[Valentino]
William suturó la mordida de su brazo mientras ella no dejaba de llorar, hecha un ovillo en la camilla. —Ya no puedo más —me dijo. Respiré hondo. Odiaba tratar con los sentimientos ajenos. Me molestaba cuando lloraban, cuando rogaban. Me jodía la cabeza. Pero verla así me hacía sentir otras cosas. Yo... estaba preocupado por ella. —Deja de llorar —le pedí con calma. Pero hizo todo lo contrario: rompió a llorar más fuerte. William me miró mientras se quitaba los guantes. —Creo que está en shock —dijo. Respiré profundo y solo asentí con la cabeza. —¿Puedes dejarnos solos? —le pedí a William. Asintió y salió de la enfermería. —Deja de llorar o te daré motivos para hacerlo —le advertí. Ella se quedó en silencio, se sentó en la camilla y me miró. Sus ojos asustados me desafiaban, y eso me encantaba. —¿Y si no lo hago, qué? —me desafió. Respiré profundo. Me estaba llevando al límite. Me acerqué y tomé su mandíbula con suavidad para que me mirara a los ojos. Podía sentirla temblar bajo mi toque. —Llevaré a mis perros a pasear por la casa de tus padres —dije. Ella soltó una risa que era mitad burla, mitad sollozo. —Ni siquiera los conoces. No me amenaces —me dijo. Me reí. Después de todo lo que había visto, todavía me subestimaba. —¿De verdad lo crees? No me pongas a prueba, Ginevra. O tus padres, tus hermanas y ese sobrinito tuyo van a terminar siendo la cena de mis perros. Cálmate y cuida tus palabras. Ella asintió, apartó mi mano y volvió a encogerse sobre la camilla. —Lo siento, pero tú siempre me provocas —le dije. —Te odio —me dijo, lloriqueando. —No me importa. Ahora deja de llorar. Pero ella negó con la cabeza. Respiré profundo y me di la vuelta para salir. La puerta se abrió de golpe y entró mi padre. No me miró. Fue directo hacia ella. Yo me interpuse en su camino y lo miré directo a los ojos. Mi padre con esa mirada tan intensa y tan igual a la mía, me transmitía todo lo que sentía y eso me hizo sonreír un poco. —Necesito hablar contigo, vamos a la oficina. mi padre miró sobre mi hombro a la camilla dónde Ginevra estaba medio llorando. —¿Quien es ella?— me preguntó en tono frío. Yo le sonreí y me hice a un lado para que el pasará. — Es mi mujer—le dije. Mi padre caminó hacia ella. La miró y luego me observó. —¿Es verdad que está embarazada?—preguntó. Asentí. Mi padre la observo por un largo rato y después me miró a mi. —¿de dónde la sacaste? jamás la había visto — me dijo. —Es mi mujer y con eso es suficiente. no necesitas saber mas— le dije en tono frío. y entonces me miró, tratando de averiguar algo. Hasta que ella apareció mis ganas de ser padre eran nulas. Pero Ginevra tenía algo que me volvía loco. Y la idea de tener un hijo con ella no me resultaba para nada desagradable. Mi padre volvió a mirar a Ginevra, que se veía aún más pequeña y vulnerable. —Está muerta de miedo. así que dudo mucho que esté aquí por su voluntad. Yo mire a Ginevra. —¿Es por los perros, verdad, cariño?— le pregunté. Ginevra alzó la vista y asintió. Pero su expresión decía otra cosa. —Ella no hace parte de este mundo.—me dijo. Me reí. —mi madre tampoco, y siempre ha estado a tu lado. ¿O quieres que te recuerde cómo conseguiste que ella te aceptara? Mi padre puso mala cara, sabía que la llevaba de perder. —es tu decisión hijo y yo la respeto, pero tú más que nadie debes saber que ser parte de esta familia no es nada fácil. y ella en comparación con tu madre se ve débil. Eso lo sabía completamente, pero yo la quería a ella. —Es mi mujer, la madre de mi hijo, y ya es parte de esta familia. —le respondí. Ginevra se irguió un poco en la camilla y nos miró. Sus ojos se veían brillantes por las lágrimas. Dios, quería acercarme y lamer cada gota que se derramaba por sus mejillas. —¿puedo irme a la habitación?— preguntó ella. —No puedes, ahora quédate en silencio y se buena— Le pedí. Pero sus ojos me miraban con rencor y estaba seguro que en cualquier momento diría algo estúpido. —deberias llevarla arriba para que descanse— Me sugirió mi padre. pero no. ella hoy aprendería una lección muy importante. —No, de hecho debería enseñarle lo que significa ser parte de esta familia —Le respondi. Entre más rápido ella viera la clase de persona era yo, mucho mejor. —¿El ya está allí?— Le pregunte a mi padre y este asintió. Me acerqué a Ginevra y la bajé de la camilla de un tirón. Ella cayó al suelo. Mi padre me observó. —¿No se supone que está embarazada? —me preguntó. Miré a Ginevra en el suelo. La pobre parecía un cachorro mojado. La levanté en brazos y nos pusimos en marcha. seguí a mi padre por el jardín, hasta los cuartos del fondo. —¿A dónde me llevan? —sollozó. —Relajate, no te haré daño si eso es a lo que le temes—le respondí. Mi padre abrió la puerta y me ofreció una silla. Senté a Ginevra frente al hombre amarrado. Ella lo miró, luego me miró a mí. —Ya me quiero ir —suplicó. Mi padre se paró detrás del tipo, sacó una navaja y se la puso en el cuello. —hazlo— le ordene a mi padre. El asintió y hundió el artefacto filoso en la carne del hombre. Ginevra empezó a gritar, así que yo tapé sus ojos mientras veía cómo mi padre le quitaba la vida a ese bastardo. El sonido de los jadeos llenó la habitación, mientras Ginevra lloraba y suplicaba. No pude aguantar escucharla llorar tan despavorida. De un jalón la levanté de la silla y la pegué a mi cuerpo, hundiendo su cabeza en mi pecho. —esto es lo que le pasa a los traidores —le dije. ella levantó la cabeza y me miró. —Llevame a la habitación por favor — Me suplico. ¿Y cómo podía decirle que no a esos ojos asustados? Mire a mi padre y este me devolvió una mirada dura. —Eres la cabeza de esta familia ahora, Valentino. Cualquier signo de debilidad será usado en tu contra, y lo sabes —me dijo. Y eso era algo que sabía muy bien. Yo tenía que ser perfecto, y para serlo, ella tenía que cambiar. —Me casaré mañana. Háblale al juez y prepara todo —le ordené, y él asintió. El cuerpo de Ginevra temblaba, así que la abracé con más fuerza. ... La mañana siguiente llegó demasiado rápido. Todo fue un desastre cuidadosamente armado. Mi padre convocó a un juez que no hacía preguntas. El jardín trasero se decoró con flores, seguramente la idea fue de mi madre. Solo había tres testigos: William, Jacob y mi madre. A Ginevra la obligaron a ponerse un vestido blanco barato, como un maldito mantel. Tenía el rostro pálido, los ojos hinchados. Apenas podía sostenerse en pie. No hubo música. Ni sonrisas. Ni anillos. Ginevra estaba a mi lado, perdida, con la mirada fija en la nada. Parecía rezar por morir antes de que todo comenzara. Pero no, yo no permitiría que la muerte me arrebatara algo que era mío. Ambos estabamos al lado del juez, ella con el ceño fruncido. Odiaba la expresión de Ginevra. Quería estrujarla, besarla, quería meterme bajo su piel, marcarla para que jamás olvidara a quién pertenecía. —Estamos aquí reunidos para unir en matrimonio a Valentino Salvatore y Ginevra Callahan... —empezó el juez. —Sí, lo que sea, apresúrese —interrumpí. El juez me miró incómodo, pero continuó. —¿Acepta a Valentino Salvatore como su legítimo esposo? Ella no respondió. Repitieron la pregunta dos veces más. A la tercera, mi padre tosió. Ella tembló, tragó saliva y, con un hilo de voz, dijo: —Acepto. Y con eso bastó. Firmamos. El juez dio por terminada la ceremonia. Agarré la mandíbula de Ginevra con fuerza, me acerqué a ella y la besé. Esta vez me tomé mi tiempo para saborear esos labios jugosos. Ella se resistió al principio, pero después cedió, dándome acceso a su boca. Le metí la lengua, saboreando su sabor. Ella jadeó sobre mi boca y después me empujó. Se veía sorprendida por aquel rico sonido que había salido de su garganta. —Te odio —dijo, mirándome a los ojos. —Lo sé. Y no sabes cuánto me calienta eso —le respondí mientras me lamía los labios. Sus ojos temblaron. Mi padre me llamó y caminé hacia él. Me felicitó, al igual que mi madre. Volteé a ver a Ginevra. Estaba rota. Deshaciéndose en silencio, como si el alma se le estuviera saliendo del cuerpo. Si pudiera sentir compasión por alguien, sería por ella.