Elena apenas alcanzó a reaccionar cuando la bestia se abalanzó sobre ella. Sintió el peso del lobo a punto de caerle encima, los colmillos brillando a la luz de la luna, cuando de pronto un gruñido distinto, profundo y gutural, estalló en la habitación.—¡No! —rugió una voz extraña, áspera, como si proviniera de dentro del mismo monstruo.La criatura se detuvo en seco, sus garras rozando apenas la seda destrozada del vestido de novia. Retrocedió un paso, con el pecho agitado y los ojos dorados ardiendo como brasas.Elena, paralizada contra el respaldo de la cama, sintió que su corazón iba a desgarrarle el pecho. No entendía lo que pasaba. Era como si hubiese dos voluntades dentro de ese mismo cuerpo, luchando a muerte.La bestia ladeó la cabeza, olfateó el aire con violencia y bufó con deleite.—¿Por qué? —gruñó, esta vez con un tono más oscuro, salvaje—. Ella es nuestra… ¿No la hueles? Su aroma… es delicioso.Elena apretó los labios para contener un sollozo. El miedo la tenía atrapad
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