El salón ceremonioso se fue vaciando lentamente, como si el aire aún vibrara por lo que acababa de presenciar: el alfa arrodillado ante una humana. No era un gesto menor; era una declaración que reconfiguraba estructuras antiguas. Algunos licántropos se marcharon murmurando, otros con expresiones indescifrables; unos pocos, los más jóvenes, la miraban con genuina admiración… o confusión.
Oriana permaneció en silencio un instante, intentando no ahogarse en el peso de tantas miradas, tantas expectativas, tantas profecías que no sabía si quería cumplir. Cuando finalmente el salón quedó casi vacío, sintió la presencia de Ilai acercarse por detrás como una sombra cálida que reconocería en cualquier lugar.
—Necesitas respirar —murmuró él, sin tocarla, pero tan cerca que su voz parecía rozarle la nuca.
Ella soltó una risa breve, temblorosa.
—Necesito… muchas cosas —respondió, girándose para mirarlo—. Pero sí. Respira conmigo un segundo. Porque creo que si intento entender todo sola voy a cae