4: Entre demonios.

[Ginevra]

El viaje a Sicilia fue un silencio tenso, sofocante. Miré a Valentino un par de veces, sin poder comprender lo que estaba haciendo. Era una completa locura. Con todo lo que había visto de él, no necesitaba mi consentimiento para quedarse con el pequeño… perfectamente podría haberme arrebatado al bebé y lanzado mi cuerpo al mar. Así que tenía que haber otra razón detrás de este maldito secuestro.

El coche que nos transportaba se detuvo frente a otra mansión descomunal. Dios… definitivamente, esta gente nadaba en dinero.

—Salgamos —me pidió con voz firme.

Salí del coche y cerré la puerta con un golpe seco, como si así pudiera descargar la rabia acumulada. Por primera vez en días, me vi reflejada en un espejo.

Aún llevaba el uniforme azul. Aunque me había dado un par de baños desde que me habían secuestrado, a ninguno de ellos les pareció importante traerme ropa. Como si no fuera más que una pieza más en su juego sucio.

Valentino se acercó a mí y me agarró del brazo, jalándome hacia él.

—Ahora eres mi mujer, la madre de mi hijo, y te comportaras como tal—me dijo, sin inmutarse.

Lo miré directo a los ojos y negué con la cabeza, con firmeza.

—No soy tu nada, y no me compraré como si lo fuese, tu eres un secuestrador y te trataré como tal—le respondí con el poco valor que me quedaba.

—¿sabes lo que le pasa a las personas que quieren llevarme la contraria? Los asesino, pero tú caso es diferente, así que asesinare a quien más quieres—me dijo, sin ningún tipo de emoción.

Me tragué un sollozo y asentí. No me dejó opción.

—Camina —ordenó.

Respiré profundo y obedecí, caminando lentamente hacia la puerta de entrada. Sentía los pies entumecidos, y el estómago hecho nudo.

En el lobby nos esperaba una mujer de cabello corto, pequeña, de ojos marrones penetrantes. Al verme, enarcó una ceja con gesto inquisitivo.

—Hola, madre —saludó Valentino.

Ella caminó hacia nosotros con cautela, sin mirar a su hijo. Me miró a mí. Directo. Como si ya supiera todo. Y mi corazón empezó a temblar con miedo.

—¿Tú eres? —me preguntó. Su voz era dulce, pero firme.

Volteé a ver a Valentino, luego a ella.

—Soy Ginevra… un gusto —le dije y le tendí la mano, pero ella no la aceptó. Solo me miró, como cuando un halcón observa a un ratón.

—¿Y eres…?

Tragué en seco. Yo era malísima para mentir. Por eso mentía muy poco. Pero ahora estaba una vida de por medio, así que debía sonar convincente.

—Soy la mujer de su hijo —le dije, conteniendo el llanto con todas mis fuerzas.

Ella se giró hacia él, y su mirada era puro desconcierto.

—¿Mujer? ¿Desde cuándo? —preguntó, incrédula.

—Hace un par de meses, madre. La he traído para que la conozcan, ya que me casare con ella pronto —contestó él, con una seguridad que me dio náuseas.

Valentino apretó más mi brazo con fuerza. Yo asentí y forcé una sonrisa.

—¿Tu padre ya lo sabe?—le preguntó.

—¿Desde cuándo debo darle explicaciones a mi padre de lo que hago en mi vida privada?— le preguntó.

La mujer lo miro con el ceño fruncido y solo asintió.

Valentino me atrajo un poco más hacia él. Yo lo miré, y él estaba sonriendo.

No podía entender como disfrutaba del sufrimiento ajeno. ¿Que clase de monstruo era?

—¿Que pasa con los Rossetti? Pensé que te gustaba la chica— preguntó.

Valentino sonrió más ampliamente y luego negó con la cabeza.

—Ella no es nadie en mi vida, solo una compañera de cama.

Yo abrí la boca y quise darle una bofetada. ¿Cómo podía hablar tan despectivamente de una mujer? ¡Y frente a mi! Se supone que soy su mujer y nos vamos a casar.

—Los Rossetti no piensan lo mismo.

—Me importa muy poco lo que ellos piensen. Yo amo a esta mujer, y pronto tendremos un hijo—respondió Valentino, con una sonrisa idiota dibujada en el rostro.

No podía creer que el infeliz realmente parecía feliz.

—¿Eso es cierto? —me preguntó su madre sorprendida.

Volteé inmediatamente y la miré. Ella apartó la mano de su hijo de mi brazo y se acercó un poco más.

—Dime la verdad —me pidió.

Abrí la boca. Las palabras querían salir, quería escupirlo todo, contarle lo que de verdad estaba ocurriendo, pero no podía poner en peligro a Ethan.

—Es verdad. Yo estoy embarazada, y también amo a su hijo—le respondí. Y esas últimas palabras… me supieron tan amargas que sentí náuseas.

Ella me miró de arriba abajo.

—¿De verdad lo amas? ¿Desde cuándo están juntos?—me preguntó con suspicacia.

Tragué en seco. Esa mujer era demasiado perspicaz.

—Eh... Estamos juntos desde hace un par de meses, y recientemente nos enteramos de mi embarazo. Le aseguro que somos muy felices —le dije, improvisando.

— Ve y llévala arriba y comprale algo de ropa. Dudo mucho que ella quiera seguir con ese uniforme sucio— Le dijo. Yo mire a Valentino de inmediato y el solo sonreía, como si todo esto que estuviese pasando fuese un juego.

—¿A qué hora llega mi padre? Necesito discutir con al algunas cosas.

—Estara aquí pronto— le respondió.

Valentino me agarró otra vez del brazo y me arrastró escaleras arriba hasta una habitación. Cuando estuvimos dentro yo lo mire a los ojos.

—No te interesa el bebé, ¿verdad? —le pregunté.

—Claro que me interesa. Él será el próximo heredero de esta familia y es mi hijo —me respondió, como si hablara de un trofeo.

—Eres despreciable —le solté.

Él se acercó a mí y yo retrocedí, con el corazón acelerado.

—Y eso que aún no me conoces bien —dijo con una sonrisa torcida.

Esa frase sonó como una amenaza.

—Aléjate de mí —le exigí.

—Eso es un poco difícil en este momento —me dijo mientras se acercaba mucho más a mí.

Un bullicio rompió el momento. Valentino se giró y salió de la habitación a toda prisa. Me quedé allí por un momento y entonces corrí tras él, con el pecho apretado por la tensión.

Abajo, en el lobby, había ahora un hombre malherido, de rodillas, suplicándole a la madre de Valentino. La escena era irreal.

Valentino se acercó y se detuvo al lado de su madre, él miraba al hombre con desprecio y entonces lo pateó con fuerza, dejándolo tirado en el suelo. Yo bajé los escalones lentamente, sintiendo que algo terrible iba a suceder.

Entonces entró otro hombre y me miró. Tenía los mismos ojos dorados que Valentino.

Valentino se giró a verme. Ellos parecian dos demonios, sedientos de sangre.

El hombre malherido empezó a arrastrarse por el suelo, intentando huir de ellos. Pero Valentino no se lo permitió. Aplastó su cabeza con su zapato, como si fuera un insecto.

Entonces hizo un sonido extraño, como un silbido, y tres enormes dóberman aparecieron de la nada. Se lanzaron sobre el hombre, arrancándole pedazos de piel entre gruñidos salvajes. El hombre gritaba de dolor, y ellos solo miraban. Fríos. Inhumanos.

Yo bajé corriendo las escaleras y me lancé sobre el cuerpo del hombre, intentando protegerlo. Uno de los perros me mordió el brazo y grité de dolor.

—¡Basta! —rugió Valentino y los monstruos se detuvieron.

Valentino me cargó en brazos y salió corriendo conmigo, no sé a dónde, y no me importaba. Escondí mi rostro en su cuello y empecé a llorar.

No por el dolor físico.

Lloraba por lo que acababa de presenciar, y por el infierno que estaba por venir.

—te odio tanto — le dije entre jadeos. Valentino no me contestó nada, simplemente siguió corriendo conmigo en brazos.

_____

[Valentino]

No entendía por qué me dolía tanto su desprecio. La quería cerca. Quería que me mirara sin odio. Que me rogara que no la dejara. Pero ella siempre hacia todo lo contrario y eso, me hacía desearla mucho más.

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