[Ginevra]
Me quedé sentada en la cama de esa habitación, mirando al vacío, tratando de pensar qué hacer. La desesperación me estaba llevando al borde de la locura. Entonces, al mirar hacia un lado, lo vi: un teléfono sobre la mesita de noche. Me congelé. Miré a mi alrededor, conteniendo la respiración. Luego me acerqué lentamente al aparato, arrastrándome, con el corazón en la garganta y una esperanza temblorosa brotando dentro de mí. Rogaba que estuviera conectado. Lo levanté con manos temblorosas y lo acerqué a mi oído. Un pitido. Casi lloré de alivio. No lo dudé. Marqué el número de Ethan. Solo quería saber si estaba bien, si seguía vivo, si no le habían hecho daño. Y entonces, atendió. —¿Mi amor? ¿Estás bien? —le pregunté con la voz quebrada. Hubo un momento de silencio, y luego lo escuché sollozar. Me lanzó una avalancha de preguntas: dónde estaba, qué había pasado, quién me tenía. —Estoy en Italia… en Nápoles. Por favor, llama a la policía —le supliqué. Me pidió más detalles, así que le conté todo: que el dueño del esperma me había secuestrado, que yo no lo conocía realmente, pero... La puerta se abrió de golpe. Entró Valentino. Me congelé. Él se acercó con calma, como si todo estuviera bajo control, como si ya supiera exactamente lo que estaba pasando. Sin decir palabra, tomó el teléfono de mi mano con suavidad y lo llevó a su oído. —¿Hola? —preguntó, con una sonrisa torcida en los labios. No sé qué le dijo Ethan, pero fuera lo que fuera, Valentino sonrió aún más. Luego colgó. —Eres muy traviesa —me dijo con esa voz tan tranquila que me ponía los pelos de punta. Me levanté de inmediato, llena de rabia. —No tienes derecho a mantenerme aquí. ¡Esto es ilegal! ¡Es una locura! —Está bien —respondió con calma—. Te dejaré ir. Me quedé inmóvil. Por un segundo, creí que al fin había entrado en razón. Sentí un leve alivio, incluso llegué a sonreír. —Después de que nazca el niño… y me lo entregues —agregó. Mi boca se abrió de golpe. Negué con la cabeza, retrocediendo. —¡También es mi hijo! —le grité. —Entonces no te irás nunca de mi lado —susurró, acercándose más. Me tomó del rostro con firmeza, sujetando mi mandíbula, y en un solo movimiento, me atrajo hacia él y me estampó un beso. Fue rudo, invasivo, pero maldita sea… algo en mí respondió. Su boca ardía como fuego, y su lengua invadió la mía sin piedad. Me estremecí, no por repulsión… sino por algo más oscuro, más primitivo. Su aroma, su calor, su fuerza… por un instante me hicieron sentir viva. Y lo odié por eso. Lo odié con cada célula de mi cuerpo. Y me odié más aún por haberlo sentido. El rostro de Ethan se dibujó en mi mente, dolido, traicionado. Yo… ¿qué estaba haciendo? El remordimiento me llenó por dentro como veneno. Lo empujé con todas mis fuerzas y le di una bofetada que resonó en la habitación. Valentino me miró… y sonrió. —¡Me das asco! —le grité, temblando de furia… y de culpa. —Me da igual si te doy asco. Solo te aconsejo que no vuelvas a llamar a nadie, a menos que quieras que ellos terminen en una bolsa plástica. Tragué en seco. Sabía que solo lo decía para hacerme temerle. —Te voy a denunciar a la policía y me quedaré con la custodia total del niño —le dije. Él me agarró del brazo y comenzó a arrastrarme, mientras yo intentaba detenerlo. Me sacó de la habitación y de la casa, me subió a la fuerza al coche, y luego él subió y arrancó. —¿A dónde me llevas? —le pregunté. —Pensé que querías denunciarme —me respondió. Lo miré fijamente, preguntándome si estaba bromeando. Así que no respondí, solo dejé que me llevara. Unos minutos después, se detuvo frente a una estación de policía. Se bajó y luego me bajó, metiéndome dentro de la estación. Nos acercamos a un policía. —Ella quiere denunciarme por secuestro —le dijo. El policía me miró y luego se rió. —¿Quiere que la encierre, señor Salvatore? —le preguntó. No podía creer lo que estaba diciendo. Todos eran unos corruptos. —¿Seguimos aquí, o ya nos vamos? —me preguntó. Lo miré, lo empujé con toda la fuerza que pude y salí de la estación de policía. Miré de un lado a otro en la calle y me sentí tan perdida, tan desorientada. Me desplomé en la acera y lloré. Ya no podía más. La única manera de salir de este infierno era entregarle a mi hijo. Me toqué el vientre plano y mi corazón se llenó de sentimiento. Apenas vi la prueba de embarazo positiva, amé a este pequeño. Y no era justo que, por un error que no fue mío, quisieran arrebatármelo. —Vamos, tenemos un vuelo que tomar —me dijo Valentino. Levanté la vista y lo miré, sus ojos a la luz del sol eran aún más dorados. —No te daré a mi hijo, y te juro que te sacaré los ojos si pretendes arrebatármelo —lo amenacé. Valentino se agachó, quedando justo a mi altura. Sus ojos me perforaban hasta el alma, mi corazón latía tanto que ya era preocupante. —Los cachorros rabiosos como tú deben ser adiestrados —me dijo. Me levanté de golpe y lo miré desde mi altura. —Te voy a demostrar que soy indomable, y te juro que te vas a arrepentir cada segundo que estés conmigo —le dije. Él se levantó, me miró y sonrió. —Mi abuelo me enseñó que, en este mundo, tener corazón te hace débil —me dijo. —¿Me vas a arrancar el corazón? —le pregunté, incrédula. El golpeó mi pecho con su dedo índice justo encima de mi corazón. —Lo haré, y te haré mirar cómo poco a poco su vida escapa de sus ojos —me dijo. Tragué en seco al entender a lo que se refería. Con nervios, toqué mi anillo, dándole un par de vueltas. —Entra al coche. Quiero darles la sorpresa a mis padres de que tendrán un nieto —me dijo. — — — — [Valentino] La miré una última vez antes de subir al coche. Aún podía sentir el calor de su palma en mi mejilla, ardiente tras la bofetada. Pero en lugar de molestarme, me excitaba. ¿Qué demonios me estaba haciendo esa mujer? No la quiero para amarla. La quiero para destruirla... y al mismo tiempo, para tenerla solo para mí.