[Ginevra]
Traté de ignorar a Valentino el resto del día, pero era casi imposible. Ese hombre tiene una presencia que se mete bajo la piel, como una quemadura lenta que arde por dentro. Es el tipo de vibra que te envuelve sin permiso, y aunque odies mirarlo… terminas haciéndolo. —Deberías vestirte. Partimos en breve —me dijo con su tono frío y autoritario. Lo fulminé con la mirada. ¿Es que no le bastaba con haber arruinado mi mañana con esa boda ridícula? ¿Ahora también tenía planes para la tarde? —No tengo ropa y no me interesa acompañarte a ningún lado. Así que por favor, déjame en paz… y jódete —espeté, molesta, acomodándome en la cama sin mirarlo. —Tu ropa está en el clóset. Así que cámbiate… o te arrastraré conmigo con ese vestido horrendo —contestó sin inmutarse. Miré hacia abajo con asco. El vestido blanco que aún llevaba puesto parecía una mala broma. ¿En serio alguien pensó que eso era adecuado para una boda? Era ofensivo incluso para la tela. —Ya te dije que no voy a ir. Valentino dejó los documentos que estaba leyendo y se puso de pie. Su sola presencia llenó la habitación. Me bajé de la cama de inmediato y corrí al clóset, con el corazón acelerado. Al abrir la puerta, me quedé sin palabras. Aquello no era un clóset, era una habitación entera, vestida de diseñador. Caminé lentamente, observando los trajes que seguramente costaban más que una casa. En un rincón, para mi sorpresa, vi algo familiar. ¿Era mi ropa? Me acerqué incrédula y, sí, ahí estaba. Mi ropa, doblada y ordenada. ¿Cuándo demonios había traído eso aquí? —Date prisa, Ginevra. No tenemos tiempo —gruñó desde la habitación. Me giré, salí del clóset y lo miré directo a los ojos. —¿Mataste a Ethan? —pregunté con la voz temblorosa. Necesitaba saberlo, aunque temía la respuesta. Valentino frunció el ceño. —Si vuelves a mencionar su nombre, te juro que lo haré —dijo con veneno en la voz—. Ahora cámbiate, que me estás haciendo cabrear. Asentí en silencio y regresé al clóset. Me vestí rápidamente, sintiendo que el corazón me golpeaba las costillas. Necesitaba escuchar a Ethan. Saber si estaba vivo. Estaba atrapada, y él era mi única conexión con la libertad. —¿Ya estás lista? —gritó desde afuera. Dios, cómo lo detestaba. Pero respiré hondo y salí. Valentino me escaneó de arriba abajo, y mis piernas temblaron al notar cómo me miraba. —¿Qué? —le pregunté. —Te ves linda —murmuró. Y mi estúpido corazón latió con fuerza. Lo odiaba. Lo odiaba tanto… pero ese maldito sabía cómo sacudirme con una sola mirada. —Pues tú no —respondí, evitando mirarlo demasiado. Tenía esa maldita mezcla de masculinidad cruda y belleza que resultaba absurda. Era ofensivamente atractivo. —Camina antes de que te dé un golpe en la cabeza —gruñó. Pasé a su lado sin mirarlo y salí de la habitación. En el pasillo nos esperaba uno de sus hombres. Bajamos juntos en silencio, y allí, en la planta baja, Santos nos recibió con cara de pocos amigos. —Los hombres están listos —informó. Me giré hacia Valentino, confundida. —¿Hombres? Pensé que íbamos a ver a tu familia —dije con cautela. Con él nunca se sabía, y algo me decía que debía prepararme para cualquier cosa. —Eso es lo que haremos —respondió, acercándose hasta tenerme justo frente a él. Me tomó del mentón y alzó mi rostro para que lo mirara—. Digamos que no soy muy amado por algunos miembros de mi familia. Así que es mejor estar protegidos. Pero no te preocupes… no creo que nos hagan nada. Al menos no hoy. Sus palabras no me tranquilizaron. Todo lo contrario. ¿Qué clase de familia era esta? —¿Y si mejor me quedo aquí? Te juro que no haré nada. Solo quiero que este maldito día termine —sugerí, agotada. —No. Camina, que ya me estás haciendo perder la paciencia. Y créeme… no quieres verme enfadado. Su tono era una amenaza, y lo sabía. Lo miré con desprecio antes de salir hacia el jardín, donde nos esperaba el coche. Me subí sin decir una palabra, y todo el camino fui pegada a la ventanilla, observando las calles pasar, deseando estar en cualquier otro lugar. Llegamos a otra mansión enorme, incluso más imponente que la anterior. Si fuera una mujer interesada, habría saltado de emoción. Pero no. Estaba aquí en contra de mi voluntad, al lado de un hombre que odiaba, y por el que, para colmo, sentía una atracción que no podía controlar. —Bajemos. Y no hables con nadie, a menos que yo lo autorice —me advirtió. Salí sin siquiera voltearlo a ver. Caminamos hacia la entrada y, al cruzarla, lo primero que noté fue la presencia de varios hombres armados. Todos hicieron una leve reverencia a Valentino. Caminamos hasta el comedor y, al entrar, no pude evitar abrir ligeramente la boca. Una mesa enorme dominaba la sala, tan larga que parecía no tener fin. Algunos se levantaron al vernos. Otros no. Dos hombres mayores ocupaban los lugares centrales: uno era el padre de Valentino; el otro, aún más viejo, me pareció incluso más temible. Valentino me tomó de la mano y me llevó hasta el asiento junto a la cabecera. Me hizo sentar, y él se colocó a mi lado. Todos los ojos estaban sobre mí. Me sentí fuera de lugar, pequeña, desprotegida. —Felicidades por tu boda, primo. Ahora tendremos una guerra con los Rossetti por una estupidez —dijo uno de los hombres. No se parecía en nada a Valentino. Lo miré de reojo. —Cállate, Leandro. A nadie le importa tu opinión —espetó Valentino. El silencio cayó pesado sobre la mesa. Solo se escuchó a alguien carraspear. Sentí el juicio en cada mirada. Comprendí por qué había traído protección. Si no puedes confiar en tu familia, entonces no puedes confiar en nadie. La cena fue incómoda. Las presentaciones, aún peor. Me observaban como si fuera un error que había que corregir. Nadie me quería allí. —¿Puedo retirarme ya? —pregunté en voz baja. —Ya te alcanzo —respondió Valentino. Asentí y salí hacia el jardín. Caminaba hacia el coche cuando Leandro se cruzó en mi camino. —No eres el tipo de mujer que le gusta a Valentino —soltó con burla. Lo miré de arriba abajo. —¿Y tú qué sabes? —Sé que le gustan las rubias de piernas largas. Tú eres… diferente. ¿Es cierto que estás embarazada? Asentí. Él soltó una risa irónica. —Vaya, hiciste lo que muchas han querido durante años: atrapar a Valentino. Me incomodó su tono, así que intenté irme. Pero él me agarró del brazo, atrayéndome hacia sí. —Eres hermosa. Y en tus ojos se nota que no estás feliz con él. Me solté de un tirón y lo miré con frialdad. —No vuelvas a tocarme. Se puso serio y dio un paso atrás justo cuando escuchamos pasos. —¿Pasa algo? Era Valentino. —Nada. Solo nos despedíamos —mentí. Leandro sonrió y se alejó. Me giré para seguir hacia el coche, pero Valentino me tomó con fuerza del brazo y me obligó a mirarlo. —Ten cuidado con lo que haces. Si me fallas… te juro que haré que supliques por la muerte. Me quedé congelada. Las lágrimas brotaron sin permiso. Estaba cansada. Cansada de sus amenazas, de su humor cambiante, de esta prisión disfrazada de lujo. Me solté de su agarre, limpiando las lágrimas con rabia. —No vuelvas a tocarme. Me das asco —le escupí. Di media vuelta y corrí hacia el coche, con un solo pensamiento en la cabeza: Dios, por favor, que este día tan horrible termine pronto.