Capítulo 2

El coche negro se detuvo suavemente frente a la entrada del restaurante de alta categoría. Los dedos de Elena, aferrando el dobladillo de su vestido, se pusieron blancos por la tensión. Llevaba un vestido color marfil que Leo había preparado especialmente para ella, y su largo cabello estaba recogido en un moño elegante.

—No la cagues —la voz de Leo sonó detrás de ella, con una advertencia que no permitía discusión. Elena asintió y lo siguió al restaurante, y su mirada se posó de inmediato en el hombre junto a la ventana.

Era Darian.

Llevaba un traje gris oscuro perfectamente cortado, con un reloj discreto asomando por el puño y un cigarro sin encender entre los dedos. El hombre bajaba levemente la mirada mientras escuchaba a un hombre de mediana edad a su lado; sus facciones eran tan duras que parecían esculpidas con cuchillo, y hasta la mirada que caía sobre la copa tenía un aire de “no te acerques”.

—Darian, cuánto tiempo —Leo fue el primero en acercarse, con un tono forzadamente cordial. Darian levantó la cabeza, y su mirada recorrió a Leo antes de detenerse finalmente en Elena. Sus ojos no tenían calor; parecía inspeccionar un objeto, sin sorpresa, sin curiosidad, ni siquiera un mínimo interés por su “prometida”. Elena se sintió incómoda bajo su escrutinio y, siguiendo lo que Leo le había enseñado, bajó ligeramente la cabeza y dijo en voz baja:

—Señor Darian.

Él no respondió, solo asintió levemente, indicando que se sentaran. La atmósfera en la mesa se volvió rígida desde el principio. Leo intentó iniciar conversación sobre la cooperación entre las familias, pero Darian la mayoría del tiempo solo respondía con “hmm” o “ya sé”, y su mirada ocasionalmente se posaba en Elena, siempre distante. Elena lo observaba en secreto y estaba cada vez más segura: este hombre no se preocupaba en absoluto por este matrimonio ni por ella como “prometida”; para él, probablemente solo era un trámite necesario.

En ese momento, el hombre de mediana edad sentado junto a Darian abrió la boca. Tenía barba poblada y una mirada calculadora; era Lucas, el tío de Darian.

—¿Señorita Sofía, verdad? —Lucas dejó el cuchillo y tenedor y la miró fijamente—. He oído que has estado en el extranjero y que recién llegada ya te comprometes, qué apresurada. Pero bueno, casarse con Darian… ¡eso es una fortuna que muchos desearían! Después de todo, no todos pueden estar al nivel de Darian, que recién reconocido como parte de la familia ya controla los activos y la empresa, hasta yo, su tío, tengo que mantenerme a un lado.

Elena apretó la copa de agua, y finalmente entendió por qué Leo había dicho que Darian era “de hierro”: apenas reconocido, ya podía asumir todo el poder familiar, seguramente con mano dura. Mientras se preguntaba cómo responder, la voz de Darian sonó de repente.

—Tío. —Su tono era frío, pero tenía un peso que no se podía ignorar—. No tiene sentido hablar de esto durante la comida.

Lucas no esperaba que lo interrumpiera tan directamente; su rostro se endureció—. Solo estaba hablando con la señorita Sofía sobre la familia, para que la conozca mejor, ¿qué hay de malo?

—Mis asuntos no necesitan que los demás los comenten —Darian levantó la mirada, clavando los ojos en Lucas, fríos como hielo—. Además, Sofía es mi prometida, y nadie tiene derecho a opinar sobre ella. —Pausó y golpeó suavemente la mesa con los dedos, con un leve matiz de advertencia—. Y los asuntos de la empresa los decido yo con la junta directiva. Tío, si no tiene nada que hacer, sería mejor que se ocupara de su propio negocio y dejara de mirar lo ajeno.

Al escuchar esto, el rostro de Lucas se tornó rojo oscuro, pero no se atrevió a replicar: Darian ahora era el líder familiar y CEO del Grupo A; no podía enfrentarlo. Elena observó el perfil de Darian y sintió algo extraño: aunque su presencia imponía y era autoritaria, parecía ocultar un toque sutil de suavidad bajo esa frialdad.

Tras la cena, Darian se acercó a ella. Su sombra se proyectaba con fuerza, y Elena contuvo la respiración.

—No malinterpretes lo que pasó antes —dijo en voz baja, cada palabra impregnada de frialdad—. Te protegí solo porque nuestra alianza familiar no puede tener fallos. No significa que tengas algún valor especial para mí.

Elena asintió con calma; entendía que solo era un trato.

Poco después, Leo salió con una sonrisa satisfecha.

—Bien, a partir de ahora te quedarás en la casa de Darian para ir cultivando la relación —dijo—. Originalmente planeábamos la boda en tres meses, pero Darian quiere que sea en un mes; cuanto antes, mejor.

Elena se quedó atónita. —¿Un mes? ¿Tan apresurado?— Miró hacia Darian, quien estaba apoyado en el coche fumando; su perfil seguía frío y distante, claramente indiferente ante la boda apresurada.

Al regresar a la mansión de Darian ya era de noche. La casa era grande, decorada de manera minimalista y lujosa, pero sin calidez, como un palacio helado.

Darian presentó a Elena a los sirvientes, quienes la llevaron a su habitación en el segundo piso y se retiraron. Elena se quedó sola. Se sentó en la cama y miró la oscuridad de la noche a través de la ventana, despejando sus pensamientos.

No le importaba si este matrimonio era real ni si Darian era frío; solo necesitaba interpretar bien a “Sofía” frente a Leo y usar su promesa para encontrar a sus padres biológicos. Las palabras de la directora del orfanato resonaron en su mente: “tu piel llevaba un calor que no correspondía a la estación”, como un anzuelo que había marcado su obsesión durante años. Mientras pudiera descubrir la verdad, estar atrapada temporalmente en este matrimonio falso no era tan difícil.

Cuando se disponía a ir a lavarse, sonó el timbre de la puerta en la planta baja. Curiosa, Elena bajó un poco las escaleras y miró hacia abajo: Darian estaba en el vestíbulo, y frente a la puerta había una chica con vestido rosa, abrazando un elegante paquete y con una sonrisa dulce en el rostro.

—Darian, escuché que Sofía ha regresado y vine especialmente a verla —dijo la chica con voz clara, con un toque familiar—. Jugábamos juntas cuando éramos pequeñas; no sé si ella me recordará.

El corazón de Elena se detuvo, y sus pies quedaron rígidos en el lugar.

Esta chica conocía a la verdadera Sofía.

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