—Puedes servir, Bianka —me ordenó Gerión y le di un asentimiento.

Con cuidado de no tropezar con mis propios pies me acerqué a cada uno y deposité sus platos al frente. Deimos me dio un asentimiento cuando observó su plato con frutas perfectamente cortadas. Una vez todo estuvo listo, comenzaron a comer en silencio. Me quedé de pie, en una esquina esperando alguna opinión de ellos sobre mi trabajo, pero solo comían sin expresión alguna. En el burdel solíamos platicar durante las comidas sobre cómo había ido el día de las chicas o Delle nos contaba algunas de sus aventuras con mi padre. Los hermanos Snow, por el contrario ni siquiera se miraban entre ellos mientras devoraban el desayuno.

El primero en ponerse de pie fue Balios, ninguno se percató de su acción o lo despidió, solo se puso de pie y desapareció por el pasillo que llevaba a la salida. Detrás salieron Austros y Felis, que volvieron a cuchichear entre ellos mientras caminaban. Cuando Caelus se levantó, el y Gerión se dieron una mirada que solo ellos entendieron y lugo él también se marchó. Solo quedaban Deimos, Elais y Gerión. Los dos primeros se pusieron de pie y me dieron un ligero asentimiento casi imperceptible.

Gerión terminó su desayuno y se recostó en su silla con la mirada fija en la mesa. Sus ojos estaban concentrados en el enorme adorno con frutas artificiales que descansaba en la mesa. Me hubiese gustado que pensaba, que tema hacía que su mente estuviese tan concentrada. Estuvo asi por lo menos diez minutos y luego se aclaró la garganta y se puso de pie.

—Gracias por el desayuno —me dijo—. Todos regresamos en la noche, debes tener la casa limpia y arreglada para entonces.

—Como ordene, señor —respondí.

—Tienes una visita esperándote en el jardín —me anunció.

Mis ojos se iluminaron al pensar que Delle seguro había ido a visitarme. Corrí hacia la salida tan rápido como pude. Los rayos del sol de la mañana calentaron mi pálida piel. El jardín de los señores estaba repleto de árboles gigantes y muchas flores. Pensé que una buena idea terminar mi trabajo pronto para poder recorrer la casa. Cuando finalmente llegué a la entrada, la decepción se dibujo en mi rostro. No era Delle, ni tampoco ninguna de las chicas del brudel. Era un hombre, cuyo rostro no había visto jamás en mi vida. Me acerqué con cautela.

—¿Bianka White? —me preguntó.

—Si —respondí en alerta—. ¿Usted quién es?

El señor rondaba los cincuenta y tantos años y me tendió su mano a modo de saludo con una sonrisa. No parecía alguien malvado.

—Soy Fred Whinst —se presentó—. Uno de los abogados de su padre.

¿Abogado?

La sorpresa me llegó enseguida. Hasta donde sabía mi padre solo tenía un abogado, el que se había reunido conmigo y con Delle para explicarnos los acuerdos del testamento de papá. Desconocía la existencia de cualquier otro.

—Perdone, señor Whinst —le dije con educación—. Pero mi padre solo tenía un abogado.

El señor me miró con preocupación. Luego me tomo por el hombro sin antes mirar haca todos lados y me adentro un poco más hacia el jardín.

—Señorita White —su voz sonaba angustiada—. Está usted en peligro.

Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo al escuchar sus palabras y me alejé de su agarre en mi hombro.

—Su padre dejó todo su dinero en sus manos —me explica.

¿Dinero? Mi padre solo tenía en su posesión el burdel que maneja Delle, no era un hombre adinerado, este hombre quiere gastarme alguna broma.

—¿Quién es usted? —le grito ya cansada de la situación—. No se que pretende pero no tengo dinero para darle, solo soy una empleada en este lugar.

El señor pasó una mano por su cabello desesperado por mi actitud.

—Bianka, no solo soy abogado de tu padre, también soy tu padrino, solo quiero ayudarte.

Era absurdo, no tenía a nadie más en mi vida aparte de mi madrastra, cuando mi padre murió fuimos las únicas en su entierro. Tampoco recordaba haber visto a aquel hombre.

—Márchese —le pedí alejándome.

—Voy a irme —me dijo—. Sé que es mucha información de repente, pero debes cuidarte, ella no es la persona que crees.

—¡Márchese por favor!

El hombre comenzó a caminar hacia la salida del jardín. Me quedé ahí observándolo hasta que salió por el inmenso portón de la entrada.

¿Quién era ese hombre y por qué me había advertido sobre Delle?

Una sensación extraña mezclada con angustia comenzó a afligirme. Mi padre no mantenía secretos conmigo, era imposible que tuviese otros negocios y me lo ocultase. En su testamento el abogado leyó muy claro como dejaba todo a manos de Delle y la orden estricta de mantenerme bajo su cuidado. Sacudí mi cabeza y decidí dejar a un lado lo que acababa de pasar. Tenía un día cargado por delante.

Entré a la enorme casa lista para iniciar con el día. Recogí la mesa y llevé todos los platos y vasos sucios a la cocina, los lave y me comí una de las manzanas que había en el frutero, no solía comer mucho en las mañanas. Una vez lavado todo, organicé las cosas en la cocina para que me fuese más fácil saber el lugar de cada una. Sacudí las estanterías de la vajilla y abri los enormes ventanales dejando entrar la cálida luz del sol.

Agarré un paño viejo y sacudí todos los muebles, mesas y lámparas de la casa. En ese sitio había polvo desde la primea generación de personas que vivieron, tuve que amarrar otro trapo que cubriese mi boa para evitar los estornudos. Una vez el polvo estuvo fuera, agarré un balde con agua y la regadora y limpie todo el primer piso. En el segundo las dos primeras habitaciones estaban completamente ordenadas y limpias, una de ellas era la de Deimos y por la decoración tan conservadora de la otra podría apostar a que le pertenecía a Gerión. De ahí en más, todas eran desastrosas: almohadones regados por el suelo, ropa tirada en cada rincón. Estos chicos no sabían la definición de orden.

Cuando terminé el trabajo la noche había caído, pero todo estaba perfectamente ordenado, limpio y la cena servida en el comedor. Me sentía totalmente exhausta y agotada. Mis manos estaban entumecidas y los ojos me pesaban. Me senté en el inmenso sillón del salón a esperar a los hermanos, pero era tanto el cansancio que mis ojos se cerraron.

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