Gerión me observaba con seriedad mientras yo sentía que los segundos eran horas. No sabía qué hacer, cómo mirarlo. Mi boca estaba seca mientras sentía mi piel estremecerse de pies a cabeza. Me sentía expuesta y vulnerable. Él se mantenía en silencio esperando alguna reacción de mi parte pero yo solo quería encogerme y ocultarme en cualquier rincón de la casa, o huir eso era lo mejor, escuchar todo lo que aquel hombre iba a decirme y largarme de ese lugar al que nunca debí haber entrado.
—¿Qué crees que haces, Bianka? —me preguntó con enojo.
No hablé. «¿Qué cojones iba a decirle?»
Estaba cansada de pedir disculpas, de cometer errores cada dos por 🕒, estaba dispuesta a dejarme llevar por la marea y que pasase lo que el destino tuviese planeado. Gerión paseó sus ojos por mi cuerpo desnudo y negó con la cabeza. Se levantó de su silla y comenzó a quitarse su camisa, luego me la ofreció.
—Cúbrete, por favor.
Asentí en temblores y agarré la prenda. La tela caliente cubrió mi cuerpo y me sen