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Mundo ficciónIniciar sesiónSinopsis Elena nunca imaginó que aceptar el papel de otra mujer la llevaría directo a un destino imposible de evitar. Obligada a suplantar a Sofía en un matrimonio arreglado, se convierte en la esposa de Darian, un hombre tan imponente como enigmático. Pero en la noche de bodas descubre que su esposo guarda un secreto aterrador: bajo la luz de la luna, ya no es humano. Entre mentiras, pasión y peligro, Elena tendrá que decidir si huir de la bestia… o rendirse al lobo que la reclama como suya.
Leer másSofía Álvarez caminaba por la calle fuera de sí. Hace unos minutos había tenido una intensa discusión con su padre en casa.
—¡Me trajiste de vuelta al país solo para casarme! —su voz seguía resonando en su mente.
Había vivido en el extranjero, libre e independiente, y jamás imaginó que su padre —Leo Álvarez, presidente del Grupo B— la considerara una pieza en un matrimonio por conveniencia.
No se percató de que, a lo lejos, unas luces de coche se acercaban a toda velocidad.
El chirrido de los frenos.
Su cuerpo perdió el equilibrio en un instante, cayendo sobre el asfalto mojado como un muñeco abandonado.
Elena se quedó paralizada al volante, respirando con dificultad. Aferró el volante con fuerza, y por un momento la sangre pareció congelársele.
—Dios… yo… atropellé a alguien…
Salió del coche con pánico y corrió hacia la chica. El rostro de la desconocida estaba pálido, respiraba débilmente y su conciencia era confusa. La lluvia pronto tiñó de rojo los charcos bajo sus pies.
Minutos después, el estridente sonido de la sirena de una ambulancia cortó la noche. El personal médico trasladó rápidamente a la chica en una camilla, mientras la policía llevaba a Elena al hospital para tomar su declaración.
Fue entonces, al escuchar el nombre que mencionó el médico, que sintió que el mundo se le caía encima.
Sofía Álvarez.
Ella sabe el significado del apellido Álvarez. En esta ciudad, solo ese imperio empresarial lleva ese apellido.
Cuando apareció Leo Álvarez, todo el pasillo pareció silenciarse. Su imponente figura estaba envuelta en un traje oscuro, y la severidad de sus cejas infundía escalofríos.
Su mirada se fijó en Elena. En ese instante, ella se sintió como una presa observada por una bestia, respirando con dificultad y temblando de pies a cabeza.
—¿Fuiste tú? —su voz profunda parecía expulsar fuego entre los dientes.
Elena sintió la garganta apretada y solo pudo asentir.
Leo no continuó gritando. Se acercó lentamente, con una mirada fría como un filo de cuchillo. Tras un momento de silencio, habló en voz baja:
—Sabes que no atropellaste a cualquier persona. No solo es mi hija a la que golpeaste… es el futuro de mi empresa que has destrozado.
En su tono no había rastro de dolor paternal, solo un cálculo desnudo.
El médico salió de la sala de emergencias con expresión grave.
—¿Cómo está la paciente? —preguntó Leo con voz fría.
El doctor se quitó la mascarilla y respondió con lentitud:
—La paciente no corre peligro de muerte, su estado físico es estable. Pero… su conciencia no se ha recuperado. Los exámenes muestran que parece resistirse a despertar, como si se negara a enfrentar la realidad. En otras palabras, es probable que permanezca en coma durante mucho tiempo.
Leo frunció el ceño; sus ojos reflejaban una sombra tormentosa.
El aire del pasillo del hospital era opresivo y helado.
Horas después, llevaron a Elena a una oficina temporal.
Leo estaba sentado tras un escritorio, con el rostro sombrío, los dedos golpeando un portafolios como si evaluara un negocio.
—Escucha, jovencita. —Su mirada era cortante— No me importa por qué estás aquí. Ahora solo me interesa una cosa: este matrimonio no puede fallar.
Elena se quedó paralizada.
—¿Matrimonio…?
Leo esbozó una sonrisa fría:
—Sí. Mi hija debería casarse con Darian, el CEO del Grupo A. Este es el proyecto más importante para la cooperación futura de nuestra empresa. Si este matrimonio fracasa, no solo se perderá el futuro de mi hija, sino miles de millones en beneficios.
Su voz se volvió más baja, como cadenas de hierro apretando lentamente la garganta de Elena.
—Ahora que Sofía está inconsciente, necesito un reemplazo.
Elena se quedó boquiabierta.
—¿Quiere decir… que… debo casarme en su lugar?
Leo la miró fijamente, con un tono tan frío que no permitía rechazo:
—Exactamente. He investigado en estas pocas horas; eres huérfana. Borraré todo rastro de tu identidad. Solo necesitas interpretar el papel de mi hija y cumplir con el matrimonio. Mientras sigas mis instrucciones, encubriré este accidente. Además, recibirás una suma de dinero —suficiente para empezar de nuevo e incluso cumplir algún deseo que tengas.
En ese instante, el bullicio del hospital, el pitido de los aparatos, los pasos en el pasillo, todo desapareció para Elena. Solo quedó la voz de Leo y la sombra de su propuesta. Dinero, poder y la oportunidad de perseguir aquello que siempre había buscado: respuestas.
Las palabras del director del orfanato resonaron en su memoria:
—Cuando te encontramos eras apenas un bebé… abandonada en la nieve. A menos quince grados, la nieve no llegaba a tus rodillas, envuelta en una manta, respirando con normalidad, con la piel extrañamente cálida para la estación, saludable casi de manera milagrosa, tu carita rosada, sin rastro de congelamiento. Verdaderamente extraño.
Cada vez que hablaba de esto, su tono era de asombro, un asombro que quedó grabado en la memoria de Elena. Sabía que su origen escondía un misterio.
Respiró hondo y levantó la vista hacia Leo.
—Aceptar esto significa que debo reemplazar a su hija, casarme con alguien que no me pertenece, ¿verdad? —su voz baja trataba de contener el temblor— ¿Y si descubren que no soy ella?
La sonrisa de Leo era gélida:
—Nadie lo descubrirá. Sofía ha estado fuera del país, y regresó hace pocos días. Solo necesitas seguir mi plan: estudiar, actuar. La verdad —frente al mundo— siempre será la misma: tú eres Sofía Álvarez.
—Y recuerda —bajó la voz, como dictando sentencia—, cuando mi hija despierte, todo volverá a la normalidad. Pero si nunca despierta…
Su mirada era un abismo.
—Entonces tú tendrás que continuar.
El corazón de Elena latía con fuerza. Se sentía atrapada en una red invisible, sin escapatoria.
—Darian… —murmuró el nombre desconocido— ¿qué clase de persona es?
—Es un hombre de mano dura. —Leo se levantó, cerrando el portafolios con un “clic”— En unos días te llevaré a cenar con él y su familia. Entonces lo conocerás. Pero hasta entonces, prepárate.
El silencio de la noche parecía envolverlos como un manto. Las estrellas brillaban con intensidad en el cielo despejado, y la luna, enorme y plateada, observaba desde lo alto como una testigo silenciosa del destino que acababa de sellarse dentro de esas paredes.Elena mantenía la cabeza apoyada en el hombro de Darian mientras descendían las escalinatas de piedra. Sus pasos resonaban fuertes, pero dentro de ella todo era un torbellino: rabia, dolor, confusión… y una extraña fuerza que Nix agitaba como brasas encendidas.De pronto, Darian se detuvo. La tomó suavemente del brazo y la obligó a girar hacia él.—Escúchame, Elena —dijo, mirándola directo a los ojos—. Lo que pasó ahí dentro no define quién eres. Ni sus errores, ni su castigo, ni lo que la diosa le quitó. Lo único que importa es lo que elijas hacer con tu don.Elena lo miró, sintiendo cómo esas palabras tocaban un lugar profundo en su pecho.—Tengo miedo, Darian —confesó con voz baja—. Si es verdad lo que dijo… si mi padre per
El silencio posterior a las palabras del anciano pesaba tanto que Elena sentía que apenas podía respirar. “Devuélvenos la bendición de la luna”, había dicho, como si fuera una petición simple, como si se tratara de algo que pudiera entregar con solo alargar la mano.La joven apretó la mandíbula, su mirada fija en ese hombre que ahora confesaba ser su abuelo. Una parte de ella ardía de rabia, otra temblaba de miedo y, en el fondo, Nix se agitaba, como un eco de todo lo que la atravesaba.—Yo no tengo ese poder —dijo al fin, su voz firme, aunque dentro de sí el corazón le golpeaba con fuerza.El anciano la miró en silencio, con esos ojos cansados que parecían esperar mucho más de lo que ella podía dar.—Apenas estoy empezando a entender qué significa ser una loba —continuó Elena, alzando el mentón—. Todavía no he explorado mis dones. Solo una vez… una sola… algo salió de mí. Fue como un escudo, algo que brotó de mi pecho, y me dejó inconsciente por días.Ilai, que hasta entonces había e
La luna aún brillaba en lo alto cuando el murmullo del claro se extinguió bajo el gesto firme del anciano del Consejo. Su mano levantada bastó para imponer silencio, y aunque su voz apenas fue un murmullo, todos lo escucharon con claridad.—Necesito hablar con ustedes. En privado.Elena sintió la tensión de Darian a su lado. El rey del Norte dio un paso al frente, interponiéndose entre ella y el anciano, como si con su cuerpo pudiera protegerla de una verdad que aún no conocían. Ilai, sin embargo, lo calmó con un movimiento sereno.—Será en mi sala de consejo —dictó el alfa del Sur, su tono firme pero respetuoso—. Nadie más intervendrá.Elena tragó saliva, insegura. Las emociones que había experimentado durante la carrera lunar seguían palpitando en su interior, mezcladas con un presentimiento que la oprimía. Pero la mano de Darian se cerró sobre la suya, transmitiéndole un calor estable. Ella asintió levemente, aceptando seguirlos.Antes de entrar, los cuatro se apartaron de la multi
Un murmullo colectivo se expandió como un trueno contenido cuando Nix se alzó en todo su esplendor. Sus patas firmes hundían la tierra, y su pelaje blanco, radiante bajo el brillo de la luna llena, era como un manto tejido con hilos de plata. Las runas vivientes que danzaban sobre su lomo centelleaban, formando patrones que se reacomodaban con cada movimiento, como si la diosa misma estuviera escribiendo sobre ella.Los lobos de la manada del Sur, reunidos en el círculo ritual, retrocedieron instintivamente ante lo sagrado de aquella presencia. Nadie osaba respirar demasiado fuerte; todos sabían lo que significaba. Una loba blanca ya era rara, pero una loba sagrada con un don era casi un mito, una bendición que se creía extinguida en las líneas de sangre antiguas.Ilai y Rurik se miraron apenas un segundo, un intercambio silencioso cargado de asombro y certeza. Sin más, comenzaron a despojarse de lo humano. La transformación los tomó sin esfuerzo, sus cuerpos alargándose, rompiéndose
La mañana llegó bañada en tonos dorados, filtrándose entre los ventanales de la gran casa que los acogía. Elena despertó primero, el calor de la manta aún sobre sus piernas y el murmullo lejano de voces en el patio. Por un instante no supo dónde estaba, hasta que el aroma a tierra húmeda, a bosque y a fuego apagado le recordó que seguía en tierras ajenas: el territorio del Rey del Sur.A su lado, Darian dormía todavía, aunque su respiración no era tranquila. Su ceño fruncido dejaba ver que, incluso en sueños, la bestia en su interior no le concedía tregua. Elena lo observó en silencio, recordando lo que habían hablado la noche anterior: la verdad, los secretos, la inevitable exposición de su naturaleza.No pasó mucho antes de que la puerta se entreabriera y una mujer de rostro amable, con un delantal bordado y olor a pan recién hecho, se asomara.—El desayuno está listo —dijo con voz suave, como si no quisiera interrumpir demasiado—. El alfa Ilai los espera en el comedor.Elena asinti
El silencio de la noche en la manada del Sur era profundo, interrumpido solo por el canto lejano de un búho y el murmullo del viento entre los árboles. Elena dormía a medias, enredada entre las sábanas, cuando la oscuridad de sus párpados se tiñó de imágenes que no parecían simples sueños.Vio un claro iluminado por antorchas. El aire estaba cargado de tensión y las voces graves resonaban como ecos distantes. Frente a ella, un hombre de rodillas suplicaba con desesperación. Sus hombros anchos temblaban, y aunque su porte era el de un guerrero, en ese instante no era más que un hijo implorando clemencia.—Padre, por favor… ella pertenece aquí —la voz se quebró como una rama seca—. Mis errores no deberían marcarla.Elena sintió un estremecimiento. No podía ver con claridad a la mujer de la que hablaba, pero sabía, en lo más hondo, que esas palabras la rozaban a ella.El anciano, erguido como una montaña, lo miraba con una mezcla de desprecio y firmeza. Su cabello plateado brillaba bajo

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