A la mañana siguiente, Danna estaba preparando el desayuno, como siempre. El aroma del café llenaba la pequeña cocina, las tostadas dorándose y el sonido suave de los cubiertos chocando entre sí mientras ella acomodaba todo. Tom se iba temprano a trabajar y ella debía quedarse en casa todo el día, aburrida, porque él lo ordenaba y lo exigía así.
—Buenos días, amor —dijo Tom acercándose por detrás y abrazándola por la cintura. La besó en el cuello, inhalando su perfume matinal—. Huele muy rico.
Él fue a sentarse a la mesa como si nada pudiera alterar esa calma.
—Hice tu desayuno favorito —dijo Danna con una pequeña sonrisa, colocando los platos y los cubiertos en su sitio antes de voltear a buscar los alimentos en la encimera.
Tom bebió un sorbo de jugo, pero antes de que ella pudiera decir palabra, su voz cortó el aire.
—Mi respuesta sigue siendo no, Danna.
Ella se giró con las cejas ligeramente fruncidas.
—Tom, yo no te he pedido nada —respondió mientras se sentaba frente a él.
Tom s