Episodio 5

El golpe de vapor que salió al destapar la olla empañó los ojos de Danna por un instante, pero no lo suficiente como para justificar el nudo que llevaba atorado en la garganta. Movió los vegetales con un cuidado casi quirúrgico, midiendo cada uno de sus movimientos, asegurándose de no hacer ruido. Cualquier sonido brusco podía irritarlo más.

La casa estaba… demasiado quieta.

Tom se había sentado en la mesa del comedor, el saco ya colgado en la silla y las mangas de la camisa arremangadas hasta los antebrazos. Su postura era rígida. Su pierna derecha golpeaba el suelo con un ritmo paciente y al mismo tiempo impaciente. Un tic que había aprendido a temer.

Danna sirvió la comida en dos platos y los llevó a la mesa. Tom no la miró al principio. Solo tomó los cubiertos, cortó un trozo de carne y empezó a comer con movimientos meticulosos, silenciosos.

Ella se sentó frente a él, con la espalda recta y las manos bien apoyadas en su regazo. Esperó que él probara un par de bocados antes de llevarse algo a la boca.

—Está bueno —dijo Tom, sin levantar la vista del plato.

La frase, que en otra vida quizá habría sido un cumplido, cayó entre ellos como una moneda que no hacía eco.

—Me alegra —respondió ella, con suavidad.

El sonido de sus cubiertos chocando contra la porcelana llenaba la habitación. Era casi insoportable.

Danna respiró hondo, sintió cómo su corazón latía en su garganta. Sabía que no era un buen momento. Pero sabía también que si no hablaba ahora… no lo haría nunca.

Y lo tenía que intentar.

—Tom… —empezó.

Él levantó la vista lentamente, como si su nombre pronunciado por ella fuera una interrupción indebida.

—¿Sí? —preguntó, sin expresión, pero con los ojos tensos.

Danna tragó saliva.

—He estado pensando en algo —dijo, bajando la mirada unos segundos para reunir valor—. En algo que… que quisiera hacer.

Tom dejó el tenedor sobre el plato. Su atención completa, ahora fija en ella, era más pesada que cualquier grito.

—¿Y qué cosa sería esa? —preguntó con una calma que no era calmada, sino afilada.

Danna entrelazó los dedos bajo la mesa para que él no viera cómo le temblaban.

—Quiero trabajar —dijo finalmente—. En la cafetería nueva de mis padres. Solo algunas horas al día… para ayudarlos un poco.

La reacción de Tom fue mínima.

Pero suficiente.

No parpadeó.

No sonrió.

No frunció el ceño.

Solo la miró.

Un segundo.

Dos.

Tres.

Luego levantó una ceja, con lentitud, como si ella hubiera dicho algo absurdo.

—¿Trabajar? —repitió, recostándose en la silla—. ¿Para qué?

—Quiero… tener algo que hacer —susurró ella—. Estar ocupada, ayudar en lo que pueda. Me haría bien.

Tom apoyó los brazos sobre la mesa y la miró fijamente.

—Danna, no es necesario que trabajes —dijo, en voz baja pero firme.

Ella asintió, respirando despacio.

—Lo sé. Pero… quiero hacerlo. No por dinero. Es solo… algo mío.

Tom ladeó la cabeza, casi divertido.

—Tú no necesitas “algo tuyo”. Ya tienes una vida cómoda. No tienes preocupaciones. No veo por qué querrías meterte en un trabajo que no necesitas.

—Es la cafetería de mis padres —insistió ella, con voz suave—. Ellos…

—Ellos están bien —interrumpió Tom—. Y si necesitaran algo, puedo encargármelo yo. No tienes por qué estar allí.

Danna sintió el estómago contraerse.

Sabía que él no había terminado.

Tom inclinó un poco el cuerpo hacia adelante.

—Además… —sus ojos se estrecharon—. Me parece extraño que quieras salir tanto últimamente.

Ella apretó los dedos bajo la mesa.

—No es eso… no quiero salir. Solo quiero ayudar.

—No necesitas hacerlo —repitió Tom, con una sonrisa fría—. Lo único que tienes que hacer es estar aquí cuando llegue. Y mantener esta casa en orden. Nada más.

Sus ojos la recorrieron de arriba abajo, estudiándola, como si buscara señales de rebelión.

—Tom… —susurró ella—. Solo quiero sentir que hago algo útil.

—Eres útil —respondió él—. Pero no así.

Silencio.

Un silencio tan denso que parecía aplastar el aire.

—Podemos hablarlo —intentó ella.

—No —la cortó Tom, con voz casi suave—. No vamos a hablarlo, Danna. Ya te dije lo que pienso.

Ella bajó la mirada a su plato, donde la comida se había enfriado.

Sabía que no debía insistir.

Sabía que ya había ido demasiado lejos.

Tom volvió a comer como si nada hubiera pasado.

Pero entre sus palabras, Danna escuchó lo que verdaderamente quería decir:

“No quiero que tengas un mundo fuera de mí.”

Y lo entendió.

Y también entendió que pedir esto había sido peligroso.

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