El Abogado del DIABLO es una historia de romance oscuro ambientada en el mundo de la mafia. No hay fantasía, solo poder real, pactos sucios, alianzas de sangre y deseo prohibido. Aunque forma parte del universo de La Niñera del Diablo, puede leerse de forma completamente independiente. Roman Adler, conocido como El Diablo, es el mafioso más temido de la ciudad. Controla el crimen con la misma frialdad con la que cuida a su familia. Especialmente a su hija Sasha, que fue criada por Aylin Escalante, su actual esposa. Sasha ya no es una niña. Tiene 19 años y está dispuesta a todo por conseguir lo que quiere. Eros Escalante, hermano de Aylin y abogado personal de Roman, es el único hombre que siempre le importó. También es el único que no puede tocarla. Eros la vio crecer. La respetó. La evitó. Pero ahora, mientras se negocia una alianza con el clan rival, se ve obligado a casarse con Azucena Suárez, hija del jefe enemigo. Lo hace para proteger a Sasha, para alejarse... pero también para sobrevivir. Sasha, en cambio, no acepta rendirse. Lo persigue, lo acorrala, lo desafía. Lo quiere para ella, cueste lo que cueste. Entre amenazas, traiciones, secuestros y pactos sellados con fuego, Sasha y Eros se encuentran atrapados en un juego letal donde el deseo puede ser más peligroso que la muerte. Mafia. Romance oscuro. Lealtades rotas. Y un Diablo de verdad. En esta historia, amar al hombre equivocado no es solo un pecado... es una sentencia.
Leer másCapítulo 1 —Es solo Sasha
Narrador:
La tarde caía lenta sobre la mansión Adler, tiñendo los ventanales de un naranja perezoso. Eros estaba en el despacho de Roman, de pie frente al escritorio, hojeando unos papeles. Traje negro, camisa desabrochada en el cuello. El reloj pesado brillaba contra su muñeca, marcando cada segundo que, sin saberlo, lo acercaba al abismo. El crujido suave de una puerta abriéndose lo sacó de sus pensamientos. Alzó la mirada. Y el mundo se detuvo. Sasha Adler, quien ya no era la mocosa de trenzas peleando por atención. Era una maldita visión de pecado. Vestido corto, ajustado, rojo fuego. Cabello largo, cayéndole como una cascada de oro sobre los hombros. La daga tatuada en su brazo, como una advertencia silenciosa: no toques lo que no puedes controlar. Se apoyó contra el marco de la puerta con la misma facilidad con la que otros respiran, y sonrió. Una sonrisa lenta, insolente.
—¿Molesto? —preguntó, ladeando la cabeza.
Eros la miró. De arriba a abajo, descarado, hambriento. Se relamió sin siquiera notarlo, como un lobo oliendo carne fresca, antes de obligarse a apartar la mirada de golpe. El demonio que tenía adentro rugía por salir. Roman Adler, el Diablo, el esposo de su hermana, que lo había acogido y brindado su educación, lo decapitaría sin pestañear si llegaba a tocarla.
—Vete, Sasha, hazme ese favor —gruñó, forzando la mandíbula hasta que dolió.
Ella caminó despacio hacia él, cada paso un golpe seco contra el suelo, cada movimiento cargado de una intención peligrosa.
—¿Por qué? —preguntó con una inocencia que no engañaba a nadie —¿Porque todavía crees que soy una niña?
Se detuvo a un metro de distancia. Demasiado cerca, demasiado tarde. Eros bajó la mirada de nuevo. Sus piernas, sus curvas, su boca entreabierta. Sintió el impulso salvaje de atraparla, de empujarla contra el escritorio y borrar cada pu*to año que había pasado evitando lo que sentía.
Pero no, no podía, por ella, por Aylin, por Roman, por su jodida alma, si es que le quedaba una.
Respiró hondo y contó hasta tres.
—Porque lo eres —mintió, con la voz rasposa —Siempre lo serás.
Ella sonrió, despacio y maliciosamente.
—Mentiroso —susurró, inclinándose apenas hacia él.
Eros apretó los puños a los costados. Si la tocaba... si siquiera respiraba demasiado cerca de ella... estaba muerto. De verdad. Y no solo porque Roman lo matara, sino porque, si la tenía entre sus brazos, no iba a soltarla jamás. Pero Sasha no retrocedió, no lo dudó y dio un paso más, acortando la distancia hasta que el perfume de su piel se mezcló con el aire que él respiraba. Eros sintió su cercanía como un latigazo en la espalda, tenso como un animal acorralado que aún así no se mueve, no por miedo, sino por puro control salvaje.
Ella inclinó la cabeza hacia él, apenas, como si pudiera oír el latido furioso de su corazón. Sus ojos, inmensos, se clavaron en los de él, desafiándolo de frente, como solo una Adler podía hacerlo.
—¿Y si te demuestro que no soy una niña? —susurró, cada palabra un veneno dulce que se deslizó bajo su piel como brasas.
Eros no se apartó, ni tembló, ni cerró los ojos. La miró, fijo, desde esa distancia brutal que los separaba por un hilo invisible y por un infierno entero. La recorrió otra vez con la mirada, despacio, deteniéndose en su boca entreabierta, en el tatuaje que latía sobre su muñeca, en la curva imposible de sus caderas. Se humedeció los labios, sabiendo que si decía una palabra, si hacía un movimiento en falso, no habría fuerza humana o divina que pudiera detenerlo.
Así que no se movió. Sasha ladeó la cabeza y dejó que sus dedos rozaran apenas la tela de su camisa, a la altura del pecho, una caricia mínima, arrogante, peligrosa.
Eros dejó escapar el aire en una exhalación tensa, como si le arrancaran el alma a tirones.
—No empieces algo que no vas a saber terminar, Sasha —murmuró, la voz ronca, cargada de una amenaza que era, al mismo tiempo, un ruego desesperado.
Ella sonrió, una sonrisa lenta y oscura, de esas que destruyen imperios.
—¿Quién dijo que quiero terminarlo?
Eros no supo si la odiaba o la adoraba en ese instante. Probablemente las dos cosas al mismo tiempo. Apretó la mandíbula y cerró la mano en un puño, como único recurso para no atraparla contra él, para no besarla hasta borrar cualquier duda de su boca. Dio un paso hacia atrás, apenas uno. Lo justo para recuperar algo de distancia antes de que fuera demasiado tarde.
—Lárgate, Sasha —ordenó con una calma que no sentía. —Ahora.
Sasha lo miró, como evaluándolo, como midiendo si valía la pena apretar un poco más las cuerdas que ya tenía tensas. Pero al final, se dio media vuelta con una risa baja que parecía el eco de un pecado prometido, y se alejó balanceando las caderas como si supiera que él la estaba mirando. Y claro que la estaba mirando.
Cuando la puerta se cerró tras ella, Eros soltó el aire como si acabara de sobrevivir a una ejecución pública. Y supo, sin un rastro de duda, que esa guerra apenas había comenzado.
Ni bien la puerta se cerró, Eros dejó caer los papeles sobre el escritorio con un golpe seco. Se pasó una mano por el cabello, respirando hondo, pero el aire no le entraba en los pulmones. Cada célula de su cuerpo gritaba lo mismo: “Corre tras ella. Atrápala. Hazla tuya.”
Golpeó el borde del escritorio con el puño, un golpe sordo que le arrancó un gruñido de pura frustración.
—Mal*dita Sasha. —murmuró
Maldito él por no poder resistirse, maldito el mundo por haberla puesto tan cerca y, al mismo tiempo, tan jodidamente prohibida.
La puerta del despacho se abrió de golpe. Solo una persona entraba sin tocar: Roman Adler, el Diablo.
Roman cruzó el umbral con su caminar habitual, una mezcla de dueño del mundo y hombre al que nada podía sorprender. Llevaba la camisa remangada, el reloj marcando su autoridad como una extensión natural de su muñeca.
—¿Estuvo Sasha aquí? —preguntó, ladeando la cabeza, como quien comenta algo sin importancia.
Eros apenas relajó la postura, tragándose el veneno a fuerza de costumbre.
—Sí —respondió, encogiéndose de hombros como si no significara nada.
Roman sonrió con esa media sonrisa suya, la que siempre anunciaba problemas.
—Me crucé con ella, saliendo, iba bufando, ¿qué pasó? ¿te hizo enojar?
Eros negó, rápido, ligero.
—No. Es imposible. Esa niña no podría hacerme enojar —dijo, mintiendo con una facilidad que casi le dolió.
Roman soltó una carcajada breve.
—Después de tantos años, ya deberías saber lo insoportable que puede ser —comentó, divertido —Tiene talento para sacar de quicio a cualquiera. Incluso a ti que tienes una paciencia envidiable, seguro que la heredaste de tu hermana. —Eros sonrió también, una sonrisa tensa, apretada, mientras por dentro mascaba cada palabra como si fueran piedras. Porque no era la insolencia de Sasha lo que lo sacaba de quicio. Era su cuerpo, su mirada, su forma de desafiarlo sin miedo. Roman dejó un par de documentos sobre el escritorio, dándole una palmada amistosa en el hombro. —No te la tomes tan en serio, Eros. Es solo Sasha.
Eros asintió, tragándose las ganas de gritar. Porque eso era precisamente el problema. Era Sasha. Y no había nada sencillo en ella. Cuando Roman se retiró, Eros se quedó quieto, los puños cerrados, sintiendo cómo la sangre le martillaba las sienes.
Y supo, sin margen de error, que resistirse iba a ser la batalla más brutal que había librado en su vida.
Capítulo 116 —JulianNarrador:Sasha recibió el mensaje por la tarde, mientras hojeaba una revista sin prestarle verdadera atención. Sonrió apenas al leerlo. Marcelo había sido directo: “¿Querés ver otra película este sábado? Esta vez sin interrupciones raras. Prometo no dormirme”. Apretó los labios para contener una risa. Eros no dijo nada cuando Sasha le contó. La miró con esa expresión suya, mezcla de tolerancia forzada y celos mal disimulados, pero no puso objeciones. Tal vez porque sabía que, por más que gruñera, Sasha haría lo que se le antojara. O porque, en el fondo, también entendía que ese vínculo con Marcelo no era casual, pero sí necesario.La casa de los Suárez tenía el aire de siempre: grande, silenciosa, con aroma a limpieza y a cosas caras. Marcelo la esperaba en la sala de cine privada, ya con la película lista. Esta vez no era una comedia. Él había elegido algo más denso, más serio. Pero a los diez minutos de metraje, Sasha notó que no prestaba atención.—¿Qué te pa
Capítulo 115 —Quebrarse juntosNarrador: El sacerdote invitó a entrar a la capilla, dond ehabía sido depositado el ataud, antes de llevarlo a la tumba. El salón estaba tenuemente iluminado. No había flores excesivas, ni discursos grandilocuentes. Solo una caja sobria, cerrada, en el centro de la habitación, y algunos sillones dispuestos en semicírculo. El ambiente era silencioso, interrumpido solo por el crujir ocasional de una silla o el sonido apagado de alguna respiración entrecortada. Aylin estaba sentada junto a Roman, con las manos entrelazadas sobre el regazo. Su rostro era sereno, aunque los ojos enrojecidos hablaban por sí solos. Sasha la acompañaba en silencio, cerca, sin decir mucho. Sabía que a veces el consuelo no estaba en las palabras, sino en la presencia. Eros permanecía de pie, apoyado en una de las columnas, con la mirada fija en el ataúd. No se había movido en varios minutos. Parecía estar en otro lugar. O en otro tiempo. Dominic cruzó la sala con dos vasos de agu
Capítulo 114 —Ganar, no siempre es ganar.Narrador:Sasha cerró la puerta de su habitación con suavidad, como si el simple sonido de la madera pudiera traicionar los pensamientos que le revoloteaban en la cabeza. Caminó hasta el borde de la cama y se sentó lentamente, dejando el bolso a un lado. Sus dedos tamborileaban con nerviosismo sobre la tela de sus pantalones. Tenía el corazón dividido. Marcelo no le había pedido explícitamente que guardara silencio, pero lo había dicho con los ojos, con cada palabra cargada de miedo, de años escondiéndose en la sombra de su apellido. Le había confiado una parte de sí mismo que nadie conocía. Una parte vulnerable, peligrosa, condenada si caía en las manos equivocadas. Y Sasha… era una Adler. Había crecido entre verdades veladas, secretos estratégicos y movimientos que se jugaban como piezas de ajedrez. Sabía perfectamente el valor de la información. Lo que Marcelo le había revelado era, sin exagerar, un arma. Un arma letal contra los Suárez. Po
Capítulo 113 —Lo correctoNarrador:El beso terminó. El hombre se incorporó, murmuró algo que Sasha no alcanzó a leerle en los labios y se fue caminando con paso firme hacia la salida. Marcelo lo siguió con la mirada hasta que desapareció. Fue entonces cuando Sasha se puso de pie. Caminó con calma entre las mesas. Marcelo aún estaba sentado en su mesa, con los dedos tamborileando nerviosos sobre el vaso de whisky, cuando una figura se detuvo frente a él. Levantó la vista y casi se atragantó al reconocer a Sasha. Ella no esperó invitación. Se sentó con total naturalidad en la silla frente a él, cruzó las piernas con elegancia y apoyó los codos sobre la mesa, entrelazando los dedos como si estuviera a punto de iniciar una negociación.—Tranquilo —dijo con una media sonrisa, sin levantar la voz —Tu secreto está a salvo conmigo.Marcelo la miró fijamente, los ojos abiertos, como si no terminara de entender si lo que estaba ocurriendo era real. Se inclinó apenas hacia adelante, tenso, la v
Capitulo 112 —Redes...Narrador:Roman estaba en su despacho, de pie junto a la ventana, con un café en la mano. Su voz era baja, cargada de una seriedad inusual.—Mañana llegan los restos de tu abuela —dijo sin mirarlo —Finalmente, después de tantos trámites. Quiero que todo esté listo, como ella se lo merece.Eros asintió con la mandíbula tensa. Estaba a punto de responder cuando la puerta del despacho se abrió con brusquedad. Sasha entró hecha una furia, el celular apretado en la mano, los ojos encendidos.—¿Me estás jodiendo, Eros?Eros giró hacia ella, sorprendido por la irrupción.—¿Qué pasa, peque?—¡Esto pasa! —espetó, y le mostró el teléfono.En la pantalla se veía una foto perfectamente encuadrada: Eros en el cementerio, de perfil, serio, con Azucena abrazándolo y besándole la mejilla, como si fuera la escena más romántica del mundo. La leyenda debajo decía: “Acompañando al amor de mi vida en este doloroso momento. Siempre juntos. Siempre tuya.” Eros apretó los dientes.—Fu
Capítulo 111 —Mango con aceitunasNarrador:Los días pasaban, pero la euforia por el bebé que venía en camino no disminuía ni un poco. Al contrario, parecía crecer con cada amanecer. En la mansión, todo giraba alrededor de Aylin, como si llevar una nueva vida dentro la hubiera convertido en el centro gravitacional de la familia. Y ella, aunque a veces se sentía un poco abrumada, lo vivía con una mezcla de asombro y ternura. Fue una tarde, mientras estaban todos reunidos en el comedor, cuando llegaron los primeros signos de que las cosas no serían tan tranquilas. Aylin dejó el tenedor a un lado y miró a Roman con una expresión entre concentrada y desesperada.—Necesito algo urgente.Roman, que ya había aprendido a no entrar en pánico por frases así, le sostuvo la mirada.—Dime que necesitas, mi amor.—Helado de mango con aceitunas.Un segundo de silencio, luego dos. Dominic se atragantó con el agua, Eros dejó el tenedor suspendido en el aire y Sasha parpadeó varias veces.—¿Qué? —solt
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