CASADA A LA FUERZA CON EL MAFIOSO: Mis Hijos Nos Te Pertenec

CASADA A LA FUERZA CON EL MAFIOSO: Mis Hijos Nos Te PertenecES

Romance
Última actualización: 2025-08-15
Aragones  Recién actualizado
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Resumen
Índice

Ginevra solo quería ser madre. Un acuerdo anónimo, un donante desconocido y la promesa de una nueva vida. Pero lo que parecía un sueño se convierte en pesadilla cuando es secuestrada por Valentino Salvatore, un hombre poderoso, cruel y decidido a quedarse con lo que considera suyo: el hijo que lleva en el vientre. Encerrada en un mundo de lujos envenenados, silencios peligrosos y miradas que queman, Ginevra luchará por su libertad, por su bebé… y por no caer en la oscuridad que Valentino lleva dentro. Porque el verdadero peligro no es solo perder su libertad, sino también su corazón.

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Capítulo 1

1: Elegida sin saberlo.

[Valentino]

Palermo, Italia – Lunes 21

La luz tenue del almacén apenas iluminaba el rostro ensangrentado del hombre atado a la silla frente a mí. Me ajusté los puños de la camisa, irritado. El bastardo llevaba más de cuarenta minutos sin decir una maldita palabra, y mi paciencia tiene límites.

—Habla rápido o te corto la lengua —gruñí, inclinándome hasta quedar a un suspiro de su cara—. ¿Dónde carajo está el dinero?

La sangre goteaba. El hedor era insoportable. Me separé de él, molesto, y cerré los ojos para respirar profundo. Entonces, mi mente voló. Ya no me encontraba aquí...

Estaba en Boston.

Con ella.

Ginevra Callahan.

La primera vez que la vi fue hace tres meses, cuando salía del hospital. Yo iba a visitar a un contacto médico —uno de tantos—, y la vi. Alta, piel dorada, ojos oscuros. Esa forma de caminar que no se aprende, se nace con ella. Serena. Firme. Intocable.

No sé qué me impulsó a seguirla ese día. Quizás el instinto. Quizás porque sentí que ella era mía, aunque aún no me conociera.

La vi entrar a una clínica de fertilidad, y ahí empezó todo.

Investigué. No porque dudara, sino porque necesitaba confirmar lo que ya intuía. Y lo que encontré me dejó con una mezcla de furia y deseo.

Tenía pareja. Un idiota con cara de santo, nombre blando, modales correctos. Ethan. Un jodido inútil.

Y estéril.

No podía darle hijos. Lo supe con certeza al segundo día de tener a mis hombres investigándolos. Su historial médico estaba limpio, pero yo llego a donde otros no. Había informes. Tratamientos fallidos. En definitiva, él no era un verdadero hombre para ella.

Ginevra quería un hijo. Lo quería tanto que decidió hacerlo de esa manera. Pero pensar que daría a luz al hijo de alguien más me ponía de mal genio. Entró a esa clínica para una inseminación artificial.

Eso me volvió loco.

Porque si alguien iba a darle un hijo, iba a ser yo.

No él. No un donante anónimo. Yo.

Y lo hice. Con la frialdad que aprendí desde que tengo memoria, hice un par de llamadas. Hablé con las personas adecuadas. Dinero, amenazas, favores. Lo que fuera. Me aseguré de que mi muestra fuera la que usaran con ella.

Nadie me dijo que no. Nadie se atreve a contradecirme.

Ella nunca lo sabrá.

Hasta que sea demasiado tarde.

—Jefe... —la voz de uno de mis hombres me sacó del pensamiento—. ¿Y este? ¿Lo dejamos vivo?

Lo miré. El imbécil seguía respirando, pero no por mucho.

—Empieza por los dedos de las manos —ordené mientras me ajustaba el anillo familiar—. Confesará antes de llegar a los pies.

Le di una última mirada al bastardo y me dirigí a la puerta para retirarme.

Tengo un vuelo que tomar.

Tengo que verla otra vez.

Y pronto, muy pronto... va a ser solo mía.

...

Encendí otro cigarrillo mientras uno de mis hombres cerraba la puerta del jet privado. Estaba acostumbrado a tener el control. A decidir. A ser el primero en todo.

Llamé a Santos y le di un par de órdenes rápidas: rastreo, vigilancia, contacto silencioso.

No iba a asustarla. Todavía no.

Primero quería verla. Observarla. Necesitaba que todo fuese justo como lo había planeado.

---

[Ginevra]

Boston – Sábado 26

El hospital estaba más silencioso de lo normal. Después de doce horas en cirugía, mi cuerpo gritaba por descanso. Solo quería un café.

Me dirigí a la máquina del pasillo, pero un cartel rojo brillaba: “FUERA DE SERVICIO”.

—Perfecto —murmuré.

Giré para salir. El aire de la noche me golpeó en la cara, frío, refrescante. Entonces escuché una voz familiar.

—¿Apuesto a que vas por un café?

Me volteé lentamente para verlo.

Ethan. Mi novio. Sonrisa torcida, chaqueta oscura, ojos azules que siempre sabían calmarme. Corrí hacia él y lo abracé.

Ethan se separó de mí, me sonrió... y se arrodilló.

—Todos estos años contigo no son suficientes. Te quiero en mi vida todos los días, para siempre.

Sacó una pequeña caja azul y la abrió. El anillo brillaba como sus ojos.

—¿Te casarías conmigo?

Asentí con la cabeza y él puso el anillo en mi dedo.

—Te amo —le dije, conteniendo la emoción que me golpeaba dentro. Ethan era el hombre perfecto. Maravilloso, complaciente, amoroso. Él era todo lo que estaba bien.

—También te amo. Quiero que seamos una familia —me dijo, acariciando mi vientre plano.

Un motor rugió cerca. Una camioneta negra sin placas se detuvo bruscamente a nuestro lado. Las puertas se abrieron. Hombres encapuchados, armados. Me agarraron por el brazo. Ethan intentó pelear, pero lo golpearon con fuerza.

—¡Déjenla, hijos de puta! —rugió.

—¿¡Quiénes son ustedes?! —grité, jadeando, asustada.

Me arrastraron hasta la camioneta. Ethan seguía luchando, y entonces… escuché el disparo.

¡PUM!

El grito de Ethan me dejó sin aliento y mi corazón se detuvo.

—¡ETHAN!

Me lanzaron dentro. Me levanté para correr, para saltar, pero uno de ellos me apuntó con un arma. Me congelé.

El último en subir se acercó. Olía a cigarro, a violencia. Llevaba una capucha negra que ocultaba su rostro, pero cuando se detuvo frente a mí, se la quitó con un movimiento despreocupado.

Mi respiración se trabó.

Era hermoso. De una belleza peligrosa, salvaje. Su cabello oscuro caía en ondas desordenadas y sus ojos… sus ojos eran de un dorado imposible, como ámbar fundido.

Un escalofrío me recorrió. Mi cuerpo, traidor, respondió a su cercanía con una sacudida de atracción irracional, como si algo en él me llamara de una manera que no entendía. Pero el miedo seguía ahí, apretándome el pecho, más fuerte que nunca.

—Bienvenida —susurró el desconocido, con un acento extranjero que erizó mi piel.

La puerta se cerró de golpe y el vehículo arrancó.

...

Me desperté desorientada.

La cabeza me latía. Los párpados pesaban. Y ese olor… desinfectante. Medicamento.

¿Un hospital? ¿Dónde carajo estaba?

Quise sentarme, pero el cuerpo no respondió. Solo entonces noté que no estaba sola.

Una figura estaba en la esquina, de pie, inmóvil, envuelta en las sombras.

—¿Quién… quién está ahí?

Se acercó lentamente, saliendo de la penumbra. Alto. Elegante. Traje oscuro impecable. El corazón me dio un vuelco, latiendo con una fuerza dolorosa en el pecho. Era como si mi cuerpo reconociera el peligro antes que mi mente.

Lo miré con más atención. Era el mismo hombre de ojos dorados. Su rostro era tan hermoso que dolía mirarlo, como si fuera una obra de arte creada para tentar y destruir al mismo tiempo. Y aun así, todo en él gritaba peligro. Muerte.

—Hola, Ginevra —me saludó con una ligera sonrisa. Su voz era ronca, profunda, tan jodidamente sensual.

—¿Dónde estoy? ¿Qué pasó? —pregunté, con la voz rota.

—Boston, aún. Pero ya no estarás aquí mucho tiempo —me dijo. Y entonces, las lágrimas comenzaron a resbalar por mis mejillas.

Retrocedí en la cama, inútilmente, como si pudiera alejarme de él con un simple movimiento.

—¿Dónde está Ethan? —supliqué, el pánico apretándome el pecho. Me había olvidado por completo de Ethan. ¿Qué carajo me pasaba?

Silencio.

—¿¡Dónde está!?

El hombre ladeó la cabeza, como si evaluara cuánto valía la pena responderme.

—Lo importante ahora es que estás bien. Y que el bebé también lo está —dijo, con esa voz ronca y segura que parecía envolverlo todo.

Me bajé tambaleante de la camilla y me acerqué a él.

—¿Quién eres? —pregunté, temblando.

—Valentino —respondió, acercándose un paso más—. Valentino Salvatore.

Ese nombre… Algo en mi mente gritó que ya lo había escuchado antes, pero el miedo me nublaba.

—Por favor, déjame ir —le supliqué, aunque supe, incluso antes de decirlo, que sería inútil.

Su sonrisa fue lenta, cruel. No le llegó a los ojos.

Valentino se acercó más, su mano acarició con delicadeza mi mejilla y todo mi cuerpo se erizó.

Empujé su mano, asustada por lo que había sentido, y me alejé de él.

—Lo siento, pero no puedo dejarte ir. Tú… tienes algo que me pertenece —dijo con calma.

Negué con la cabeza. Yo jamás le había robado nada a nadie. Tal vez estaba equivocado.

—Estás equivocado. No soy la persona que buscas —dije, intentando mantenerme firme.

Él dio otro paso hacia mí. Cada vez más cerca. Más insoportablemente presente.

—Sí, lo eres. Tú llevas a mi hijo en el vientre, Ginevra. Y he venido a buscarlo.

Sentí como si me hubieran arrojado un balde de agua helada. La sangre dejó de correr por mis venas. El horror me paralizó.

Ahora recordaba de dónde conocía ese nombre.

Valentino Salvatore era el donante.

Hace un par de días, el hospital me había notificado de un error en el procedimiento, enviándome su información. Me prometieron que hablaríamos directamente en el hospital para llegar a un acuerdo… pero jamás imaginé que acabaría secuestrada por él.

—También es mi hijo, y me pertenece —le dije.

Me forcé a mirarlo con desprecio, a fruncir el ceño, a mostrarle que lo odiaba… aunque por dentro, una parte irracional de mí temblaba ante su sola presencia.

---

[Valentino]

La observé como un lobo hambriento que encuentra una presa que no piensa soltar. No era amor lo que sentía. Ni siquiera simpatía. Era posesión. Fascinación animal. Había visto mujeres hermosas antes. Docenas. Pero ninguna como ella. Ninguna me miraba con esa mezcla de terror y desafío. Ninguna me alteraba así.

Maldita sea, hasta el olor a hospital me parecía excitante si venía de ella.

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1: Elegida sin saberlo.
2: No soy tu prisionera.
3: una llamada desesperada.
4: Entre demonios.
5: Matrimonio infeliz.
6: Celos bajo la piel.
7: entre el odio y el deseo
8: Nada es lo que parece.
9: Huida desesperada.
10: La sombra de Valentino.
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